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Es bien sabido. Juan Belmonte mantuvo una especial relación con la cofradía del Cachorro en la que llegó a salir de maniguetero. El genial diestro trianero, de hecho, se marchó al otro mundo amortajado con una túnica de la cofradía de la calle Castilla y, dicen, con la papeleta de sitio de la inminente Semana Santa de aquel 1962. Se había quitado la vida justo una semana antes de que el primer nazareno cruzara las calles de Sevilla. Pero el llamado Pasmo de Triana también había donado un vestido de torear que, con otro traje que perteneció a Pedro Ramírez Torerito de Triana, sirvió para confeccionar en el taller de Caro una saya que estrenó la dolorosa de la calle Pureza en 1938 y lució durante dieciocho años en su salida procesional de la Madrugada. Es la misma que se recuperó en 2018 –o recreó con idénticas trazas ornamentales- en el mismo taller que la había creado.
Pero si hablamos de la Esperanza de Triana hay que resaltar su relación con la familia Rivera Ordóñez. Antonio Ordóñez empuñó la vara dorada de la corporación trianera entre 1973 y 1979. No era su primera hermandad. El maestro de Ronda había sido hermano y benefactor de la Soledad de San Lorenzo, a la que acompañaba como maniguetero de antifaz de terciopelo negro cuando la última dolorosa de la Semana Santa de Sevilla aún salía en la tarde del Viernes Santo. No está de más recordar que la célebre saya heliotropo que posee la Señora de San Lorenzo está relacionada con uno de los triunfos más trascendentales del genial rondeño en la plaza de la Maestranza. Vestía ese terno la grandiosa tarde del 22 de abril de 1967, anunciado con Diego Puerta y José Fuentes para despachar un encierro de Urquijo. Días después de la feria regaló el traje a su cofradía más íntima que había pasado al Sábado Santo desde la reforma litúrgica de 1956 espaciando las salidas del torero.
Algunos años después desembarcaría en la calle Pureza de las manos de Antonio García Carranza, hijo de otro matador de toros: Pepe El Algabeño. Ordóñez ya había tenido algún devaneo para integrarse plenamente –y escalar en su gobierno- en otra cofradía de referencia: la de la Macarena. Pero fue en la otra orilla donde el maestro acabó encontrando su lugar en el mundo hasta llegar a presidir su junta de oficiales. Durante los años de su mandato hay que anotar que la cofradía adquirió la casa adjunta a la derecha de la primitiva Capilla de los Marineros y que en 1979 los pasos salieron a la calle por primera vez portados por hermanos costaleros.
Antonio Ordóñez falleció el 19 de diciembre de 1998. A mediodía del día siguiente -a la misma hora en la que se tenía que haber celebrado un festival benéfico en la plaza de la Maestranza- se celebró el funeral en la capilla de los Marineros. La Virgen de la Esperanza de Triana aún estaba bajada de su camarín para el besamano de la fiesta de la Expectación. Uno de sus mantos abrigaba el ataúd del maestro para su último viaje. Antonio Ordóñez Araújo, “el hijo más preclaro del Niño de la Palma”, acababa de entrar en la historia amortajado con la túnica de terciopelo verde y la capa de merino de tantas madrugadas.
Pero esa devoción también había prendido con fuerza en su yerno Francisco Rivera Paquirri, que llegó a salir en la presidencia del Señor de las Tres Caídas hasta que unos problemas circulatorios provocados en 1978 por las gravísimas cornadas del toro de Osborne le impidieron vestir la túnica. La misma fidelidad pasó a sus hijos y nietos. Francisco Rivera Ordóñez, que perteneció a la junta de gobierno de la cofradía de la madrugada, llegó a presentarse a las elecciones a hermano mayor. Ha salido muchos años de costalero en el paso de las Tres Caídas y ha hecho el paseíllo en innumerables ocasiones desde sus inicios como matador con un precioso capote verde que emula los bordados del manto de salida con un ancla en su centro. Su hermano Cayetano no le va a la zaga. La imagen de la Esperanza de Triana campea en uno de sus capotes más queridos que ha paseado la devoción de la orilla derecha por todo el planeta de los toros.
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