Diego Ventura: las cosas en su sitio
Crónica
El rejoneador de La Puebla del Río impartió una lección de rejoneo y cortó las orejas del buen quinto. La corrida de San Pelayo, noblona, adoleció de alma y entibió el resultado
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FICHA DE LA CORRIDA
Plaza de la Real Maestranza
GANADO: Se lidiaron seis toros de San Pelayo, de procedencia Murube, reglamentariamente despuntados. El encierro, de fondo noble, estuvo falto de brío y un tranquito de más en líneas generales aunque el buen quinto fue mucho más completo. Sirvió también mucho el sexto.
REJONEADORES: Sergio Galán, ovación en ambos. Diego Ventura, ovación y dos orejas. Guillermo Hermoso de Mendoza, ovación y ovación.
INCIDENCIAS: Octavo festejo de abono con tres cuartos largos en los tendidos y una tarde casi veraniega.
Ventura no había podido evitar las lágrimas cuando dio muerte al quinto de la tarde después de dar un auténtico recital de toreo a caballo. La pureza de la ejecución, el magisterio de su monta, la entrega constante y la responsabilidad de número uno marcaron una actuación que escondía otras lecturas. El jinete de la Puebla del Río –la casa Peralta fue una de sus mejores fuentes– volvía a medirse de igual a igual con Guillermo Hermoso de Mendoza, hijo y epígono de un auténtico revolucionario de la especialidad ecuestre, el gran Pablo Hermoso, que ha rehusado sistemáticamente la competencia con su igual empobreciendo el mismo espectáculo que había ayudado a sublimar hace más de dos décadas.
El duelo, siempre aplazado, se ha trasladado al hijo que, desde que tomó la alternativa en la plaza de la Maestranza en 2019, había ido contando sus actuaciones por salidas a hombros. En las primeras ocasiones el meeting de Sevilla tenía aire de fiestecilla familiar con invitados a la mesa pero el año pasado, por fin, pudieron verse las caras en el inmenso ruedo del Baratillo. La suerte volvió a estar de cara para Guillermo y Ventura ha tenido que esperar hasta este 2024 para recuperar el cetro de una plaza que le ha visto abrir la Puerta del Príncipe hasta en diez ocasiones.
Se trataba de reinstaurar el trono, de poner las cosas en su sitio... No había podido lograrlo por completo con el segundo de la tarde, un toro falto de finales al que dejó crudo en el primer tercio. Ventura no tardaría en coserlo a la cabalgadura en banderillas, llegando siempre al toro que se mostró muy tardo. Brilló en las batidas al pitón contrario y lo puso todo, supliendo la emoción que no podía aportar el animal. Los desplantes con las rosas enardecieron al público pero pinchó dos veces antes de agarrar el rejón de muerte cambiando el trofeo –cómo habría variado la cosa– por una ovación.
Pero lo mejor, esa lección de rejoneo canónico, estaba aún por llegar gracias al buen quinto –tuvo ese puntito de empuje que le faltó a casi toda la corrida– que convirtió en el mejor material para colocar cada pieza en su lugar. El nuevo centauro de La Puebla del Río iba a imponer un ritmo trepidante a su actuación desde los primeros lances. Clavó con precisión, se arrimó en las piruetas y cosió el toro a la grupa de su montura cabalgando a dos pistas. Se mascaba el lío mientras aquello subía de tono mezclando el magisterio y el espectáculo. Dispuesto a cruzar hasta la última raya, despojó al caballo de su cabezada para clavar un antológico par a dos manos. El alarde posterior, entrando de najas en el patio de caballos, levantó un clamor. Ventura ya había subido el último escalón.
Colocó las cortas al violín y cambió de lado para adornarse con esas rosas que ideó su maestro Ángel Peralta apoyándose en un lance galante. El rejonazo final, fulminante, amarró las dos orejas. Eran de cajón... las lágrimas del équite cigarrero, desconsolado en el estribo de la barrera, subrayaron la importancia de lo logrado, la trascendencia de un triunfo que no podía ser uno más. No hubo Puerta del Príncipe pero tampoco hacía falta. Ventura es el número uno.
Pero la corrida, lógicamente, dio para más. El excelente aspecto de los tendidos en la calurosa tarde ferial, también era una buena noticia. A Sergio Galán, un jinete veterano curtido en los mejores tiempos de la especialidad, le había tocado el papel de telonero de lujo de este duelo más o menos soterrado poniendo lo que le faltaban a sus dos toros; brío y empuje.
Pero el duelo tenía otro color y estaba adobado de la juventud de Guillermo Hermoso, que no se dejó nada en el hotel para intentar amarrar un triunfo que, esta vez, no pudo llegar. El paladín navarro había apretado el acelerador a tope con un tercero que también había estado falto de ese tranquito de más. Fue una faena rítmica y entregada que no tuvo el refrendo adecuado con el acero.
Pero este hijo del cuerpo no estaba dispuesto a dejar pasar la oportunidad con el sexto, que sí le iba a brindar opciones. Brilló en las batidas por dentro y en las célebres hermosinas clavando con precisión en una labor de mucho mérito. El alarde llegó con las cortas, a dos manos y por los adentros. Se mascaba el trofeo, ganado a ley, pero el animal se amorcilló tras el rejonazo final. La petición de oreja se quedó sin atender...
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