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Sábado de preferia, 1999: El último concierto del Faraón

Curro. Así cuajó la leyenda (y IX)

Sesenta años de alternativa y del debut de matador de toros en la Feria es argumento sobrado para este serial

Las campanas de la Giralda llamaban a sabatina mientras disfrutaban Sevilla y el torero

Curro se arrima a 'Sigiloso', un gran toro de Juan Pedro, para dar su último recital y cortarle las dos orejas. / D.S.
Luis Carlos Peris

12 de mayo 2019 - 10:42

Recuerdo un mediodía soleado del invierno del 71 en un rincón de Los Corales charlando con Manolo Caracol. "Amigo, todos los artistas reciben al nacer un puñadito de sal, pero a Dios se le ha ido la mano con Curro Romero". El genio de la calle Lumbreras no pudo ser más claro explicando el misterio que fue, es y será Curro Romero. Sal a puñados la que le echaron en la pila bautismal de la parroquia camera de Santa María de Gracia y sal que ha ido derramando a cuentagotas, siempre a cuentagotas, para que ahora, cuando sus vestidos de torear huelen a naftalina, continúe sin poder salir a la calle y los partidarios hayan proliferado entre una generación abundante de aficionados que nunca le vio hacer el paseíllo.

Cerramos el serial y llegamos al sábado de Feria de 1999. Toros de Juan Pedro para Curro, Espartaco y Rivera Ordóñez. Un cartel de tremenda fuerza y la plaza se abarrota al conjuro de dos primeros espadas del escalafón de la hora que acompañan a la debilidad de Sevilla. Qué difícil debe ser eso de enamorar para siempre, qué complicada una relación de tanta fidelidad, por supuesto que con los dientes de sierra imprescindibles para que una relación tenga normalidad, pero sin que ninguna de las partes tarifase ni, más raro aún, traicionase. Fue un compromiso desde la fidelidad más auténtica ese noviazgo entre un torero y una ciudad, pues ni Curro faltó jamás en su carrera a la cita con el abril sevillano ni, a pesar de los fracasos, Sevilla dejó de llamarle para una cita que ya era más de carácter tácito que simplemente contractual.

Desde 1959 al año 2000, ambos inclusive, cuarenta y dos ferias en que Francisco Romero López, hijo de Francisco y de Andrea, natural de Camas, dio esos cincuenta pasos de que constaba su paseíllo en la Maestranza. Cimas y simas, amargas simas y explosivas cimas, jalonaron la vida de un torero excepcional. Un torero que no habrá sido el mejor de cuantos se vistieron de luces, pero sí el de más personalidad y, por supuesto, el que más temple y majestad desarrolló ante un toro de todos cuantos vimos.

Estamos en sábado de preferia y a la memoria afloran innumerables días como éste. Cuántas tardes en que las campanas de la Giralda llamaban a sabatina mientras Curro desgranaba morosamente el arte que le bajaba desde el corazón directamente a sus muñecas rotas por la languidez del toreo eterno. Una de esas tardes en que bien pudo pasar lo de aquel camero que de vuelta a Camas fue preguntado por cómo había estado Curro. "Lo he dejado dando un lance y no sé si lo habrá terminado ya", respondía en lo que puede ser el resumen más escueto y explícito que pueda darse sobre los modos y las maneras de este artista excelso.

Y así estamos en este sábado en el que Curro Romero va a dar el último concierto en el patio de su casa, en ese bastidor de albero que le sirvió para bordar tantas y tantas tardes el toreo. En chiqueros, seis toros de Juan Pedro, Curro de verde y oro, Sevilla le espera y se alboroza cuando ve a su torero pegando lances hasta la boca de riego. Como si aún fuera aquel chaval que daba lances sin parar de una portería a otra en el campo del Camas, Curro se ha venido arriba con sus verónicas de alhelí a este Sigiloso que el gran Juan Pedro crió en Lo Álvaro.

Se prevé lío gordo, Curro está impaciente, quiere que se banderillee con brevedad. Y entre las dos rayas, en terrenos del 2, Curro se desplanta ante el buen toro de Juan Pedro y, sin probarlo, empieza el que va a ser su último concierto en Sevilla. En un alarde de decisión mira a Carmen, que está en barrera, y le dice gallardo: "A ver si esto es así". Y fue así, cortó las dos orejas.

En la madrugada del 28 de enero del año 2000 fallecía en Sevilla un hombre fundamental en la carrera del camero, Diodoro Canorea. Con Canorea muerto, las cosas no las vio claras el torero y tras el primer desencuentro con los herederos de Diodoro se fue sin decir adiós en La Algaba, un pueblo que el Guadalquivir baña un rato antes que a Camas. Ese sábado de Feria, Curro Romero había dado el último concierto en el patio de su casa.

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