Chicharro quiere ser torero
Feria de San Isidro
El novillero madrileño, muy entregado y afinado, confirmó en el exigente ruedo venteño sus grandes posibilidades. Lalo de María y Pepe Luis Cirugeda pasaron mucho más desapercibidos
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Estos martes de novilladas, que sirven de sorbete desengrasante entre las corridas y la jornada de asueto de los lunes, permiten calibrar la fortaleza del abono, el poder de convocatoria del espectáculo y hasta esa creciente cuota juvenil que empieza a dar carácter al universo taurino en esta temporada de reacción coral a la arbitrariedad y la dictadura del pensamiento único. Conviene subrayar la cuestión:¿Qué espectáculo es capaz de congregar estos aforos a lo largo de un mes redondo de toros?
Lo dejamos ahí. La oportunidad se la jugaban tres novilleros en distintos puntos de su carrera. Lalo de María, hijo de la rejoneadora María Sara y pupilo de José Antonio Campuzano retornó a la plaza de Las Ventas sorteando un primer ejemplar de breve celo en el caballo. La faena iba a comenzar de rodillas, comprobando la noble movilidad de un animal al que le faltó más humillación. Fue una faena pulcra y firme, extensa en el metraje, que adoleció de expresión; de un trazo más definido y rotundo -no llegó a obligarlo nunca por abajo- para llegar a los tendidos, impasibles ante una labor rematada de un espadazo contrario y trasero.
FICHA DE LA CORRIDA
PLAZA DE TOROS DE LAS VENTAS
Ganadería: Se lidiaron utreros de Guadaíra y Torrehandilla (2º, 4º y 5º), bien presentados. El primero brindó una sosa nobleza; el sobrero que hizo segundo se rajó muy pronto; noble y tardo el tercero; el sobrero que hizo cuarto se lesionó en una mano y no sirvió; el quinto fue un marmolillo y el sexto, de buen fondo, resultó remiso.
Novilleros: Lalo de María, de azul cobalto y oro, silencio y silencio. Pepe Luis Cirugeda, de verde botella y oro, silencio y silencio. Alejandro Chicharro, de lila y oro, vuelta tras petición y aviso y ovación tras aviso.
Cuadrillas: Juan Carlos Rey se desmonteró tras parear al tercero; David Adalid, con el quinto.
Incidencias: la plaza registró menos de tres cuartos de entrada en los tendidos en tarde calurosa.
El cuarto fue devuelto y sustituido por otro sobrero de Torrehandilla, jabonero de pelo y buenas intenciones que se acabaría defendiendo en la muleta, doliéndose de algún problema o lesión en la mano que le impidió romper de verdad hacia delante. Lalo de María volvió a mostrarse solvente, correcto en las formas y hasta con cuajo profesional pero con esa frialdad escénica que deja al público indiferente. El espadazo, contrario, fue eficaz.
Cirugeda se presentaba como novillero con picadores en los Madriles. Le echaron para atrás el segundo y en su lugar salió un cuajado ejemplar de Torrehandilla que se rebrincó en los palos y brindó a dos agentes anónimos de la Policía Nacional al cumplirse el 200 aniversario del cuerpo. El trasteo comenzó de hinojos y en los medios. Al animal le faltó calidad y a la faena algunos enganchones a la vez que el bicho cantaba la gallina. Duró un suspiro sin que el algecireño, ésa es la verdad, terminara de concretar nada. Tampoco iba a andar nada fino con los aceros.
Le quedaba el quinto, también marcado con el hierro de Torrehandilla, al que recibió con una larga cambiada a portagayola. El torete, hondo y cuajado, iba a llegar muy aplomado a la muleta mientras Cirugeda citaba y citaba y le buscaba las vueltas sin acertar a sacar nada en claro. El animal era un auténtico marmolillo, sin recorrido ni embestida con el que sólo cabía abreviar. La espada se volvió a atascar.
Alejandro Chicharro contaba con el aval de una puerta grande en el exigente escenario venteño. Le protestaron el justo cuajo del tercero, un animal alejado de las exigencias del coso madrileño. El novillo tampoco se iba a emplear en el caballo, llegando a topar tres veces con el peto. Chicharro brindó al público e inició su faena en tres intensos muletazos por bajo de los que el novillo salió frenando. Se puso de verdad por el izquierdo en tres rotundas rondas de naturales, con el bicho perdiendo gas. El chaval mantuvo esa intensidad y compromiso con la diestra apurando una faena bien medida y construida que dio la medida de sus posibilidades. Cobró una estocada después de un pinchazo que le privó de la oreja que se había ganado.
Había que salir a redondear con el sexto pero el de Miraflores de la Sierra se iba a encontrar un sexto de escasas fuerzas que no se libró de las protestas. Chicharro brindó a su padre y comenzó su faena con estatuarios, echándose el toro por delante y por detrás antes de ponerse a hacer las cosas bien, siempre asentado, esperando la embestida y midiendo los tiempos de una faena que siempre estuvo presidida por el temple. Llegó a torearlo con excelente dibujo al natural en sucesivas tandas, comprometido con el toro mientras el público de Madrid guardaba un inaudito silencio, metido de verdad en su maciza labor hasta que el bicho dijo basta. Lástima de esa espada... Había sido una tarde de puerta grande.
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