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Belmonte y el poder de un libro

Chaves mantuvo viva la memoria de Belmonte y éste último dio vida pública a un escritor que no merecía el olvido

Alberto González Troyano

08 de abril 2012 - 01:00

JUAN Belmonte desempeñó un significativo papel en el toreo del primer tercio del siglo XX. Su forma de lidiar reunía méritos suficientes para hacer perdurable su memoria más allá de aquella época. Sin embargo, si ya de por sí sus cualidades taurinas justificaron su fama; en su caso, además, se ha añadido un hecho poco frecuente en la historia tauromaquia: un libro se ha convertido en el mejor valedor del personaje y en máximo difusor de su carácter como torero y como hombre.

Esta situación de connivencia y complicidad entre libro y biografiado ha llegado a tal extremo, que muchos aficionados actuales atribuyen su conocimiento de Juan Belmonte a la fascinante obra de Manuel Chaves Nogales. Incluso lectores nada proclives al mundo del toreo se adentraron, por primera vez en ese ambiente, atraídos por la resonancia de un título del que, paradójicamente, durante muchos años, apenas se conocieron datos de su autor.

Pocas relaciones entre personaje y escritor han resultado, pues, más fructíferas. Tras retirarse del toreo, la memoria de Juan Belmonte se mantuvo, en parte, gracias al apoyo que le brindó el buen oficio literario de Chaves Nogales. Mas, a su vez, este último, logró salvar su nombre del más completo olvido, gracias a la difusión alcanzada por este libro, publicado por primera vez en 1935, pero sobre todo reeditado en una conocidísima y asequible colección (El Libro de Bolsillo de Alianza Editorial) en 1969. En aquellos momentos, por motivos de represión política, el mayor de los silencios rodeaba a Chaves, que había sido un destacado periodista sevillano, de ideario republicano y liberal, muerto en el exilio. Sin embargo, de esta forma, un tanto tangencial, ya que el mundo de los toros no despertaba sospechas en los censores franquistas, una primera obra suya, tras la guerra, se introdujo en el mercado.

Quizás, sin el éxito de público de Juan Belmonte, matador de toros. Su vida y sus hazañas, la posterior recuperación de la restante obra de Chaves no hubiera encontrado el terreno tan abonado. Cuando María Isabel Cintas, Alberto Marina y Abelardo Linares, entre otros, pusieron en marcha su necesaria y meritoria labor para reeditar otros títulos, ya la obra de Alianza editorial había difundido y prestigiado a este autor. Muchos lectores se preguntaban si era mero azar, o feliz coincidencia entre dos caracteres afines, el que se hubiera realizado de manera tan sugestiva el diálogo, mano a mano, entre reportero y lidiador. La consolidación de la fortuna literaria de Chaves -convertido, en los últimos años, en uno de los autores olvidados más rescatados, reeditados y mejor acogidos por lectores y crítica- confirma lo bien fundada que estuvo la excelente opinión proyectada inicialmente sobre la biografía del torero sevillano.

Pero el logro de aquel mano a mano literario entre Belmonte y Chaves plantea otros llamativos interrogantes. No era este último, un escritor que perteneciera ni se interesase de manera explícita por el mundo del toro y sus aledaños. Mas bien -como su contemporáneo, también sevillano y periodista, López Pinillos Parmeno- mantenía un cierto distanciamiento crítico hacía la fiesta. Sin embargo, la lectura del libro manifiesta que está escrito desde dentro, por alguien que ha sabido con liberal tolerancia, suma curiosidad y fina inteligencia, acercarse y captar los entresijos sociales de la fiesta de toros y darle la voz a uno de sus representantes más singulares, en una época en que se cierra un brillante ciclo de la tauromaquia y se inicia otro lleno de incógnitas.

Por tanto, de este libro se desprende, entre otras, una clara enseñanza: no se necesita ser un escritor taurino para escribir un libro indispensable sobre un gran torero. Incluso puede, que este alejamiento favoreciese la perspectiva elegida por Chaves y facilitara su éxito entre el público no iniciado. Otro tanto, podría decirse de la elegía de García Lorca dedicada, por esos mismos años, a Sánchez Mejías. Uno de los cantos líricos más impregnados de belleza y autenticidad literaria para dar cuenta de la muerte de un torero, surgió de un poeta que solo muy de tarde en tarde participaba del clima interno de la Fiesta. Ante la pregunta ¿por qué se podía escribir tan bien de toros estando precisamente fuera de ese mundo? quizás cabe responder que la sociedad española estaba, por entonces, empapada de valores, de referencias, de palabras, de imágenes que procedían de la fiesta. Cuando autores alejados o incluso manifiestamente antitaurinos como Parmeno, Blasco Ibáñez o Eugenio Noel, escribían de toros, estaban ya embebidos por la cultura misma que rechazaban y eso les presta un sabor muy especial y entrañable a sus obras. Criticaban pero sabían. Eran unos antitaurinos que dominaban el discurso de unos adversarios que no eran todavía considerados enemigos. Así, también Chaves supo adaptar su mirada y sus formas expresivas para recoger mejor la palabra que daba cuenta de la vida y de las hazañas de Belmonte.

Gracias a estos destinos cruzados, fraguó uno de los más hermosos intercambios de prendas y avíos de la historia literaria de la tauromaquia: Chaves mantuvo viva la memoria de Belmonte, y este último dio vida pública a un escritor que no merecía permanecer más tiempo en el olvido.

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