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Azul y oro para un torero con espíritu del ‘Quattrocento’

Historia taurina

Mario Cabré veía en el toreo una actividad más para expresar sus sentimientos más profundos; fue productor de teatro, rapsoda actor y presentador de éxito en la televisión

Traje de Mario Cabré en su estreno en la Maestranza. / Emilio Lentisco
Salvador Giménez

30 de agosto 2020 - 02:16

¡Qué bonita está Sevilla! La Giralda emerge suntuosa al amanecer del primer día de octubre de 1943. El chirriar de los pájaros pone banda sonora en los aledaños de su Catedral. Es el final del veranillo de San Miguel, la ciudad alarga sus días septembrinos en honor al Arcángel. La luz irradia en la ciudad y sus gentes le dan vida con la mirada triste y retrospectiva de la incivil contienda entre hermanos, la cual trata de olvidar a toda costa.

En alguna pared se aprecia, pegado con basto engrudo, el cartel de la corrida que se celebraría esa tarde la Real Maestranza sevillana. Seis toros de Francisco Chica, antes Braganza, para Domingo Ortega, Luis Gómez El Estudiante y Mario Cabré, que tomaría la alternativa. Día de fiesta en la ciudad y por ello día de toros.

En un hotel descansa un hombre de espíritu inquieto. Su cuerpo tal vez repose tendido en la cama de la habitación. Su mente seguro que está en otra cosa. Puede que esté ideando las faenas que sueña realizar en esta tarde de su alternativa. O tal vez imagina poemas para cantar a alguna bella mujer. Quizás recuerda textos de Zorrilla, Shakespeare o cualquier otro reputado autor teatral.

Mario Cabré, el torero que se convertirá en matador de toros, es un hombre polifacético y de múltiples inquietudes, aunque todas ellas con la sensibilidad suficiente para conmover a aquellos que quisieran acercarse a las artes. El toreo, aunque hoy se niegue, es un arte. Un arte ancestral que tiene como base un rito milenario. Un arte en el que el material que maneja el artista no es inerte. El artista para expresar tiene una materia viva que es difícil, muy difícil de moldear.

El espíritu de caballero renacentista de Mario Cabré veía en el toreo una actividad más para expresar sus sentimientos más profundos. Desde muy joven, antes de la guerra, y cuando se anunciaba Cabrerito, destacó por su manejo con la capa. Sus lances eran abandonados, desmadejados, de manos muy bajas y una expresión artística muy difícil de superar. Aquello de dio fama y por ello tuvo una carrera de vértigo, que le llevó a tomar la alternativa como matador en un escenario que muchos artistas sueñan. Era la tarde soñada para aquel poeta que sabia torear, como lo describió Jacinto Benavente, por eso Cabré se sentía torero a toda costa.

Mario Cabré y Ava Gadner / El Día

Vestido de azul y oro hizo el paseo sobre el dorado albero. A un lado Domingo Ortega, al otro Luis Gómez El Estudiante, casi . Sale el toro de la ceremonia. Se llama Negociante, de pelo negro zaino y lleva el hierro que un día perteneciera a la monarquía portuguesa. Domingo Ortega le cede muleta y estoque. El fino y polifacético torero catalán lo intenta, pero se estrella con el pobre juego de su oponente. Igual suerte corre en el sexto. Los toros no le ayudan en fecha tan importante para un torero. Eso sí, vuelve a lucir con el capote. En quites maneja el percal como si hubiera nacido en el arrabal de Triana en lugar de la Ciudad Condal. Es su mejor aval. El capote de Mario Cabré, junto con el de Pepe Luis Vázquez y Manolo Escudero, es de los mejores de su época.

Termina la corrida. Cabré vuelve al hotel. Se despoja del azul chispeante y su mente sigue soñando en mil disciplinas. Quién sabe si se sentó y escribió algún poema sobre tan marcada fecha. Unos días después, de nuevo Domingo Ortega como padrino, confirma su doctorado en Madrid. ¡Que dos compromisos en tan pocos días! De nuevo su mágico capote y sus lances de manos bajísimas impresionan al respetable.

Toreó poco las temporadas siguientes. Alternaba los ruedos con otras disciplinas. El toro es muy celoso. Para ser figura del toreo hay que estar centrado completamente en él. Para Cabré era imposible, aún así triunfo en los ruedos. En los teatros representó magistralmente el personaje de don Juan Tenorio. Se dio el caso de torear por la tarde y representar a Zorrilla por la noche.

También destacó en el cine. Su participación en la película Pandora y el holandés errante le llevo a conocer a Ava Gadner, con quien sostuvo un romance, que llevo a Frank Sinatra, en un ataque de celos, a viajar inesperadamente a Tossa de Mar, donde se rodó la película, para poner un poco de orden. No llego la sangre al río. Eso sí, Mario Cabré escribió su Dietario poético a Ava Gadner, que fue publicado en 1950. Dos años antes también fue publicada su elegía a Manolete, torero al que admiraba pese al no haber alternado nunca con él.

También fue productor de teatro, rapsoda y presentador de éxito en la incipiente televisión. Abandonó los ruedos en 1960 alternando en la Monumental de Barcelona con Antonio Bienvenida, Joaquín Bernardó y José María Clavel, estoqueando ocho toros de la ganadería de Isabel Rosa González. Ahí acabo su vida torera, aunque siempre llevó a gala haber sido matador de toros. De hecho, comentaba públicamente al final de su vida: “Sóc torero i catalá, que equival al ser dues vegades torero” [“Soy torero y catalán, que equivale al ser dos veces torero”].

Hombre polifacético, de mente inquieta y adelantado a su época. Como él mismo afirmaba convencido: “Fui poeta por inspiración divina, actor por atavismo y torero por destino, que es el que nos hace ir por caminos insospechados, queramos o no”. Una figura para recordar en estos tiempos de gentes acomplejadas y mentes cerradas. Mario Cabré, catalán, torero y actor, una figura a poner en valor hoy en día. Una mente renacentista en el cuerpo de un matador de toros catalán y español.

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