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El videoclub, el Netflix que había debajo de casa

Crónicas analógicas (II)

El VHS se impuso en su momento al Beta y al 2000, después llegó el DVD y el Blu Ray perdió ante la piratería y el posterior 'streaming'

Carátula de uno de los primeros grandes éxitos del videoclub, 'Los bingueros'

¿Cómo podrían entender nuestros descendientes los requisitos que había que hacer para ver en casa una película de Disney?

Nada de darle a un bar de botones y elegir entre cientos de títulos en Disney + o en Movistar +. Ir al videoclub de la esquina (los llegó a haber en todas las esquinas) y buscar la película del momento (Rocky V, Gremlins 2, E.T., Cristóbal Colón de oficio descubridor) era una proeza deportiva y driblar listas de espera.

Para que se popularizaran estos antepasados analógicos de Netflix primero debieron ponerse al alcance los aparatos. El vídeo tuvo su presentación en vísperas del Mundial 82 y en esos momentos competían tres sistemas: dos nipones, VHS y Betamax, y el europeo 2000, de Philips. El que eligió el 2000 se lo comió con patatas y los que compraron un Beta de Sony lo lamentaron junto al Muro.

Un vídeo de los primeros era caro de narices, por encima de las 100.000 pesetas, al poder adquistivo actual sobre los 5.000 euros. Las españoladas de siempre, el porno con muchos pelos y las películas de Bruce Lee fueron las primeras estrellas del videoclub de nuestra barriada, rival de las dos cadenas que tenía el televisor.

En aquella burbuja del videoclub había que ingresar pagando una película, que costaban en torno a las 10.000 pesetas, para así acceder a las demás cintas en alquiler (cuota mensual de 2.000 pesetas o 300 por alquiler) . Y por favor, rebobinen las cintas al traerlas de casa, que se cabrea el dependiente.

Entrados los 80 las majors de Hollywood comenzaron a tener todo su catálogo y Disney, con las películas más ansiadas, entró de forma tímida en este mercado hasta comenzar a vender las películas cuando bajaron los precios. Los ‘clásicos’ costaban en los 90 unas 2.500 pesetas el capricho.

Los videoclubes se fueron adaptando a los precios a medida que aparatos y cintas se abarataban. Con el nuevo siglo caía el VHSfrente al DVD mientras pinchaba el que iba a ser su sucesor, el Blu Ray. En esas el videoclub, ese negocio casero tan redondo, fue cediendo ante los contenidos pirateados. El streaming, ya en esta década pasada, (y Blockbuster lamentará por siempre no haberse aliado con Netflix) ha destinado los últimos videoclubes a convertirse en museos.

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