Las siete vidas de Valerio
La Academia de Televisión prepara un homenaje al recientemente fallecido realizador y directivo
Nada se pierde, todo se transforma. La carta de presentación de Valerio Lazarov en España fue una declaración de principios. Importador de la más vivaracha telebasura italiana hace veinte años, siempre fue un enamorado de los muslos, las estrellas, los vaivenes y el gag sincero. El fallecido realizador, cascarrabias e intuitivo, confió siempre en su criterio del entretenimiento y los fuegos artificiales por encima de todas las cosas, sobre todo si había un nombre famoso por delante. Dio la oportunidad a decenas de cantantes y humoristas, buenos, malos y malísimos, y esa televisión que tanto se transformaba le superó como una ola gigante cuando, con el nuevo siglo, unos modernizaban las parrillas y otros refinaban el afán de este rumano por las naderías y las pechugas.
Lazarov (1935-2009) vivió varias vidas en una, y casi siempre en torno a un televisor o a un despacho. Aquel chico que padeció lo suyo durante la Segunda Guerra Mundial, en la encrucijada carpática, se convirtió en el alumno más aventajado de la televisión de Ceaucescu. El más imaginativo realizador de aquel régimen de careta progre. En cuanto despuntaba fue fichado por el juguete de otro dictador, la TVE de Franco, que intentaba ser un escaparate de modernidad ante Europa para esconder su auténtico reality interior. Siendo director general del invento Adolfo Suárez, qué cosas, el coordinador del ente, Juan José Rosón, lo fichó en el Festival de Montecarlo de 1968 (Salomé contactó con él en catalán). La tele franquista necesitaba alguien experto en convertir la pantalla en blanco y negro en un sonajero de lentejuelas. Algunos de esos trabajos fue El irreal Madrid, un potaje de protovideoclips, con críticas veladas e imágenes oníricas, que hubiera firmado Almodóvar. Pero Lazarov tomó el camino de los Ozores. Él era la traslación al monitor del landismo y del posterior estesopajarismo. Se especializó en Nocheviejas y en los especiales musicales, cuando TVE se convertía en una sala de fiestas, como en aquel OT de Atapuerca, Pasaporte a Dublín. Su figura y su acento de entrenador yugoslavo crearon un tipo influyente y hasta se permitió estrenar las cámaras en color, las que estaban reservadas al funeral de Franco. Durante la agonía de la dictadura Lazarov se encargaba de hacernos creer que vivíamos en un mundo superfeliz, con Señoras y Señores o La noche de… . En 1978 estrenó Sumarísimo, con Manolo Codeso en el papel de juez de los famosos, un programa que nació varios lustros antes de lo previsto y cuyo fracaso le hizo emigrar con desdén hacia Italia. Valerio, siempre listo, pasó de la RAI al Canale 5 de Berlusconi, donde en los 80 fue madurando, sin saberlo, lo que después nos traería en la Telecinco de las ingenuas Mamachichos.
A tan rápido auge le sobrevino un meteórico cataclismo y el anquilosado concepto de Lazarov fue relevado por una reinventada programación con nuevos 'capos', Carlotti y Vasile, que aún hoy siguen controlando el negocio. Fundó la productora Prime Time, la del Hostal Royal Manzanares de Lina Morgan, mientras regresaba a TVE para aligerar la parrilla. Mecachis, qué hortera fue su gala del 40º aniversario. Su olfato se fue atrofiando, para pasar a un segundo plano en el zoom. La Academia de TV prepara el homenaje a ese gruñón sagaz que nos hizo la vida, a ratos, más cascabelera.
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