Antonio Hernández Rodicio
'Borraxeira' política
Como ha pasado con otras series, la ciencia ficción fue el refugio argumental para tratar temáticas más complejas y delicadas. Kenneth Johnson, el productor ejecutivo de la floja El increíble Hulk (los domingos en la sobremesa de la Segunda Cadena, aquello nos parecía un lujo), planeaba el sometimiento de Estados Unidos a un partido nazi que convertía el plácido imperio en una cruel dictadura, uno de los grandes terrores insertados en el subconsciente norteamericano. A la cadena NBC le gustaba indagar en esa huella de los temores colectivos, pero reorientó la Gestapo surgida en las alcantarillas de Washington hacia unas naves espaciales que llegaban a nuestro planeta para extraer el agua y de paso llenar la nevera a costa de nuestros propios cuerpos y toda la remesa de roedores. V rompía esquemas para un espectador español que recibía ficciones a cuentagotas todavía hace treinta años, tan lejos y tan cerca.
Hace treinta años las pegatinas de los protagonistas de la serie V se prodigaban por las carpetas de los estudiantes de EGB, BUP, COU y FP. Pegatinas que ofrecía la revista Tele-Indiscreta, de la editora de Pronto, Nuevo Vale y Superpop, las otras cabeceras que cobijaron en sus portadas, pósteres (qué cosa más antigua) y secciones estelares a los actores de la serie de los visitantes y los resistentes: una historia de la Segunda Guerra Mundial convertida en invasión orsonwelliana a la Tierra. Cebo para adolescentes.
Hace exactamente treinta años, en la tarde del 16 de marzo de 1985, se emitía el episodio El rayo maldito, cuando los alienígenas, que ocultaban su piel escamosa mientras devoraban ratas a escondidas, fallecían a manojitos víctimas del polvo rojo que pasó a la posteridad por el último tanguillo. El que cantara Pepe Da Rosa a Los lagartos de la tele. Tres decenios atrás aún no había televisión matinal en España, las dos cadenas de TVE cerraban a medianoche y lo más espectacular podía ser el estreno de Lucky Luke en la sobremesa del sábado, antiguo territorio de Heidi, Dartacán o Don Quijote, famélico postre tras un mediodía con La bola de cristal.
En una parrilla tan escueta y falta de chicha, un público impresionable por embarazos extraterrestres, chupas con esvásticas y curvas como las de Diana (si no quieren decepcionarse, no busquen a Jane Badler por Google) quedaba conmocionado por esta miniserie estrenada en EEUU en 1983 que terminó convirtiéndose en una simple serie de batallas entre marcianos y terrícolas. Guerra interestelar donde llegó a anunciarse a Córdoba como "la última ciudad libre de España", con una resistencia liderada por un tal Juan Palacios, del que sólo supimos algo de boca del informador que abría cada episodio de lo que era tercera temporada (aunque TVE emitió V de un tirón).
Los Visitantes (la V aludía a ellos y a la victoria, con los inquietantes sones de esta letra por código morse) eran el fenómeno de una TVE ya tutelada por el PSOE de una España, muy ingenua, que aún dudaba sobre si salía o no de la OTAN y ahora nos parece que todo estaba por escribir, trincarse y descubrirse. El tiempo nos espabiló a todos y estos alienígenas persiguiendo a nuestro verdadero líder, Mike Donovan (chupaos esa, Pablo y Albert), forma parte fundamental de nuestros terrores favoritos de mentirijillas.
La adaptación de 2009, que ha venido ofreciendo Canal Sur, desmereció aquellos recuerdos y cuando sus productores quisieron reaccionar con altura, ya fue tarde. Por allí andaba nuestra Diana, irreconocible: muy mayor y sin ganas de destilar maldad. Cómo hemos cambiado. Incluso la lagarta.
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