Tribuna Económica
Joaquín Aurioles
Inventarios de diciembre (4). Desigualdad
Nostalgia
Le bastaron diez minutos a Piraña para dejarnos a todos boquiabiertos. Ese niño parecía la reencarnación infantil de Charles Laughton y había convertido un agujero en la arena de la playa de Burriana, en una suerte de Epidauro malagueño. ¡Qué manera de interpretar, qué vis cómica! Mercero: “¿Pi, puedes eructar?”. “Sin problema, diré, que me traigan dos cocacolas y otro bocata”. Dicho y hecho. Mercero: “Chano ya lo has oído. Cárdenas, graba sonido sin cortar. Arijita, cuidado con el micro. Peluquería, Sastrería y Maquillaje, quietos. Pepe, ¿es buena por luz?”. “Perfecta”. “Carlos ¿cuadro?”. “OK”. “Juan de Dios, motor y no cortes. Arellano, claqueta de final... Madre mía... Lucía, esta es muy buena, a positivar en color... (Ahí va Dios, con el niño)”. Alarido vasco como de la Real Sociedad.
Y fue entonces, cuando por la derecha de cámara, entró en cuadro y en primer plano Tito, quien domesticando el tiempo, mirando con desparpajo y fijamente a los ojos de Piraña, a la vez que le enviaba dos o tres muecas/ráfaga, marca de la casa, le espetó: “Hola Pi”. Y la química y la física cuántica actuaron, y lo que tenia que suceder, sucedió, dando origen a una de las parejas más memorables de la televisión en España, por los siglos de los siglos.
Tito, con su técnica natural de robar plano comiendo pipas y escupiendo las cáscaras al cielo, a la vez que su cabeza, cara, cuello y ojos ejecutaban mil pantomimas y calambres, que inevitablemente desviaban la atención hacia él, sacaba algunas veces de quicio a Ferrandis. Entonces, lo acercaba hacia la silla del director, lo cogía cariñosamente por los hombros, se le quedaba mirando unos segundos y exclamaba: “jodido niño”, soltando su carcajada contagiosa. Don Antonio Ferrandis, era príncipe en el Teatro María Guerrero de Madrid. Grande entre los grandes, tenía fama de Ogro. Muy pronto pudimos comprobar, cómo Chanquete era en realidad una persona afable, cariñosa y atenta, además de un extraordinario profesional y compañero. Suele pasar que en el teatro, una vez que se levanta el telón, ya todo depende de uno mismo, y eso produce un gran estrés y a veces irascibilidad previa en los grandes actores.
En cambio en el cine, el resultado final del actor queda en manos de muchos profesionales. Si este confía en el director y en el productor, dormirá tranquilo. Ferrandis era muy feliz en Nerja. Sus invitaciones a degustar los buenísimos arroces que cocinaba con mimo valenciano en la vieja terraza del Hotel Calabella, eran legendarias. ¡Cuánto se aprende con un actor como él! A controlar la mirada. A modular la voz. A mover el cuerpo. A contener los sentimientos, el amor o la ira, a expresar u ocultar pasiones que habitan en el fondo de nuestro ser. Antonio Ferrandis, fue para mí un gran maestro de profesión y de vida, y sobre todo un querido amigo. Amaba muchísimo a toda la pandilla, y durante 18 meses tuvieron en él a un segundo padre, a un maestro y a un protector que nunca les decepcionó...
Chanquete decía que Mercero y María Garralón eran nuestros Hitchcoch & Kim Novack, solo que Antonio era más guapo, más joven y mucho más delgado. Y además, era de San Sebastián. Los tres conformaban el núcleo duro de la serie y desbordaban complicidad, lo que sin duda fue decisivo para su enorme éxito posterior. Enfoqué por cámara mil veces la cara de Julia, y su bello rostro, me quedó ya grabado para siempre como muestra de credibilidad, dulzura e integridad.
Haber pasado año y medio a no más de 3 metros de Antonio Mercero, aprendiendo de su técnica, escuchado sus lecciones de vida y disfrutando de su sentido del humor, ha sido, junto a mi otra experiencia similar con Félix Rodríguez de la Fuente, de lo mejor que me ha regalado mi vida profesional. El cine de Mercero no era ni épico ni grandilocuente, ni pretencioso, siempre quiso ser cotidiano y social, y su objetivo era, ni más ni menos, que el de levantar acta y reflejar los vertiginosos cambios que sucedían en el discurrir apasionante de una España en ebullición, que estrenaba democracia y libertad y que rebosaba optimismo y esperanza. Alguna gente ha tachado a Verano Azul de serie mojigata, ñoña y conservadora. Pero no lo fue.
Se llegaba más allá de a donde se podía. Y mira que empujábamos. De una manera rudimentaria y elemental, si se quiere, se abordaron asuntos tabú hasta entonces. Hay que rebobinar 40 años y situar la serie en su contexto televisivo internacional. Miles de mujeres periodistas en este país, a punto de jubilarse, decidieron su profesión entonces, al ver brincar con música inspiradora de fondo por las calles de Minniapolis a una chica monísima, Mary Taylor Moore, que lanzaba juguetona su gorrito multicolor al cielo. Los chicos lo hicieron con su jefe Lou Grant, que ponía el periódico del día anterior en el fondo de la jaula del canario. La gente se volvía loca con ‘Love Boat’ o ‘Vacaciones en el Mar’. Y... A Javi le mola Bea.
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