El servicio público de fastidiar a los famosos, la docuserie 'Paparazzi'

Para captar con el teleobjetivo a la entonces princesa Letizia en bikini, el fotógrafo Antonio Catalán tuvo que camuflarse por los matorrales de un islote balear durante días. Podía ser la futura reina o cualquier otro famoso en yate el que podía ponerse a tiro entre esas inhóspitas roca de una idílica cala. Era una caza total a la indiscreción, a un achuchón ilustre, ejem, al romance clandestino, al famoso pasado de kilos. Los reporteros que patrullan por el litoral o que hacen guardia ante domicilios a veces inconfensables alimentaron las páginas de colores cuando el papel se cotizaba al alza. Después pudo ser en los programas del corazón y ya en todos los soportes audiovisuales, y virales, inimaginables. Saber de la vida del otro, en especial si es poderoso, conocerles en sus debilidades y asombrarse ante sus exhibiciones, ha sido un (muy) boyante negocio, ahora al menos aceptable, que atiende a un público que se decanta por unos contenidos que no son tan simples como a veces parecen.

Los famosos y cómo son, las estrellas y su relación con sus fans y sus haters, son una muestra esmaltada del contexto social e histórico. Las propias revistas y lo que cuentan son reflejo y relato de la evolución de lo que entendemos en el periodismo como "espuma de la vida", término que acuñó ¡Hola!. Este domingo Movistar Plus + estrena Paparazzi, una docuserie en tres entregas que es el envés de lo que cada día se cuenta en las mañanas y tardes televisivas y aparece en las webs y revistas especializadas. Un conjunto donde los reporteros y editores junto a los propios famosos (a veces víctimas, otras masajeados convidados) desarman la intrahistoria de las portadas y la historia de sus publicaciones. La serie está dirigida por Santi Acosta, de Salsa Rosa a De viernes, en un trabajo diferente a su batalla semanal por el sensacionalismo para contar cómo fueron y son todas esas personas de las que rodeó durante años en los platós. Con veteranas en persecuciones como Ana Obregón y Norma Duval y echando la vista atrás a exclusivones que hacían vender cientos de miles de ejemplares como el pecho desnudo de Marisol, el falso robado del busto de Lola Flores o las bragas olvidadas de Marta Chávarri, que derrumbaron una gran operación empresarial. Fueron más mujeres que hombres lo que salieron mal parados de este sin vivir de los fotógrafos que acechaban (y acechan, junto a una legión de móviles anónimos).

Tan temidos como odiados, tan cómplices como enemigos, los paparazzi de las Españas, de las distintas Españas que se cuentan por décadas, fueron cebadores de ese placer culpable colectivo, a veces insano, otras simplemente divertido, del cotilleo y la mirada de reojo.