¿Quién puede hacer llorar a un niño? La Semana Santa

Opinión

Una costalera de la Piedad de Córdoba llora por no poder realizar la salida procesional / EFE

Me dirán que estoy loco. Que cómo se me ocurre plantear esto. Que lo que propongo es imposible. Por logística, por tradición, creencias. Porque el periodo de vacaciones es el que es. Hasta por principios. Sin embargo, porque creo en la Semana Santa como Semana Mayor, porque la siento (hay acontecimientos que se sienten o no se sienten, y que tampoco viene a cuento racionalizar), y porque a la vez creo en las agencias meteorológicas, me parece de todo punto un atropello que la celebración no haya sido aplazada en bloque en toda Andalucía como mínimo una semana (o dos).

A grandes males, grandes remedios, y sé que es difícil en una manifestación religiosa tan atomizada, donde existen tantísimas entidades en las que a su vez tantas personas mandan tanto (digamos que tienen tanta responsabilidad en sus manos) poner de acuerdo siquiera a las que conviven en una misma ciudad. Cada una adopta sus decisiones, y la consecuencia de ello ha sido un fracaso colectivo, una frustración de la que nos recuperaremos, o no, a partir del 13 de abril de 2025. Sólo cabe una pregunta. Como humanos que somos, ¿en qué circunstancias estaremos? ¿Cómo nuestros seres queridos? ¿Se habrá desatado oficialmente la Mundial (la guerra, se entiende)?

Debido a mi agorafobia creciente, he seguido en Canal Sur todos los minutos que se han emitido de eventos relacionados con nuestra Semana Santa, y si algo me parte el corazón es ver llorar a un niño. Hasta los más indomables se convierten en ángeles en el contexto de un cortejo procesional.

En el contexto meteorológico de este 2024 no cabían dudas. Cuando llegó el Domingo de Ramos nos metíamos en la boca del lobo. Un frente de borrascas iba a barrer Andalucía desde Huelva a Almería, con prólogo de lluvias de barro, seguido de tormentas y aguaceros con rachas de viento muy fuertes. Así hasta el Domingo de Resurrección. Las predicciones, unánimes alcanzaban las ocho provincias.

Ante esa situación, la autoridad competente debía haber tomado cartas en el asunto, y en lugar de dejar a los actores al albur de la peor de las opciones, la incertidumbre, asumir que estamos en el 2024 y optar por el aplazamiento. Dejar que la Semana Santa andaluza siguiese su curso fue una lástima. Porque incertidumbre no había ninguna: iba a pasar lo que pasó: las consultas de primaria sabrán la de resfriados que habrá estos días.

El experto Miguel Ángel Moreno inventarió con claridad las cifras que se movían en Andalucía: 2.500 hermandades (a dos pasos, 5.000 imágenes en las calles) y 600.000 hermanos de número con la papeleta expedida (denominados en cada demarcación de una manera). Detrás de cada uno de ellos, una historia. Pero en conjunto, la fiesta más enorme celebrada en España, simultáneamente, en una misma autonomía.

Este hipotético aplazamiento que sugiero y por el que algunos me tildarán de loco me recuerda a aquel día aciago de marzo de 2020 en que se suspendieron las Fallas por la pandemia. Oficialmente, los monumentos se plantan el día 15 pero muchos, de facto, ya estaban plantados, se habían disparado doce mascletás en la plaza del Ayuntamiento, y la fiesta se tuvo que interrumpir de un día para otro. Muchas fallas grandes se quemaron de madrugada clandestinamente para no crear efecto llamada. Cuando vimos las grabaciones días después lloramos.

Afortunadamente, ahora no hay Covid. Ha sido solamente una semana de borrascas. El fin de semana podría volver a ser Domingo de Ramos. De acuerdo que algunos no podrían venir. Pero estoy seguro que, si se lanzara la llamada, los imprescindibles para que todo saliese bien, estarían en sus puestos.

Porque para el 13 de abril de 2025 falta mucho. Desde el Papa Francisco hacia abajo, nadie nos garantiza que estemos ahí para contarlo.

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