¿Desde cuando los que pierden se llevan el juego del programa?
Historias de la tele
La expresión “llevarse el juego del programa” se ha convertido en sinónimo de quedar vencido con la cabeza gacha. Todos los concursantes de los espacios de la actual parrilla se suelen despedir portando la caja con el juego, acompañado de una sonrisa de resignación. Aunque no siempre es así, los famosos de Pasapalabra se sienten tan ilusionados con él como el cheque que reciben por participar en el programa más visto de las tardes. Llevarse el juego es un consuelo. Los que lo compran trasladan a casa lo que se ve en la pantalla, para festejo familiar. Cuántas noches de mesa camilla se han resuelto con un buen rato de Atrapa un millón o La ruleta de la fortuna (ahora de la ‘suerte’), que fue el primer concurso de una cadena privada, en Antena 3, que saltó a los estantes de las jugueterías.
El juego del programa, que tanto se alude en broma a los que sufren una derrota, tuvo su invención en España (como no podía ser de otra manera), con el Un, dos tres.
El formato de entretenimiento más querido por la audiencia, un patrimonio nacional de recuerdos para todos los españoles mayores de 30 años, cumple medio siglo. Hace 50 años, el 24 de abril de 1972, aparecía sin aspavientos en la Primera Cadena un concurso de azafatas con minifaldas y gafas con la conducción de un presentador llegado de Perú y que hasta entonces sólo había aparecido en espacios infantiles, Kiko Ledgard. El animador sudamericano traía un amplio bagaje de su tierra y por allá ya había probado mecánicas que fueron aprovechadas por Chicho Ibáñez Serrador.
El realizador de Historias para no dormir Historias para no dormiratendió un encargo rutinario del que no podía imaginarse nadie que iba a ser un motivo de paralización del país en los años 70 y 80. Al no estar seguro de que aquello podía funcionar se integró todo: preguntas y respuestas, pruebas de habilidad y pulso psicológico (la especialidad de la casa) a través de la subasta; un, dos, tres. Chicho ni siquiera firmó el primer programa porque realizar un concurso podía mancharle la carrera. Y al final, le cambió la vida. A él y a todos cuantos aparecieron por su plató.
Hace medio siglo, pese a la censura, TVE era una de las cadenas de referencia en Europa por su innovación y calidad de formatos (la sociedad y la televisión iban por delante del contexto político). Un, dos, tres es exponente de grandes años del monopolio. Es un formato que se recuerda con cariño aunque la audiencia actual no aguantaría la cadencia de entonces.
El 'merchandising' de Don Cicuta
El Un, dos, tres de hace un siglo tuvo un hallazgo afortunado en especial. Ibáñez Serrador creó unos enemigos de los concursantes, un remedo de los censores de TVE, tacañones traídos de Historias de la frivolidad. Y ahí apareció el gruñón de Don Cicuta, a cargo de un actor secundario, Valentín Tornos, que se veía de vuelta, sin su gran oportunidad. El censor se convirtió en el personaje más popular de aquellos años, en vísperas y durante la crisis del petróleo.
Con Don Cicuta se instaura el merchandising para los programas de TVE. Con su efigie se hicieron juguetes, ropa, material escolar. Tornos saboreó la gloria en los últimos años de su vida. No pudo estar en la segunda etapa, ya en color, en 1976, donde la Ruperta, la calabaza, la mascota, tomaba su relevo de imagen. Y el Un, dos, tres, con Don Cicuta, instaura también “el juego del programa”.
El público pedía jugar al Un, dos, tres en sus casas y una empresa valenciana diseñó un conseguido juguete que también se llevaban aquello concursantes perdedores.
Chicho rizó la consolación creando para los que no iban a la subasta, en la etapa de donde surgiría Victoria Abril, El juego de la pera, que triunfó en el verano del 77. Un, dos, tres aprovechó su marca. Era el programa que reunía con una risa a todos los españoles. Y 50 años después hay que aplaudirlo.
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