'El perro de Flandes', la Navidad más triste y censurada
Ficción infantil dolorosa
TVE retiró en dos ocasiones esta serie de animación japonesa, sucesora de 'Heidi', para no emitir su trágico final y en el doblaje de esta animación en los años 90 se alteró el desenlace para no traumatizar a los niños
De esta serie surgió el nombre de "Aroa", por la pronunciación japonesa de "Alois"
Entre Heidi y Marco,HeidiMarco, las series anime que marcaron a la generación boomer española, en Japón, en Fuji TV, se emitió otra adaptación literaria europea de Nippon Animation. Series que se extendían durante un año entero, media hora por semana, fórmulas de emisión de otro tiempo.
Ese libro animado fue El perro de Flandes, que es la ficción que más impactó a los japoneses del desarrollo preinformático, por encima de Marco. Lloraron de lo lindo pero por aquí esa ficción cánida, el tiempo entre zuecos, no llegó a emitirse al completo en las dos ocasiones en que la programó en TVE. Y su final, que fue visto en Telecinco quince años después, fue censurado, dulcificado. Cuando volvió a doblarse en los años 90 (ya que no se habían doblado entonces la mitad de los episodios) se optó por alterar el remate de la serie y darle un tramposo desenlace feliz.
Mucho antes de los melodramas turcos de larga duración que empapelan la TDT la animación japonesa, como bien recordamos, puso la mirada en los cuentos o novelas del siglo XIX europeos para moldear el gusto de los paisanos y a su vez abrir su ficción de puertas fuera, que para eso Mazinger y sus sucesores del manga estaban enseñando la nariz. Personajes de ojos enormes, paisajes exóticos para el personal oriental, costumbres reconocibles en todas las culturas y valores universales: la generosidad, la abnegación, la compasión. Y sus contrarios, la envidia, la crueldad, el clasismo.
El perro de Flandes es un agudo y lacrimógeno alegato contra el clasismo, el menosprecio social. Su protagonista, Nello, un huérfano de 10 años (un adolescente de 15 en la novela), pese a su bondad, sensibilidad y todas las ganas de trabajar y superarse, su talento indudable para poder salir de la miseria, que recoge a un perro maltratado para que ayude a su abuelo a llevar la leche de los paisanos al mercado de Amberes, se topa con la incomprensión de sus cercanos. El odio infundado de gran parte de su entorno y en especial del padre de su vecina, de la que está enamorado.
La escritora británica Marie Louise de la Ramée, con el sobrenombre de Ouida, escribió en 1872 el librito de este perro flamenco (claro, de Flandes) adoptado por un joven analfabeto que tiene dotes como dibujante que lo equiparan a Rubens, cuyos cuadros ocultos por telones en la catedral desea ver algún día. Y cuando los puede al fin contemplar gratis es en una nevada Nochebuena fatal.
Nello muere de frío en el templo de Amberes, acompañado de su fiel Patrasche y juntos son llevados por angelitos al cielo (en la intro de cada capítulo aparecía un spoiler como una catedral y no lo sospechábamos).
En el pueblo de Hoboken, donde vivían Nello y su perro, no se dan cuenta de la ausencia hasta la mañana de Navidad. En la serie animada los paisanos los buscan al darse cuenta del horrendo desprecio y abandono al que han tenido al niño prodigio, desahuciado de la casa de su abuelo fallecido, sin dinero, sin rumbo, sin destino. Que venga un turco a igualar esta tragedia concebida por De la Ramée.
Es una novela de denuncia, de un mundo de desigualdades sociales, del desamparo de la gente, de buenas personas sin oportunidad. Al XIX le quedaba un cacho de siglo de revueltas y aún llegaría un XX repleto de guerras y ajustes de cuentas. El texto es un lamento profético.
En TVE hubo miedo de emitir El perro de Flandes al completo en 1977. Marco, en 1976, se coló y tras el descubrimiento de Heidi llegó precipitado a la tarde de los sábados ese niño italiano que peregrina por toda Argentina hasta dar con su madre. Era un ansiado final feliz. Se iban estrenando los episodios al poco de la emisión en Japón (no era frecuente entonces).
Lo de Marco era un dramón, pero lo de ese perro, el abuelo chantajeado por el dueño maltratador y un nieto acusado de manera injusta de todo lo malo que pasaba en el pueblo, era un relato aún más desgarrador.
¿Por qué no 'triunfó' 'El perro de Flandes'?
La serie perruna que vieron los japoneses en 1975 se estrenó aquí dos años después entre semana, dentro de Un globo, dos globos, tres globos. Sufrió dos cambios de horario y se justificó su posterior retirada por baja audiencia (los audímetros aún tardarían más de quince años en desaparecer). TVE se quitó el mal trago de emitir las muertes del protagonista, el abuelo y su mascota.
En 1981 se apuró el segundo pase firmado, los sábados en la Segunda Cadena, y de nuevo sólo se ofrecieron la mitad de los episodios, 26 de 52, con la despedida de la enamorada, rumbo a Londres. Hasta 1992, en Telecinco, no se programaron los capítulos de la segunda parte, a cual más cruel mientras avanza la historia.
El abuelo, un veterano de guerra condenado a malvivir, se queda sin apenas recursos cuando otro vecino se ofrece a hacer el reparto de leche gratis, el anciano muere, el molino del terrateniente sale ardiendo y todos acusan al chaval que, para colmo, cuando se presenta a un concurso de pintura es vencido de manera dudosa por un niño bien… Si los pequeños espectadores españoles hubieran visto esos episodios en plena transición se habrían echado a la calle con los padres.
Muerte de los protaognistas
Fuji TV se dudó hasta el último momento, en la Navidad del 75, si emitir ese final o cambiarlo por un desenlace más consolador
En la versión doblada de los 70, cuando Nello se convierte en Nicolás, en el episodio final la maternal voz en off, una homilía fuera de guion (como decía Aute sobre Los 400 golpes), cuenta que el protagonista está dormido en el templo y que será rescatado por sus vecinos para que se convierta en un pintor famoso. Nada más lejos de la moraleja que había dejado la escritora sobre su obra.
Nello con su desangelada muerte, deseando encontrarse con su madre fallecida, está dando un dramático corte de mangas a los aldeanos. En la TVE de la transición hubiera sido durísimo contarlo.
Incluso en Fuji TV se dudó hasta el último momento, en la Navidad del 75, si emitir ese final o cambiarlo por un desenlace más consolador. El capítulo que cerraba El perro de Flandes tuvo por entonces y por allá un 30% de cuota de audiencia, al menos 20 millones de nipones llorando a moco tendido. Cuando un turista japonés visita Bélgica está deseando asomarse a la plaza de la catedral de Amberes y seguir los pasos de aquellos dibujados protagonistas que vieron de niños.
En 2010 se mejoró la lápida de carácter funerario que había para los ávidos fotógrafos orientales y se cambió por un enternecedor monumento en el que Nello y Patrasche aparecen dormidos bajo una alfombra de adoquines, homenaje a la lealtad y recuerdo de tan triste final. En el pueblo de la ficción, Hoboken, hay otra estatua, pero menos afortunada.
La anécdota de cómo surgió el nombre de Aroa
De haberse emitido aquellos episodios finales en TVE El perro de Flandes habría dejado una huella más profunda en la memoria de los niños españoles. Pero pese a que no se programó con tino dejó su recuerdo en el nombre de 21.181 españolas que se llaman Aroa. Este nombre no existía hasta que se emitió la serie y se hizo ligeramente popular por entonces.
El nombre de la amiga de Nello en la novela es Alois, que en japonés se pronuncia más o menos como “aroa” y en España se convirtió en ese Aroa que a partir de entonces entró en el registro civil. En el doblaje de los 90 el personaje se convertía en Marta, nombre muy alejado de la versión originaria. Aroa-Marta, siempre risueña al lado de su amor platónico, modelo de sus dibujos más inspirados, era la otra gran víctima de la tragedia. Una historia de amor imposible que es tan básica para tantos seriales que alimentan las parrillas. Hubiera sido honesto, aun a riesgo de traumatizar a la audiencia, como se temía, que El perro de Flandes se hubiera emitido en 1977 con su doloroso final, con su mensaje de denuncia social y emoción.
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