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Cuando José Luis López Vázquez ganó el primer Emmy de la TV en España

José Luis López Vázquez en 'La cabina' / RTVE
Francisco Andrés Gallardo - Jefe de sección de Vitally

27 de noviembre 2024 - 07:42

En la gala de los Emmy internacionales de este año dos programas españolas se han alzado con la estatuilla del máximo galardón televisivo internacional. Por un lado un documental de TV3, Punt de no retorn, sobre este complejo siglo en lo tecnológico y social; por otro una producción de Bambú, el serial de sobremesa La Promesa, que sigue la mejor tradición marcada desde décadas atrás por el Arriba y abajo británico.

Hasta los dos Emmy de este año, la TV en España sólo había alzado otros dos galardones (un pobre e injusto bagaje para nuestra industria televisiva). En 2018 se lo llevó la serie del momento, un fenómeno global como La casa de papel, y hasta entonces había que remontarse a 1973, con La cabina de Antonio Mercero, al que le quedaba por delante una abigarrada trayectoria en el cine y la televisión. Entre sus título más populares del realizador vasco, la inolvidable Verano Azul, Este señor de negro (López Vázquez u Juanito Navarro en serie), Turno de oficio o ya en los 90, para Antena 3, Farmacia de guardia.

Pero su gran reconocimiento internacional provino de un cuento de terror que irrumpió en las casas españolas del tardofranquismo, cuando el miedo impregnaba la sociedad española y en la efigie de uno de los actores más queridos, vinculado a la comedia aunque había ya protagonizado papeles dramáticos en el cine que reveleaban su carácter poliédirico.

José Luis López Vázquez (y su bigote, siempre unido a sus papeles para hacer reír) dejó boquiabierta a la sociedad española, muy impresionable y sacudida por el endurecimiento de la dictadura por entonces, con La cabina, con esta media hora de Mercero, casi muda, y que fue reconocida con el Emmy.

Hay que ponerse en situación cuando casi de refilón apareció este programa. Semanas antes de la Navidad de 1972 España vivía la resignación de un régimen que no terminaba de irse. Nada se movía, pero la sociedad experimentaba una rápida modernización y prosperidad. La economía y la tecnología avanzaban más rápido que la tosca política nacional.

Los años 60 habían sido tan convulsos como provechosos en toda Europa. El desarrollismo traía confort, pero la censura reflejaba en los medios una realidad distorsionada. En ese contexto, se estrena en TVE un mediometraje protagonizado por López Vázquez, al que siempre se celebra al verle ahí. Un programa de Antonio Mercero para presentar en festivales, en el que aparece un actor habitual de las carteleras, pero que se había prodigado poco por Prado del Rey.

Arrancaba La cabina y el público reconoce a su actor, con su aspecto reconocible de ciudadano medio, un español más, más bien taciturno y sin una arruga de sospecha, y se desatan las risas cuando se ve aprisionado en el cristal cuando iba a hacer una llamada telefónica. Mercero, en esa breve historia sin palabras, da rienda suelta a gags de cine cómico, pero de la risa de los mirones van trasladándosse, como si fuera la vida misma, de la comedia a la preocupación. Al miedo.

Había un triste ratón atrapado en La cabina, un inocente que podría ser cualquiera de nosotros, y que pasa a la invisibilidad con diligencia mecánica por unos funcionarios que eliminan la flamante cabina instalada en la plaza. Es una apócrifa trampa mortal. Su desdichada presa acaba en un cementerio de apresados en las cabinas exterminadoras.

Imaginen, o recuerden los mayores, el pasmo que hubo en aquellas casas cuando la tele apenas era un solo canal.

La cabinano era una historia cómica, aunque fuera cine mudo. Y ese ajusticiamiento en silencio, por inanición, era el terror ante nuestra vulnerabilidad. Dejó a España en shock.

Ya en la calle, donde por cualquier sospecha un ciudadano podía acabar en el calabozo por ser elemento subversivo, a ver quién se encerraba en una cabina, tan recurrentes entonces en las esquinas, en los barrios. Nadie quería ser López Vázquez y la puntera aguantó durante años las puertas. Pura sugestión. La cabiana era el terror ante la vulnerabilidad, ante nuestro desamparo. Ante nuestra frágil vida cuando las garras de la maldad nos apresan.

Qué gran premio Emmy.

Aquí está el programa íntegro:

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