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¿Por qué se grita tanto en los programas de televisión?

Cuestión de decibelios

Las exclamaciones, los cebos y las sorpresas marcan la pauta de todos los programas de entretenimiento más vistos en estos momentos

Los Javis en 'Mask Singer' / Atresmedia

Sólo en manos del maestro Jesús Quintero los susurros y los silencios podían acumular buenos índices de audiencia. Ahí existía guion y personajes, un espectáculo visual que en ocasiones no necesitaba palabras. Ya estamos acostumbrados a bajar el volumen del televisor no sólo cuando comienzan los anuncios sino a lo largo de las tardes y el prime time. Informativos al margen, todos los espacios más vistos, se fajan a través del grito y el aspaviento. De la fanfarria del presentador de circo se ha pasado a la exclamación continua y a la ráfaga para transitar de uno a otro segmento.

Da igual en qué contexto se encuentre el programa. Se fabrica la emoción en todos los formatos y géneros. A un concursante de MasterChef se le corta la mayonesa y lo anuncia a gritos desesperados. Un concursante de Pasapalabra acierta cualquier algoritmo gramatical y el plató se viene abajo a cada instante. Un peluche anónimo se decapita para mostrar quién va dentro en Mask Singer y el orgasmo de la grada ensordece a todo el barrio. Un contertulio de Todo es mentira o de Zapeando da el golpe con un chiste o con un zasca y ha de sonar de inmediato la campana. El Hormiguero vive en la calle del Infierno.

Las excepciones

El tono medio de una conversación habitual es lo más chirriante que pueda existir en la pantalla actual.

Jorge Javier Vázquez en faena / Mediaset

Mención aparte son los formatos de Telecinco, casi un mismo formato formado por una tertulia ruidosa donde cualquier frase puede ser motivo de iras y porfías. Los realities de Telecinco está concebidos para subrayar el conflicto o todas aquellas actividades (más o menos silenciosas, depende) que puedan desencadenar un griterío generalizado. En el plató y también en las casas.

Hasta en las redes sociales los timelines vociferan en frases e impactos dialécticos. Las gotículas casi nos llegan al cristal. Habría que usar mascarillas.

El tono medio de una conversación habitual es lo más chirriante que pueda existir en la pantalla actual. La charla-entrevista tiene más cabida en la franja matinal, acompañada del café, pero al poco los matinales necesitan de inmediato de esa tertulia encendida para que el espectador no se adormezca.

En la tuya o en la mía, el programa que Bertín Osborne estrenó en La 1 nació como un encuentro informal donde no era necesario el exhibicionismo ni la alharaca para escuchar a los invitados. La ambientación de aquellas entrevistas entre amigos han quedado atrás incluso en otros formatos que conduce el cantante jerezano.

En las cadenas públicas donde se prodigan por servicio los espacios de divulgación, y donde sobreviven los formatos culturales, el entusiasmo forzado y los modos superlativos no tienen cabida. Si para seguir Días de cine, Página 2, Tierra y mar o Salud al día tuviéramos que encarar a presentadores de dialéctica desbordante o a invitados sobreactuados sus temáticas quedarían devaluadas.

Todos los espectadores veteranos añoran La Clave pero hasta coloquios de La 2 como Millenium desaparecieron más bien entre la indiferencia. Incluso Jordi Hurtado en Saber y ganar sabe que para llamar la atención del espectador los concursantes deben aparentar que van como locos de una lado para otro del pequeño plató.

Pablo Motos en 'El Hormiguero', bailando incluso recién operado

La emoción, la llamada de atención general: la subida de volumen para que nadie pierda de vista la pantalla. A José Luis Moreno se le remeda aún con sus aullidos, pero hay que reconocer que fue profeta.

Hay excepciones prodigiosas dentro de este mundillo virtual hipermotivado como Juanra Bonet. El presentador de ¡Boom! y de ¿Quién quiere ser millonario? no necesita alzar la voz en sus programas. En el caso de las bombas ya es suficiente el chorro de espuma como para tener que subrayarlo con exclamaciones. Ya sea un cúmulo de aciertos como una anécdota o un error inesperado, a Bonet no se le tuercen las amígdalas.

Parte de las cuotas de audiencia de los programas se asientan en el golpe de efecto continuo, el grito, el cebo, la posible sorpresa. La televisión grita cada vez más y más. Tal vez porque nos estamos quedando sordos y ausentes de aturdimiento.

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