Un gran salto para la modernidad
50 años de la llegada a la Luna
Como adelanto en décadas a los ‘realities’, TVE fue narrando durante una semana la proeza del Apolo 11. Un científico, Luis Miravitlles, y un religioso, el padre Sobrino, respaldaban a Hermida
Apeemos mitos. Cuando Neil Armstrong pronuncia lo de “este es un pequeño paso... frrzz... para el hombre... frzzz... y un gran salto....” nadie le entendió.
De hecho Jesús Hermida, entre cansado y agobiado, se preguntaba qué demonios estaba diciendo el astronauta, pero tenía que seguir adelante. Relatando lo que mal veía en los monitores de la NASA para contar a los españoles un histórico momento masticado durante días en la programación de ese maravilloso invento de la tele en España. La modernidad a domicilio aumentada en valor por esta expedición que fue tratada en un adelantado reality, retransmitido como Supervivientes en el espacio.
Los Telediarios, con imágenes en cine, despachaban la sesgada información diaria en unos 20 minutos y apenas el fútbol y unas cuantas corridas de toros se retransmitían en directo (o, como sucedía en la víspera del 18 de julio, se ofrecía un concierto de bandas militares de Madrid).
Ocupar varias horas en aquella TVE del desarrollismo era algo excepcional. De ahí que fuera tan llamativo en su tiempo que la expedición estadounidense ocupara varios espacios diarios durante su viaje y unos 20 millones de españoles, cuando sólo había 3 millones de televisores repartidos por las casas y los bares, se despertaran para ver a la nave del tío Sam embarcarse en los cuernos de la luna.
“Jiuston, jiuston...”. El espacio era la casapuerta del futuro cuando en España aún nosotros andábamos por el callejón de Romanones. La gesta del Apolo 11 era la gran victoria estadounidense en la Guerra Fría y sumarnos a la costosa proeza no era sólo sentirnos uno más de la pandilla internacional, de la humanidad fetén, era formar parte de un mundo nuevo que iría para arriba como un cohete.
El contexto español
Y desde nuestro Fresnedillas, vértice entre Australia y Estados Unidos, se velaba por el éxito y se guiaba al Apolo hasta el infinito y más allá. Los tiempos se aceleraban. Un día después de que Armstrong acuñara su frase de sonido sucio y de que Hermida se tendiera en el césped de Florida mirando al cielo y pensando “ahí he estado yo”, don Juan Carlos se convertía en príncipe de España (título inventado ad hoc) y Adolfo Suárez, desde su gobernación segoviana, se preparaba para dirigir RTVE tras haber sido jefe de programas. Todo esto iba a ser un espejismo de Kubrick para la España franquista. Superado el sarampión de fricciones con la URSS, la nueva década sería complicada para un régimen que se veía cada vez más anacrónico y esa modernidad social acelerada, desde su entorno europeo, terminaría pasando como un rodillo de púas por las costillas del búnker.
En ese momento de 1969, cuando todo era tan gris como la arena lunar, la voz jovial del onubense Hermida, encendida por el milagro técnico de colocar a tres chalados en órbita, adelantaba en décadas la mentalidad de una España que aún recelaba de todo lo que fuera innovación y se peleaba con los influjos extranjeros.
La cobertura de TVE
En el plató de aquella madrugada se encontraba en Prado del Rey el profesor universitario barcelonés Luis Miravitlles, “la voz de la ciencia”, pionero de la divulgación científica en una TVE donde había un contenido de Catequesis en la programación infantil. Su espacio Visado al futuro se había convertido en un best seller literario y fue el tutor de los españoles para explicarles cómo se desarrollaba el proyecto Apolo. En aquella noche del alunizaje, de la que se conserva bien poco en los archivos de TVE, llevaba la batuta divulgativa.
Y a su lado estaba la llamada “la voz de Dios”. Porque un asunto era acercarnos a la modernidad científica y otra convertirnos en unos ateos, temerían los censores. El padre jesuita José Antonio Sobrino daba el punto de vista religioso (y al menos no pretridentino) de la proeza yanqui. Y como conductor de la emisión, “la voz de la calle”, el portavoz de las dudas de los espectadores, en los tres roles concebidos por la tele española para el instante más icónico del siglo XX tras las dos guerras mundiales. Álvarez es el padre del veterano presentador de deportes de la casa. Fallecería por un cáncer un año después.
TVE, decíamos, convirtió el hito espacial en un Supervivientes adelantado en medio siglo a los modos de la programación empapelada hoy. Desde dos semanas antes se habían dedicado secciones barruntando lo que se iba a ver y a través de la red Mundovisión, la que había permitido contemplar el directo los Juegos Olímpicos de Tokio y de México, el miércoles 16 se ofreció el despegue de la nave poco después de la hora de comer.
Ya en ese momento Hermida comenzaba a vivir “su pesadilla” de horas en vela cuando notaba que en su garganta reposaba el interés de toda una audiencia asombrada y unos dirigentes políticos que habían puesto en la luna sus máximas exigencias. En la medianoche de los días sucesivos se fue dedicando un especial de una hora sobre cómo se desarrollaba la expedición, con Miravitlles en las explicaciones. La conexión del domingo ya fue a la hora del Telediario 2 con el lanzamiento del módulo lunar. Previo de nervios colectivos, TVE emplazaba a las tres de la madrugada.
Tras un especial que se prolongó hasta más allá de las 6 de la mañana, la emisión regresaba con el Telediario matinal a las 10, porque por entonces había una pionera programación educativa a primera hora que apenas llegaría a 1970. No habría más emisión matinal diaria hasta 1986. Lo dicho, aquellos eran años de inquietud y, por parte al menos de algunos sectores, con evidentes intenciones de renovar y modernizar el país. Miravitlles, ese rostro de la ciencia en una cadena donde por ejemplo los escotes estaban aún prohibidos, fue quien en la sobremesa detalló lo vivido en la madrugada y aclarando momentos, como el de la frase de Armstong, que en el atropellado directo pasó desapercibida.
El regalo de ciencia ficción
Como colofón a la hora larga sobre el análisis del alunizaje TVE tuvo un detalle con los impresionados espectadores para ofrecerles una película de ciencia ficción, género casi inédito en la programación de la cadena española (salvo por las remotas apariciones del autóctono Diego Valor y la oportunista serie Perdidos en el espacio): Doce hacia la luna, de David Bradley.
Un simpático disparate de 1960 que TVE programaba “para contrastar con la realidad”. En la película pican billete para el espacio diez hombres y dos mujeres (qué falta de paridad), representantes de todo el planeta aunque quien manda es un estadounidense y quien mete la pata, un ruso. En la misteriosa luna se enamoran dos tripulantes. Los enigmáticos selenitas se mosquean bastante con la invasión y envían una gran helada a nuestro planeta mientras se quedan con unos gatos astronautas que llevábamos y mueren entre los cráteres los más antipáticos de la expedición terrícola.
Con estas risas se marcharon los españoles a la playa, satisfechos con el trabajo de Herrmida y Miravitlles, embobados con lo sucedido, aunque todavía quedarían tres días más en los que se fue retransmitiendo el regreso y amerizaje de los astronautas. Sospechamos que el asunto agotaba un poco y las explicaciones del señor Miratvilles comenzaban a cansar.
Los espectadores se habían sentido por unos días instalados en el futuro, aunque las sucesivas expediciones ya no impresinaron tanto a la audiencia. El encuentro Soyuz-Apolo de 1975 (Miravitlles nos lo explicó con enchufes) fue el epílogo televisado de la carrera espacial aunque los informativos siempre dejaron hueco por entonces a aventuras como los Vikigns marcianos. La explosión del Challenger y la andadura del ministro Duque fueron hitos de un espacio que nos universalizaba.
Y alteraba la historia creyéndonos vivir en otro siglo.
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