¿Tan mala fue la gala de los Goya? Hay que verla con otros ojos

Premios televisivados

El espectáculo de este sábado siguió las indicaciones del presidente de la Academia, Méndez-Leite, y hubiera necesitado más presencia de Sevilla y Andalucía

Sevilla aspira a celebrar una tercera gala de los premios Goya

Las actrices de 'Belle Epoque' en su reencuentro / RTVE

Es cierto que bastantes actores y directores, rostros visibles de la industria del cine español, abusaron en su momento de la politización de un acontecimiento como la gala de los Goya. En toda esa amplia cuadrilla de quienes fabrican historias y sueños hay personas de todo tipo y lo recordó este sábado el presidente de la Academia, Fernando Méndez-Leite, a quien siempre le ha movido el cine sin más. Es tal su devoción y respeto por la historia de nuestro cine, como ha trasladado en programas y ensayos además de su propia obra de ficción, que debe ser considerado la autoridad más sincera para representar los intereses comunes de todos esos profesionales.

La gala de los Goya ha solido sufrir un excesivo componente de politización (sobre todo si el que está en la Moncloa es alguien del PP) pero a lo largo de los últimos años ha habido una intención y esfuerzo por crear noches memorables para los implicados y para los espectadores. Se ha ido mejorando desde hitos como la presencia de animadores como Rosa María Sardá y Andreu Buenafuente. Y la periferia, es decir, organizar el evento fuera de Madrid, siempre sumará y originará más ilusión.

La gala sevillana de este año, sin las limitaciones que sufrió la de Málaga, debió tener aún más presencia de la propia Sevilla, de Andalucía (tal vez ese sería el mayor reproche), pero fue un espectáculo más que correcto. Fue una sesión que entre tantos premios y discursos tuvo su suficiente ritmo como para que un espectador medio llegara hasta el final, a la una y pico (una duración compresnsible). La 1, que no está en buen momento, reunió el sábado a 2,6 millones, 23,4% de cuota. Es una cifra satisfactoria. Una noche más televisiva como la del Benidorm Fest, el sábado anterior, se quedó en 1,8 millones. De cara al público que estaba en casa la gala de los Goya agradó, que no es poco.

Sus dos presentadores, Antonio de la Torre (le recordamos como si fuera ayer en los programas deportivos de Canal Sur 2) y Clara Lago, no eran nombres de masas ni con un componente de humor como para sentarse en el sofá por ellos mismos (para decepción ya estuvieron ahí Ernesto Sevilla y Joaquín Reyes en 2018). Sin verse forzados a hacer reír (aunque a Clara le salió un acento andaluz un tanto insólito y vivió el tropiezo con la espontánea, la guionista María Herrera) esa circunstancia jugó a favor.

Todo lo que es humor, nostalgia, autohomenaje y música, siempre con criterio, suma en una gala. Y todo el espectáculo musical este sábado tuvo su sentido, ya fuera en el momento obituario con Bely Basarte y Guitarricadelafuente, como el homenaje a Saura de Natalia Lafourcade con Porque te vas. No estuvo Jeannette, que también hubiera sido idónea, pero los cover, las versiones imprevistas, funcionan como efecto sorpresa. Es lo que sucedió con el Cantares coral de Manuel Carrasco y es lo que debió hacerse con Lola Flores en lugar de llevar a una nerviosa Lolita.

Y a lo largo de la noche hay tiempo para emociones inesperadas y para aguantar a tipos impertinentes como Jordi Évole que administra sus equidistancias cuando le conviene a su bolsillo. Un ejemplo de convidados que hacen mal uso del rol. La prudencia y la cortesía, es decir, saber estar en su sitio con respeto a la Academia y a la cadena pública, es una muestra de profesionalidad.

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