El escote histórico

La TVE tardofranquista se debatía en 1974 entre el continuismo y la apertura y en esas llegó Rocío Jurado

Francisco Andrés Gallardo

29 de mayo 2016 - 05:00

En la noche del 2 de abril de 1974 fallecía el presidente francés, Georges Pompidou. TVE, con una presentadora de continuidad muy seria, interrumpió la programación, el cascabelero concurso Cambie su suerte, para anunciar la inesperada noticia. Dani, la representante francesa en Eurovisión, se quedó sin participar en el festival de esa misma semana por el luto nacional. Era la favorita, por encima de Abba. La historia de la música pop habría cambiado. Pompidou le abrió las puertas a los suecos de Waterloo, pero eso es otra historia.

Porque a España en esa noche no le conmovió la muerte del conservador dirigente francés sino lo que pasó unos minutos después. El censor de TVE, Paco Ortiz, fue entretenido en algún despacho. Alguien incluso dice que fue encerrado en un camerino por orden del entonces director de programas, Chicho Ibáñez Serrador. En esa entrega de Cambie su suerte, iba a aparecer la siempre vertiginosa Rocío Jurado con un escote que sí trastocó el camino del tardofranquismo. "Un clavel, un rojo clavel..." cantaba en vivo la viva, saltarina y generosa chipionera, de quien se cumplen diez años de su fallecimiento.

Los espectadores de entonces, poco acostumbrados a esos desparpajos, se asombraron con el detalle anatómico y los conocimientos de física del diseñador del vestido de gasa. Ante la temperamental cantante, sentados, sonreían los presentadores, Joaquín Prat y José Luis Pecker, atónitos testigos de este momento en blanco y negro.

Poco antes el entonces presidente del Gobierno, Arias Navarro, había mostrado cierto aperturismo que fue vislumbrado con recelo tanto por el régimen (Franco aún viviría año y medio más, impidiendo cualquier relajación), como también por la oposición clandestina. En TVE, llena de duras peleas intestinas, estaban por la labor de ofrecer una imagen más europea y abierta, aunque fuera en los espacios de entretenimiento. Juan José Rosón, que sería ministro clave con Suárez (quien a su vez había sido director general de RTVE un puñado de meses antes ), dirigía la tele, el régimen entrando todos los días en las casas, y la osadía conjunta de poner a Rocío en órbita se antojó excesiva para la línea dura del gobierno de Arias, el búnker. El escote en directo fue neutralizado en diferido, pocos días después. El aperturismo del 74 se cerró con el clavel, la misma flor de la apertura portuguesa de esa misma primavera. La delantera de la chipionera junto a las rotundas curvas de otra folclórica, Rosa Morena, que casi en la misma semana se bamboleaba en el programa A su aire ante la mirada libidinosa de un centenar de paracaidistas novatos de Alcalá de Henares, fueron espejismos truncados. Un paso adelante y dos para atrás en la renovación de España.

El periódico Abc llegó a decir de Rocío Jurado que "confundir lo sexy con lo procaz puede ser peligroso". El aperturismo, el destape en todos los sentidos, aún estaba verde. La voz de Chipiona no resultó demasiado dañada con aquel atrevimiento de Cambie su suerte. Al año siguiente protagonizaría un A su aire en Chipiona, entre el público, que fue tildado también de temeridad.

Lo que vino a distinguir a Rocío Jurado durante su prolongado estrellato fue esa cercanía que permitía apreciarla como diosa sin renunciar a ser la simple chiquilla andaluza a la que nunca renunció. En el posmodernismo cutrón de Qué me dices o ¿Dónde estás corazón? nunca lo entenderían.

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