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Luis Carlos Peris
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Opinión
Quedan muchos meses para las nuevas galas de premios pero bastantes de esos galardones de interpretación deberán de recaer en los actores de El caso Asunta, la serie de la productora Bambú para Netflix que indaga en el asesinato de Asunta Basterra y que, ojo, espóiler, aún dejará con desasosiego y dudas a los espectadores tras seis episodios. No es el clarividente asesinato que narra por sí mismo, dejando cordones sueltos, hacia sus autores, sospechosos y personajes colaterales. Cuando la vida se oscurece y los asuntos privados son pegajosos surgen devenires como los de Rosario Porto y Alfonso Basterra, padres adoptivos y responsables de la muerte de la joven adolescente pero con muchas interrogantes añadidas sobre qué motivó al trágico desenlace.
Entre ellos, los investigadores, agentes y judicatura, azuzados por la conmoción y las urgencias. Y los familiares y vecinos, los medios, las dentelladas de la audiencia, los juicios paralelos sumarísimos. El caso Asunta se complica en cada paso, en cada mirada a los lados pero tal vez el ventajismo de marcar a los padres aceleró las conclusiones.
Decíamos que, a pesar de todo lo que puede ir llegando al calendario de series en meses futuros, los actores de El caso Asunta con seguridad, como mínimo, van a acopiar nominaciones. Y más de un premio. Empezando, por supuesto, por Candela Peña, que ya era una noticia por su primera imagen como Rosario Porto. Pero además de esa primera impresión que recibe el espectador, en forma de falso vídeo casero, la siempre desafiante actriz se inviste de tan poliédrico personaje real y le da vida en el acento y en los gestos, lo que podía ser un riesgo resbaladizo de la parodia y la hipérbole. Pero Candela dota de ternura a esa mujer sin rumbo, se refugia en su vulnerabilidad, para convertirlo en auténtico. Y Tristán Ulloa desaparece. Sin desvelar su nombre no se reconocería quien está detrás de este pusilánime iracundo, sospechoso y probablemente depravado, padre de la víctima, una víctima que es como un muñeca silente, un ectoplasma de las propias frustraciones y deseos incontenidos de sus padres.
Y está Carlos Blanco, eficiente, entre la abnegación y la rectitud del agente que ante todo tiene su honestidad para que prevalezca la vedad, como el personaje de María León, a la que sería injusto analizar con el reduccionismo que se parece a otros personajes que ella ha encarnado. Como también sucede con Javier Gutiérrez, el vehemente y exigente juez. También está Galicia como un personaje más, valga el tópico, la sociedad provinciana de Santiago, la espesura y la luz cenicienta. Las celdas de los investigados y sus lloros de ultratumba.
Tras haber creado la docuserie, Bambú levantaba ahora la serie, entrando en la mente (o no pudiendo entrar del todo en la mente) de sus protagonistas, revelando como imagen de ficción lo que por momento s parece que estamos contemplando como realidad, como las recreaciones que no pudieron cerrar en la docuserie, llevando a imágenes lo que eran descripciones, testimonios. El caso Asunta es el recorrido desasosegante de tipos viscosos y relaciones personales de chantaje patético.
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