¿Y si Remedios Amaya era tan moderna como Rosalía?

Eurovisión 1983

La canción española en el festival de hace 39 años era de autores de Sanlúcar de Barrameda y recibió un injusto último puesto compartido con Turquía con cero puntos

De haber existido el televoto la cantaora sevillana hubiera sido mejor valorada

Remedios Amaya en su actuación en Munich en 1983
Remedios Amaya en su actuación en Munich en 1983

A continuación... Armenia (Chipre, Azerbaiyán), con la canción Who sails my boat?... Resuena con estruendo un ritmo sincopado, entre árabe y sinfónico, y la intérprete empieza a lamentarse del naufragio de su embarcación, metáfora sobre su amor, su propia vida, parece.

El escenario de pantallas LED (no el de este año del medio sol con focos de Turín) interactúa con animaciones oceánicas, como una recreación de La tormenta perfecta, mientras la diva armenia, chipriota, descalza, se abalanza por el suelo con todo su pesar en una balada étnica épica y exótica. "Aah, who sails my boat?... It takes me adrift, who?".

En el Festival de Eurovisión de este año un número así no daría para una victoria pero, tengamos por seguro, que sí daría para pasar a la final del sábado, e incluso dar un golpe de efecto. Con los votos generosos de unos cuantos vecinos una cantante oriental étnica podría acabar así en el Top Ten eurovisivo.

Eso podría suceder en 2022 pero hace 39 años, en Munich, en1983, a la descalza española Remedios Amaya, la primera eurovisiva felipista enviada por TVE, a la que la televisión alemana le obligó a vestir el caftán del videoclip, acabó como la memorable barca: a la deriva con cero puntos. Un eurodrama nacional que a día de hoy se recuerda y que se antoja ingrato e injusto.

Nadie votó a Remedios (la primera mujer gitana en actuar en Eurovisión) ni tampoco al sketch turco de Opera. Por entonces Turquía en Eurovisión actuaba casi de comparsa, sin dar pie con bola.

Unos diez años después lo étnico sería un valor añadido. Hay que reconocer que la cantaora debió haber preparado algo de coreografía pero por entonces aún se concebía Eurovisión "como un festival de canciones", no actuaciones.

¿Quién maneja mi barca? fue elegida a dedo pensando que un cambio de registro, una sorpresa con señas de identidad propias, podía ser bien acogida en el festival. De haber existido por entonces el televoto, seguro que sí.

Pero las previsiones naufragaron. No hubo olfato en ese momento, aunque sobraban méritos flamencos. Sus autores, de Sanlúcar de Barrameda: Isidro Muñoz, maestro de la guitarra como su excelso hermano, Manolo Sanlúcar; y José Miguel Évora, compositor que a día de hoy sigue brindado temas.

La brava cantaora sevillana, a su manera, barruntó la deriva eurovisiva de los años posteriores, en este siglo, donde los intérpretes españoles se han sucedido de desastre en desastre. Pero sin embargo Remedios Amaya en estos tiempos, con la opinión del televoto, sería más entendida, mejor acogida y mejor recompensada.

En los festivales de los 80, en su etapa más resbaladiza en los que Eurovisión parecía entrar en un declive irresoluble, la cita europea parecía sujetada a melodías convencionales, entre la balada y el pop inofensivo, donde cualquier salida de registro era mal recibida por los jurados de las cadenas. Pequeñas comisiones, influenciables por lo habitual, lo políticamente correcto, que no aceptaba salidas de tono, ni originalidades. Una española cantando flamenco a toda Europa, ojo, una generación antes de Rosalía, se antojaba entonces chirriante, hortera.

Europa no lo supo degustar y España optaría en siguientes selecciones internas por buscar aspirantes más 'académicos'. Al año siguiente los melódicos Bravo cantarían Lady, lady, una balada bonita nostálgica, y acabaron terceros, que ya lo desearíamos incluso para este año si pudiéramos firmarlo ahora mismo.

Remedios Amaya llegó con lustros de antelación y su altura como cantaora brilla por encima de la anécdota eurovisiva. Aquello le costó años de sambenitos, casi quince años retirada tras publicar un disco en 1984, pero la sevillana y su barca están en otra dimensión, por encima de los votos ausentes.

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