Emotiva despedida
Así fue el último adiós a José Ribagorda al grito de "torero"
Ni una triste teletienda se podía sintonizar en un televisor español a la una o a las cinco y media de la tarde o a las doce y media de la noche. En 1981 la programación de la Primera Cadena, que comenzaba a la hora del almuerzo con Telesur (para Andalucía), se interrumpía a media tarde y terminaba a medianoche. La de la Segunda Cadena, el UHF, uf, comenzaba al filo de las ocho. Y a esa hora Joaquín Arozamena, en un país que se había conmocionado a través de la radio, abrió atropelladamente el Redacción de noche con la noticia del asalto al Congreso. Después el silencio, hasta las diez de la noche, porque una unidad del Ejército de Tierra había tomado Prado del Rey, desde donde emitía la mejor televisión de España. Entonces, la única.
En esa situación de monopolio una TVE aún oxidada por el franquismo en sus tuétanos ofrecía apenas 12 horas de emisión entre sus dos canales, que se ampliaban a unas 18 los fines de semana. Las series norteamericanas y los programas infantiles eran las rendijas por las que se percibía cierto aire fresco. Adolfo Suárez, que ya estaba marchando, nombró para una TVE que conocía al dedillo a un renovador como Fernando Castedo para que aplicar a cambios en la Única. En ese empeño estaba cuando llegaron los soldados a Prado del Rey.
Los españoles que sólo tenían conocimiento de lo ocurrido en el Congreso a través de la radio se fueron directamente al cuarto de baño cuando a las nueve de la noche, la sacrosanta hora del Telediario, adelantó su emisión el horripilante 300 Millones, música y reportajitos de postal para unir a España con Hispanoamérica.
A la conclusión de 300 Millones, a las diez, fue cuando apareció (por primera vez ante la pantalla) Iñaki Gabilondo, recién nombrado director de los Servicios Informativos de TVE, siglos antes de presenciar el inicio de las emisiones en abierto de GH 24.
La TVE de 1981 es la de las tardes de los domingos con La casa de la pradera y 625 líneas; y la de los sábados anchos con Torrebruno por la mañana, Don Quijote en la sobremesa (y los domingos, Ruy, el pequeño Cid, las dos primeras series españolas de animación); Sesión de tarde y para rematar los payasos, con Milikito y su cencerro, y los cantantes solapones de Aplauso.
En una televisión que veía todo el mundo, porque no había otra cosa, quedaron grabadas las vivencias de manteca de cacahuete de los de Con ocho basta, los viernes por la tarde. Una familia numerosa que tenía una casa con césped. Cómo viven estos americanos, pensábamos. Más de uno quería ser como el padre de Con ocho basta, que tenía pasta y era periodista. Qué ilusos eran los niños de 1981. Y para avivar la vocación, el periódico de Lou Grant, una serie algo incómoda y por eso estaba escondida en las tardes dominicales de la Segunda Cadena. Para la Primera reservaban a Los ángeles de Charlie.
Tejero podía seguir los martes por la noche Vacaciones en el mar, pero el capítulo del 24 de febrero lo tuvo que ver en el calabozo. Y los viernes por la tarde, Cosas, con Joaquín Prat, en Madrid, y Mónica Randall, en Barcelona. Un delirio de pluralismo para una TVE ultracentralizada.
En el UHF de 1981 los domingos por la noche aún pervivían las entrevistas de A fondo y durante el resto de la semana a esa hora había programas verdaderamente plúmbeos como el sobrevalorado Encuentros con las letras o Tribuna de la Historia. Quedaban dos años para que Espinete se empadronara en Barrio Sésamo, que entonces estaba habitado por una gallina, Caponata (con Emma Cohen sudando lo suyo), y por un caracol, Perezgil. Patuchas, un muñeco rosa espantoso, vivía en La mansión de los Plaff. Un infantil churretoso que iba de vanguardista. En Grandes relatos, en la semana que descubrimos a Tejero, se programó Ambición ciega, sobre el caso Watergate. Pero de eso nadie ya se acuerda.
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