Purgante, caretas, melones ¿qué se llevaban los concursantes del 'Un, dos tres'?
Los regalos de la subasta
El concurso, que hoy cumple medio siglo de su estreno de TVE, fue un juguete de suspenses para su creador, Chicho Ibáñez Serrador
La evolución de los grandes premios, como coches y apartamentos, conforman un recorrido sociológico
“Si coche, coche; si vaca, vaca”, acuñó Mayra Gómez Kemp cuando se estrenó como presentadora en el Un, dos, tres en 1982 para aclarar el mecanismo de su concurso. En ningún otro programa los participantes podían ser ultrajados como en el concurso que por entonces daba también los mayores premios. Y los que iban se exponían a recibir un bochorno de regalo. La avaricia a veces rompía el saco. Y el exceso de confianza.
El creador del formato, Chicho Ibáñez Serrador, trasladaba el espíritu de sus Historias para dormir a lo largo de cada entrega. Los participantes eran sometidos a una divertida angustia. Era una de las claves de cómo impactó aquel pionero Un, dos tres responda otra vez en la sociedad española de 1972 y que echa a andar tal día como hoy hace medio siglo.
El apartamento en Torrevieja (y ya veremos que fueron también en otras localidades) era el premio de apoteosis que no salía cada semana. Era más habitual, e igual de celebrado, el coche. La evolución del 600 a los Ford Mondeo es sociología a través de los coches del Un,dos tres. Como maldad, en octubre del 83 los pobres concursantes se llevaron varios coches, pero de desguace. Y en enero del 86, hubo otro premio sobre ruedas: un lote de neumáticos reventados.
Si hay que clasificar los premios más bochornosos dados en el recordado programa, en el 28 de febrero de 1992 a los afortunados de la subasta les fue concedida pasar una noche en la ermita osario del pueblo de Wamba, Valladolid, que hubiera hecho las delicias al propio Chicho.
Cuando el concurso regresó en 2004 con gran expectación sus primeros concursantes terminaron eligiendo un escaparate que ocultaba 1.000 botellas de purgante. En abril de ese año otra pareja no se llevó absolutamente nada. Eso le pasó a unos cuantos. Una pareja de 1977 creía que tras la lámpara de Aladino habría un deseo. Y hasta aquí puedo leer. Pero no, el genio estaba en huelga y la lámpara estaba vacía. Había que tener un poco de mala uva para salir indemnes de las trampas de cada tarjetita de la subasta. La última oferta de los presentadores era una cantidad fija, que iba al alza por segunda. A veces hubiera merecido la pena quedarse con las pesetas.
Collarines cervicales, bolsas de agua caliente
Jordi Estadella entregó en octubre del 91 un par de collarines cervicales y en uno de los últimos programas con Mayra, en mayo de 87, se regalaron dos metros cúbicos de cemento (los concursantes pensaban que iban a toparse con el apartamento); en junio, un saco de caretas y en octubre la colección de libros de Con las manos en la masa. En los años 80, tan del pelotazo, por parte de los regalos malos en el Un, dos tres hubo un lote de bolsas de agua caliente o un centenar de armónicas (fueron programas casi seguidos, en octubre del 82). En enero del 83 los concursantes se llevaron a casa dos millones y medio de cerillas y en octubre de ese año, un cargamento de melones.
Por aquel entonces, con más de 20 millones de españoles viendo al unísono, sin zarandajas de canales privados ni netflix, los regalos del Un, dos, tres se convertían en tema de conversación durante días. También se hablaba de los humoristas, repitiendo sus chistes y sus coletillas, memorables a día de hoy (veintidó, veintidó; no hija, no;¿por qué será?).
Si a un concursante en plena prueba de esfuerzo se le veía el culo (cuando los culos no se veían en TVE) o si alguien del público salía rodando por las escaleras con las prisas, la anécdota se convertía en trending topic oral español. Chicho no podía abusar de su sadismo. Si durante un par de semanas la subasta acababa mal había que forzar que hubiera grandes premios a la siguiente. El realizador siempre presumió de teledirigir las decisiones de los que elegían.
Y por eso el temor era llevarse la calabaza, o la mascota negativa, que pendía como espadas de Damocles. En la primera etapa con Kiko Ledgard la calabaza era monda y lironda pero ya con el color, en la reanudación de 1976 la cucurbitácea cobraba vida en la intro y con el nombre de Ruperta aparecía como escultura de porexpán para varapalo a los concursantes. En el regreso con Mayra en el 82 las Rupertas aparecieron en varias ocasiones. En enero del 83 una pareja se empeñó en "un timón" (creían que se iban a llevar un yate) y al final se le caía la ene, se convertía en "un timo" de Ruperta. Al sufrimiento de los jugadores de la subasta el programa le agregó los sufridores en casa, otra pareja, encerrada en una mazmorra, que no podía decidir su destino sabiendo de antemano que había en cada escaparate.
De la Ruperta a El Chollo
A la Ruperta le sucedió la Botilde, una bota animada que se entregó una vez y que no caló entre los espectadores. En la etapa del 85 apareció el Chollo, mascota que concedía el premio a elección, y que tenía un gemelo negativo, el Antichollo. Tampoco funcionaron sus sucesores, Boom y Crack. En la etapa del 91 volvió a instalarse la Ruperta y se mantuvo en las temporadas restantes.
El 21 de mayo del 93 el premio obtenido en la subasta fue de 981 calabazas. Al año siguiente la pareja ganó que una tuna actuara para ellos. Pero el premio más surrealista es el que se llevó una pareja malagueña, que en octubre del 85 recibieron que durante un mes les despertaría un corneta frente a su domicilio. El programa llevó las cámaras a su calle para demostrar que así fue y hubo varios reportajes en prensa que atestiguaron que si coche, coche;vaca, vaca;y corneta, corneta.
El Un, dos, tres, por cierto, nunca regaló una vaca. Pero con Kiko Ledgard en 1976 una pareja se llevó un caballo.
(Para este reportaje ha sido fundamental la web http://undostresweb.16mb.com ).
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