Etapas y plazos para la Torre de la Plata
"Ladies and gentlemen..."
Javier Gurruchaga, jurado de 'Uno de los nuestros', fue el más transgresor de la TVE de los 80
Fueron los ojos más saltones que vieron las señoronas vestidas con visón. Los señores calvos con bigotito y gafas torcían el gesto cuando lo veían aparecer por la tele, sobre todo por Aplauso, cantando con los brazos mutilados por amor. Cuando la Orquesta Mondragón debutó en Madrid, cuando España empezaba a salir del letargo del franquismo, a la sala acudieron apenas cinco personas: una familia vasca despistada que pensaba que desde su tierra acababa de llegar un orfeón, en lugar de Javier, el contrahecho Popotxo y una compañía digna de La parada de los monstruos. O eso les parecía a los fachas que se topaban por primera vez con los de Mondragón, que no eran de Arrasate, sino de Donosti.
Javier Gurruchaga (San Sebastián, 1958) fue un transgresor ligeramente domesticado. Es un hombre-espectáculo ("Ladies and gentlemen….", presentaba siempre, con voz de tipo de la gabardina) tal vez algo barrido por el tiempo que se convirtió en la mirada más sarcástica de los 80 en TVE con Viaje con nosotros, fresco heredero de La edad de oro de Paloma Chamorro cuando la Segunda Cadena quería ser de mayor La 2. Antes de ser fichado por Pilar Miró para aquel memorable programa de entrevistas y provocaciones, Gurruchaga había aparecido en distintos espacios musicales de TVE. Aquel chico que había aprendido el saxofón en la mili, botones entusiasta, fundó un grupo gamberro en su barrio en 1976 y en poco años, disfrazado de piloto estrafalario, cantaba por las carreteras y los platós aquello de "y disfrute de todo al pasar, y disfrute". Sin placer no hay espectáculo y algo de eso hay en Uno de los nuestros, el programa de Gestmusic para La 1 en el que Javier hace de jurado sabrosón junto a María del Monte. Mandar a Informe Semanal al vertedero de la medianoche por esto tiene delito. Seguro que hasta Javier está de acuerdo.
Su sentido del humor tan histriónico, que le iba como un guante a aquella movida tan urbana que construyeron la gente de pueblo, aterrizó en La bola de cristal, tan mágica de Lolo Rico, junto a Pablo Carbonell, Faemino y Cansado o Kiko Veneno, cuando Alaska firmaba autógrafos a un pipiolo cursi apellidado Vaquerizo o algo así. El donostiarra, que siempre parecía estar salido de un circo, fue el padre de Mario, aunque ni él mismo lo sabía.
Viaje con nosotros se estrenó en 1988 y la liaba cada semana: le llevaban una palangana a Camilo José Cela para retarle a que absorbiera por el ano, Els Joglars se cachondeaba de la Moreneta que en su realidad era N'Kono, el portero del Español; o el hermano feo de los Calatrava hacía de Mick Jagger ante la mirada de la infortunada Pilar Trenas, a la que parodió el vasco. Pero el anfitrión de los que las prefieren gordas, gordas, ejem, pasó a la historia sobre todo con la entrevista al Felipe González minion, en la presencia del actor enano Hervé Villechaize, que unos años antes en los domingos del UHF participaba en La isla de la fantasía con Ricardo Montalbán, monumento kitsch. Gurruchaga remedaba a Victoria Prego, a la que se le criticaba, y mucho, por su pose complaciente en aquellas terribles entrevistas oficiales al presidente, dignas de un mandatario bananero. Eran flecos que nos quedaban de los tiempos de blanco y negro. Y Gurruchaga intentaba colorear el televisor con rotuladores Potombo de punta gruesa. Para eso tenía al lado a Máximo Pradera y al irreverente equipo de Lo que yo te diga, de la Ser.
Con aquellos escándalos, que incluso llegaron a ser vistos por los jueces, Gurruchaga estuvo en su esplendor pero ya no volvería a tener aquella estrella para el gran público. Perpetró uno de los peores especiales de Nochevieja de la historia, La última cena del 88 y cuando en el 92 hizo El huevo de Colón en la Telecinco más hortera ya no le reconocíamos.
Llegó a tener un late-show para que se animara Localia, aquella red de emisoras locales de Prisa con la que querían sacar pasta a los ayunamientos, La cucaracha express. Ahora a veces nos parece un simple señor de Cuenca. El brillo transgresor de Javier fue languideciendo mientras él crecía y todos los demás envejecíamos y viajábamos por el mundo. Por más mundos.
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