La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Más allá de la voz de la Laura Gallego
Crónica de la entrega
Antonio y Lorenzo, los propietarios de la taberna sevillana El Palomo que ha pasado este jueves por Pesadilla en la cocina son muy buenas personas. Lo llevan en la cara. Son nobles, sin necesidad de títulos de nobleza, tienen presente sus raíces de Umbrete y en la memoria, constantemente a sus padres. Esa querencia por lo suyo es lo que a la larga les ha jugado la mala pasada de no renovarse, de no ponerse al día.
La sensación que ha dado el castizo local hispalense en el programa de La Sexta no ha sido tan negativa como otros establecimientos de cochambres rotundas.
Lo que necesita El Palomo, como tantos locales de barrio cuyos propietarios han estado atados a sus paredes, es una actualización, una renovación de equipo, de planteamientos, de conceptos, para seguir manteniendo las señas de identidad.
En El Palomo los propios comensales escribían de puño y letra las comandas, de ahí que algunos papeles volaran y, por tanto, no se cobraran, y más de un comensal hiciera un 'simpa'. Alberto Chicote calculó que el bar sufría anualmente 24.000 euros de impagos. Y había más gente que no pagaba y se iba a sacar dinero al cajero mientras los mellizos esperaban sentados. Lo dicho, son demasiada buena gente.
Chicote ha tenido su mayor encontronazo en el cocinero, un tal Jesús, colérico, dispuesto a no ceder ni un milímetro de autocrítica y examen y que casi llega a las manos con el chef. "Es un arrogante", definía al coach de Pesadilla en la cocina. Realmente Jesús se estaba autodefiniendo con ese reproche a quien venía a echarle una mano. No le gustó que le criticaran que sus patatas cocidas estaban duras o que tuviera los infernillos en el suelo. Se lio parda.
Si el programa reservaba al cocinero de El Palomo como el recurso para fabricar conflicto, el barbado sevillano se excedió de frenada, mandó a Chicote "a chuparla" un par de veces y después el insultador era el que se quejaba de que no le tenían respeto. Por dos veces dio la espantada dejando sola a la compañera entre las freidoras defectuosas, Mari; y a la hija de Antonio, Cristina, la que se va a encargar de la taberna a partir de ahora, tras la jubilación de su padre y de su tío, e intentará seguir el rumbo al cabo de 41 años para otros 41 más.
El carácter iracundo de Jesús puso de los nervios a los propietarios, que acabaron llorando. Un tipo con mal encaje se puede cargar todo. Finalmente se disculpó, porque Pesadilla intenta que el espectador no se marche del local, del capítulo, con un mal sabor en la boca.
El Palomo dejó de volar alto en su clientela por ese caos permanente, entre comandas autografiadas y colocadas como orden a voleo. Ahí es donde en la renovación y lavado de cara que hace el programa era necesario la informatización del proceso de pedido y el cobro. Al fin, un "megáfono", es decir, un datáfono, para que nadie se marche sin pagar.
Chicote valoraba el sabor del menudo (el "menúo", acuñó el chef) pero le objetaba exceso de pringue (fue un motivo para que se le saltaran los ojos a Jesús, el cabreado), lamentaba el exceso de comino de las afamadas manitas, y al ver el plato entendió que un salpicón de marisco con gambas tiesas y surimi puede tener el mismo precio, 5 euros, que unas patatas alioli. Estaba interesado en la salsa casera para las patatas bravas, pero al final era de bote.
Lo más dudoso de la propuesta del equipo de Pesadilla en la cocina era el menú remozado que proponían para El Palomo. Platos alejados al concepto de taberna irreductible que no termina de encajar con unas mollejas al jerez con setas y maíz o el bacalao en tomate con pisto de calabaza. El público que suele ir a El Palomo tiene claro un concepto más pedestre de la cocina andaluza. También se le ha añadido como plato estrella una hamburguesa lo que se aleja de las raíces para custodiar, pero abrirse así a un público juvenil de bolsillos reducidos.
En la grabación del programa meses atrás se corrió la voz y la taberna tuvo más clientela que de costumbre. "Parece Eurodisney", señaló Chicote ante el trabajo que se acumulaba frente a la cola de clientes en pie.
Los de Chicote han puesto también un arcón nuevo al establecimiento para conservar mejor lo congelado. El que tenían antes era "de las guerras púnicas", dató el chef. La cocina en esta ocasión estaba limpia, pero Mari tuvo que emplearse más a fondo. Un restaurante o simple bar del siglo XXI que se precie debe terminar cada día con todo bien repasado.
Las reseñas de El Palomo en las redes dan para todo tipo de reacciones aunque predominan las que dicen que el paso de Pesadilla en la cocina ha influido para bien en la supervivencia de este negocio familiar y tradicional.
Antonio recibió una camiseta bética de quince años atrás a cargo de un ex del Villamarín, Capi, en una de las sorpresas al bondadoso propietario. En esta Pesadillahubo su ración de bronca pero también mucho sentimiento, que también aporta su entretenimiento al espectador. La lección de esta entrega es que realmente en el mundo de la hostelería hay que actualizarse continuamente. No ponerse al día es pecado mortal. Y no querer ponerse al día, una tentativa de suicidio.
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