La ventana
Luis Carlos Peris
Reventa y colas para la traca final
Fallecimiento
Arévalo fue el rey de los cassettes cuando en España el humor era de barra de bar, reunión de familia y contadas apariciones en televisión. En aquel tiempo las comedias en el cine, más o menos verdes, eran la gran evasión. Varios siglos antes de los monólogos y un par de edades geológicas antes de twitter y la expresiones públicas individuales, el humor español se servía en tapa, en chiste, con todos los arquetipos, todos los tópicos. "Un inglés, un francés y un español", "va un mariquita...", "un gitano...".
Y el fallecido Paco Arévalo especialmente era aplaudido en sus cintas por sus gangosos. A ojos de hoy todo ese humor no es nada afortunado. Es patético, por supuesto, pero fue la expresión de un tiempo de la que podemos aprender.
El cómico valenciano (nacido en Madrid y criado en Catarroja), que remedaba el acento de su tierra y también hacía de andaluz, de vascos, era portavoz de los chistes fuertes, de un humor picarón que terminaba incluso siendo soez. Hay chistes que ya sonaban mal entonces, un humor feo. No apto para niños, aunque después los escolares lo repitieran en los recreos. Hay que tener cierta edad para entender lo de "bien, Pepe, bien".
Arévalo, hallado muerto este miércoles en su casa, tenía 76 años, recortaba la carga de sus chistes de gasolineras y verbenas cuando aparecía en televisión aunque se prodigó menos por entonces porque muchas de sus aportaciones eran realmente impublicables. Sus cassettes tenían un punto marginal, de Teatro Chino de la feria. El propio Eugenio, más personal y absurdo, también era muy solicitado en formato para el coche, como el sevillano Paco Gandía y sus casos verídicos garbanceros, Josele, Kimbo, Manolo de Vega, que por sus apariciones en TVE con Íñigo pasó del cante al chiste. Gandía también fue descubierto en Esta noche... fiesta. Arévalo apareció allí pero no tuvo su constancia en antena hasta que adaptó su repertorio verde, o borde, con Chicho Ibáñez Serrador en el Un, dos, tres. Las pedorretas de sus gangosos pasaron de ser oídas a ser vistas. Y el personal se tiraba por el suelo. Era así. Como cuando tartamudeaba Beatriz Carvajal como La Loli. Pero ya por entonces, a mediados de los 80, ese mismo público que se reía iba siendo contestado de que había chistes innecesariamente crueles. Era cuestión de tiempo.
Ahora mismo es injusto repudiar e insultar a Paco Arévalo en su capilla ardiente por las cosas que hacía reír hace 40 años. Las redes son así. Él mismo, autodidacta, con una vis cómica desbordante aunque a veces no la terminara de controlar, se sentía superado por los tiempos. Pero hizo mucho y de todo, aunque su especialidad no fuera apelar al humor inteligente. Antes de contar chistes en los escenarios se había ganado la vida en los veranos en los ruedos, vestido de payaso en El Bombero Torero, lidiando con vaquillas mientras sacaba de la maleta un capote minúsculo. En una cuadrilla con ocho enanos y con su padre, vestido de Charlot, y que estuvo a su lado hasta morir centenario. Arévalo representaba el gag simple, el tartazo con palabrotas y de ahí que entrara con un guante en los estertores de las comedias eróticas. Y en los primeros años de Telecinco, de Antena 3 y en La 1 y las autonómicas que querían competir ante las mamachicho a toda costa. Es decir, la televisión de otro tiempo.
Quiso adaptarse desde entonces a un público que fue encontrando otros cómicos, otra forma de reírse. El grandioso epílogo del chiste fue Chiquito, un minuto antes de que todo comenzara a cambiar deprisa.
Sólo por formar parte de un olimpo mundano de nombres que hicieron reír a nuestros padres y abuelos, Arévalo se merece un respeto en estos días aunque muchos de sus golpes ya no sean respetables.
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