La ventana
Luis Carlos Peris
Perdidos por la ruta de los belenes
Crítica | 'Arde Madrid'
Una España callejera, de discos Belter, relente y copa de anís (y el whisky como símbolo de modernidad). Un Madrid canalla, de voces rasgadas, fajas de cuello vuelto, pícaros y pobres hombres mercachifles con cara de López Vázquez (Paco León se ha reservado para sí ese papel). Por ahí andan Gómez Bur, los Ozores, Landa y Gracita Morales. La fotografía en blanco y negro transporta a esa época en vísperas del desarrollismo, cuando todo estaba por construirse y renovarse y la élite, como siempre, vivía a su aire, a años luz de la masa.
Arde Madrid habla de represión, pero el sexo no es tan explícito como han insistido en su promoción. Es más bien como un espectro pegajoso que envuelve todo, como la opresión de una torva dictadura, personificada en Carmen Machi y, en parte, por la cuadriculada criada de Ana Mari (Inma Cuesta). Pero el ectoplasma de Franco es cáscara, una caricatura que se difumina como humo.
La nueva serie de la plataforma Movistar + se ve del tirón, así que es mejor reservarla para un fin de semana y degustar esos ocho capítulos que se desenvuelven solos. Desde lo que parece la parodia y el retrato coral en forma de chiste hasta la intriga y el duro perfil psicológico. Arde... despliega un arco amplio, no sólo como dibujo costumbrista y chafardeo de Ava Gardner. Es todavía más sulfurosa con el matrimonio Perón, un par de advenedizos con ínfulas. En Argentina escocerá, como han previsto sus autores, León y su pareja, Anna Costa.
La banda sonora, entre Lola Flores y Rosalía, subraya este tablero de unos años que parecen prehistoria, poblado de infelices diablos en mayor o menor medida. Debi Mazar es una Ava Gardner a brochazos, un eje sobre el rueda todo con lástima, ternura e incomodidad. Bien por Ken Appledorn, Anna Castillo y el esquizoide personaje de Julián Villagrán. Y por los apariciones de Mariola Fuentes como Lola Flores, la gitana despechada que interpreta Miren Ibarguren y hasta Melody como Carmen Sevilla. Entre todos han creado el envés del No-do, en un conjunto que sacude la mojigatería de escaparate y deja absorto al espectador, un viajero en el tiempo.
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