Donald Trump y Elon Musk, aliados en la obsesión por el poder y el dinero
El magnate sudafricano, apoyo clave para el republicano a lo largo de la campaña electoral, está preparado para cobrarse los servicios prestados.
Fue invitado de honor a la cena que organizó Trump para la noche electoral, que pasó tuiteando y retuiteando mensajes a cual más exaltado.
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En inglés hay un dicho, “great minds think alike”, que podría traducirse como “las grandes mentes piensan igual” y que serviría para explicar la relación entre Donald Trump y Elon Musk. Con una salvedad: en lugar de “mentes” sería más acertado hablar de “egos” o “fortunas”.
Son muchas las similitudes entre el neoyorquino y el sudafricano, pero el vínculo más fuerte entre ambos no tiene nada que ver con ideología, cosmovisión o valores morales, sino con algo más básico: poder y dinero.
El fundador de gigantes como Tesla o SpaceX y actual dueño de la difunta Twitter (ahora X) comparte con el antiguo-próximo presidente de Estados Unidos rasgos narcisistas, megalomaníacos (y, según algunos, sociopáticos) y, por lo visto en el primero y lo prometido por el segundo, Trump aspira a gestionar el país del mismo modo en que Musk dirige sus empresas.
Un empresario no precisamente ejemplar
Las compañías de Musk acumulan denuncias por condiciones laborales, abusos de todo tipo y ritmos de trabajo que en casos como Tesla o SpaceX se han traducido en graves fallos de seguridad.
A eso se suman comentarios irresponsables que han hecho dispararse o desplomarse las cotizaciones de las compañías a las que aún no ha sacado del mercado de valores (como hizo con X) o sus recurrentes transferencias de fondos o personal entre unas y otras como si todas formasen parte de una sola firma.
Lo que Musk ha gastado en la campaña de Trump
Musk ha invertido, oficialmente, unos 130 millones de dólares para que Trump vuelva a la Casa Blanca, más los polémicos (y bajo investigación) sorteos de un millón de dólares entre asistentes a los mítines del empresario hotelero, en varios de los cuales el sudafricano se ha subido al escenario para, con su histrionismo habitual, jalear a su patrocinado.
En la primera era Trump ya ejerció como asesor y en este nuevo mandato se le ha prometido un puesto más prominente para recortar el gasto público avanzado por el republicano. Algo que de paso otorgará a Musk poder sobre agencias federales que supervisan y regulan grandes corporaciones, como las suyas.
Poder absoluto
A lo largo de la campaña, demócratas y republicanos moderados han advertido (a la luz de los resultados, con escaso éxito) de que el objetivo real de Trump es hacerse con un poder absoluto, sin contestación ni contrapeso.
Aquí surge otro paralelismo. Musk se hizo con Twitter para, dijo, convertirla en un templo de la libertad de expresión. Una de sus primeras decisiones, aparte de deshacerse de buena parte de sus empleados, fue desmantelar el departamento de moderación de contenidos. También reabrió las puertas al expresidente, con la cuenta suspendida desde el asalto al Capitolio (y que lanzó entonces su red, Truth Social).
Desde entonces, la ahora X es una tierra sin ley. Se publican y propagan sin restricciones mensajes de odio, ataques a individuos y colectivos o bulos y mentiras conspiracionistas de todo tipo y sobre cualquier tema, muchos de ellos recompartidos, aplaudidos y vitoreados por el propio Musk.
Es difícil cuantificar el impacto que estos mensajes tóxicos habrán tenido en el resultado electoral en EEUU pero, a este lado del charco, la Comisión Europea mantiene varias investigaciones abiertas contra la red social por estos asuntos.
Cobro de favores
Lo que parece evidente es que Trump recompensará a Musk en cuanto vuelvan las cortinas doradas a la Casa Blanca. Son varios los frentes en los que el sudafricano podrá cobrarse esos (al menos) 130 millones invertidos, aunque los más obvios afectan a sus principales compañías: Tesla, SpaceX y X.
Por un lado, en el sector de la automoción y la robótica, las inestables cuentas de Tesla podrían beneficiarse del proteccionismo que planea auspiciar el nuevo presidente, con fuertes aranceles a las importaciones (sobre todo a China) y apoyo a la producción propia, ya sea en forma de subvenciones o regulaciones (técnicas, laborales) quizás más laxas.
En el sector aeroespacial, SpaceX ya goza de una posición privilegiada entre los proveedores gubernamentales de EEUU, situándose como el taxi oficial espacial para la NASA, que tras el fin del programa de los transbordadores encontró en la compañía de Musk la forma de reducir su dependencia de los Soyuz rusos.
Es de prever que esa relación con la NASA se intensifique ahora (ayuda que alternativas como la frustrada misión de Boing no parezcan por ahora viables) y que incluso Musk se pueda acercar un poco más a su gran sueño: colonizar Marte.
El futuro de las redes sociales
La tercera pata de esta historia es X, una de las mayores redes sociales del mundo (pese a su nuevo dueño) y que hasta ahora no se ha dado por aludida ante el creciente clima de preocupación sobre el papel de estas plataformas en el discurso público, las propias democracias, la desinformación o, lo más delicado, la salud mental de sus usuarios, con el foco puesto en los más vulnerables, niños y adolescentes.
Si hasta ahora Musk ha eludido adherirse a código alguno de buenas prácticas, es ya poco probable que lo haga. Trump se ha despachado a gusto en los últimos meses contra Meta (ha dicho que quiere meter en la cárcel a Mark Zuckerberg) por, dice, promocionar mensajes negativos sobre él y positivos sobre su rival en Facebook, Instagram o Threads.
No es mejor su opinión sobre otro gigante de las redes sociales, Tik Tok (china, además), y su aversión a Silicon Valley se extiende a Google (YouTube y el propio buscador han sido acusados falsamente de partidismo pro-Kamala Harris) o Apple, entre otras.
Todo ello hace pensar que Musk tendrá mucho que ver en el futuro a corto-medio plazo de las redes sociales en EEUU y, probablemente, también en sectores económicos como los ya mencionados aeroespacial y automotriz.
Es pronto para atisbar la cuota efectiva de poder que Trump otorgará al sudafricano a cambio de esos 130 millones, pero una cosa es segura: el mundo es hoy un poco más oscuro. La duda es cuán densa será esa oscuridad.
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