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El resurgir de las pastillas de colores

Consumo

Internet y la publicidad en televisión fomentan el regreso de las píldoras compuestas de principios activos peligrosos para adelgazar. Médicos y autoridades alertan sobre su uso.

Perder unos kilos rápido y sin esfuerzo tiene consecuencias graves para el organismo.
Ainhoa Iriberri Madrid

19 de enero 2013 - 01:00

En inglés se conocen como rainbow pills (pastillas arcoíris) pero, en castellano, son las píldoras de colores. Tienen en común sus colores vivos, una composición como mínimo misteriosa, la promesa de ayudar a perder peso sin que el individuo tenga que practicar ejercicio o reducir su ingesta calórica y que se adquieren por teléfono o por internet. Además, se anuncian en programas de televisión por cable, normalmente emitidos a altas horas de la madrugada o en coloridos banners en la red. Para más inri, su precio no suele ser barato. Más allá de otra característica común, que no suelen cumplir lo que prometen, estas píldoras de colores pueden, además, poner el riesgo la vida de los que la consumen, como subraya un artículo publicado en la revista American Journal of Public Health, que ha contado con la participación de Alberto Goday, del Departamento de Endocrinología del Instituto Hospital del Mar de Investigaciones Médicas y que repasa la historia de estos medicamentos.

Estos pseudomedicamentos vuelven a ser noticia por dos razones: la segunda vida que les han proporcionado los canales de venta no tradicionales y las fechas actuales, que propician que una amplia mayoría de la población se ponga a dieta, habiendo hecho del perder peso uno de los propósitos del nuevo año. Pero las pastillas de colores no son, ni mucho menos, un producto novedoso. Como recuerda el doctor Goday, estos fármacos se solían elaborar a partir de fórmulas magistrales llevadas a cabo en farmacias y diseñadas por médicos que creían haber encontrado el remedio mágico contra una de las enfermedades más difíciles de combatir. Llegaron en la década de 1980, precedidas por el éxito en Estados Unidos. Los médicos españoles prescribían píldoras compuestas, nada más y nada menos, que de anfetaminas, hormonas tiroideas y diuréticos. A esos principios activos, con efecto adelgazante, se les sumaban corticosteroides, benzodiacepinas y otros extractos glandulares, sumados a la fórmula magistral para maquillar los frecuentes y graves efectos secundarios.

Aunque en un primer momento los fármacos eran recetados personalmente por cada médico a su paciente (de ahí su fabricación como fórmula magistral), según fueron alcanzando popularidad se generalizó su consumo. Los obesos ya no tenían que acudir al médico y podían obtener la receta por teléfono o directamente en las farmacias, donde se vendían como productos naturales. La fama de estos fármacos tenía sentido. Como reconoce Goday, algunos de ellos servían, efectivamente, para adelgazar. Pero perder unos kilos rápido y sin esfuerzo tenía y tiene consecuencias graves para el organismo. Se detallan también en el artículo estadounidense: desequilibrios electrolíticos, accidentes vasculares e incluso fallo cardiaco, además de anormalidades en la función tiroidea.

Por si fuera poco, las píldoras seguían dando problemas cuando el paciente dejaba de tomarlas. Una mujer entró en coma por un hipotiroidismo extremo, provocado al haber dejado sus pastillas antes de pasar por el quirófano.

Finalmente, las autoridades tomaron medidas en los 90. Se prohibió la fórmula magistral en adelgazantes y se restringieron los anuncios y la combinación de los principios activos más habituales en las píldoras de colores. Aunque su uso ha disminuido desde entonces, los endocrinos vuelven a detectarlas, junto con sus efectos adversos. Las actuales, de venta por canales no controlados, son aún más peligrosas que las originales. Los médicos lo tienen claro: si se quiere ayuda para adelgazar, que sea profesional.

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