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20 poemas de autores andaluces para celebrar el Día de la Poesía

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20 poemas de autores andaluces para celebrar el Día de la Poesía
Redacción

21 de marzo 2023 - 15:27

El 21 de marzo se celebra el Día Mundial de la Poesía, por lo que es la ocasión perfecta para conmemorarlo con 20 poemas escritos por autores andaluces. A continuación veremos piezas de poetas como Federico García Lorca, Rafael Alberti, Luis García Montero o Antonio Machado, y algunas tan conocidas como 'Caminante no hay camino', de este último.

1. Alba (Federico García Lorca)

Mi corazón oprimido

Siente junto a la alborada

El dolor de sus amores

Y el sueño de las distancias.

La luz de la aurora lleva

Semilleros de nostalgias

Y la tristeza sin ojos

De la médula del alma.

La gran tumba de la noche

Su negro velo levanta

Para ocultar con el día

La inmensa cumbre estrellada.

¡Qué haré yo sobre estos campos

Cogiendo nidos y ramas

Rodeado de la aurora

Y llena de noche el alma!

¡Qué haré si tienes tus ojos

Muertos a las luces claras

Y no ha de sentir mi carne

El calor de tus miradas!

¿Por qué te perdí por siempre

En aquella tarde clara?

Hoy mi pecho está reseco

Como una estrella apagada.

2. Confesiones (Luis García Montero)

Yo te estaba esperando.

Más allá del invierno, en el cincuenta y ocho,

de la letra sin pulso y el verano

de mi primera carta,

por los pasillos lejos y el examen,

a través de los libros, de las tardes de futbol,

de la flor que no quiso convertirse en almohada,

por debajo de todo lo que amé,

yo te estaba esperando.

Yo te estoy esperando.

Por detrás de las noches y la calles,

de las hojas pisadas

y de las obras públicas

y de los comentarios de la gente,

por encima de todo lo que soy,

de algunos restaurantes a los que ya no vamos,

con más prisa que el tiempo que me huye,

más cerca de la luz y de la tierra,

yo te estoy esperando.

Y seguiré esperando.

Como los amarillos del otoño,

todavía palabra de amor ante el silencio,

cuando la piel se apague,

cuando el amor se abrace con la muerte

y se pongan más serias nuestras fotografías,

sobre el acantilado del recuerdo,

después que mi memoria se convierta en arena,

por detrás de la última mentira,

yo seguiré esperando.

3. Mano Entregada (Vicente Aleixandre)

Pero otro día toco tu mano. Mano tibia…

Tu delicada mano silente. A veces cierro

mis ojos y toco leve tu mano, leve toque

que comprueba su forma, que tienta

su estructura, sintiendo bajo la piel alada el duro hueso

insobornable, el triste hueso adonde no llega nunca

el amor. Oh carne dulce, que sí empapa del amor hermoso.

Es por la piel secreta, secretamente abierta,

invisiblemente entreabierta,

por donde el calor tibio propaga su voz, su afán dulce;

por donde mi voz penetra hasta tus venas tibias,

para rodar por ellas en tu escondida sangre,

como otra sangre que sonara oscura,

que dulcemente oscura te besara

por dentro, recorriendo despacio como sonido puro

ese cuerpo que resuena mío, mío poblado de mis

voces profundas

¡oh resonado cuerpo de mi amor!, ¡oh poseído cuerpo!,

¡oh cuerpo sólo sonido de mi voz poseyéndole!

Por eso, cuando acaricio tu mano, sé que sólo el hueso rehúsa

mi amor -el nunca incandescente hueso del hombre-.

Y que una zona triste de tu ser se rehúsa,

mientras tu carne entera llega un instante lúcido

en que total flamea, por virtud de ese lento contacto

de tu mano,

de tu porosa mano suavísima que gime,

tu delicada mano silente, por donde entro

despacio, despacísimo, secretamente en tu vida,

hasta tus venas hondas totales donde bogo,

donde te pueblo y canto completo entre tu carne.

4. Se equivocó la paloma (Rafael Alberti)

Se equivocó la paloma.

Se equivocaba.

Por ir al norte, fue al sur.

Creyó que el trigo era agua.

Se equivocaba.

Creyó que el mar era el cielo;

que la noche, la mañana.

Se equivocaba.

Que las estrellas, rocío;

que la calor; la nevada.

Se equivocaba.

Que tu falda era tu blusa;

que tu corazón, su casa.

Se equivocaba.

(Ella se durmió en la orilla.

Tú, en la cumbre de una rama.)

5. Quisiera estar solo en el sur (Luis Cernuda)

Quizá mis lentos ojos no verán más el sur

De ligeros paisajes dormidos en el aire,

Con cuerpos a la sombra de ramas como flores

O huyendo en un galope de caballos furiosos.

El sur es un desierto que llora mientras canta,

Y esa voz no se extingue como pájaro muerto:

Hacia el mar encaminases deseos amargos,

Abriendo un eco débil que vive lentamente.

En el sur tan distante quiero estar confundido.

La lluvia allí no es más que una rosa entreabierta;

Su niebla misma ríe, risa blanca en el viento.

Su oscuridad, su luz, son bellezas iguales.

6. Contigo (Luis Cernuda)

¿Mi tierra?

Mi tierra eres tú.

¿Mi gente?

Mi gente eres tú.

El destierro y la muerte

Para mi están adonde

No estés tú.

¿Y mi vida?

Dime, mi vida,

¿Qué es, si no eres tú?

7. Es verdad (Federico García Lorca)

¡Ay qué trabajo me cuesta

quererte como te quiero!

Por tu amor me duele el aire,

el corazón

y el sombrero.

¿Quién me compraría a mí

este cintillo que tengo

y esta tristeza de hilo

blanco, para hacer pañuelos?

¡Ay qué trabajo me cuesta

quererte como te quiero!

8. El Amor (Luis García Montero)

Las palabras son barcos

y se pierden así, de boca en boca,

como de niebla en niebla.

Llevan su mercancía por las conversaciones

sin encontrar un puerto,

la noche que les pese igual que un ancla.

Deben acostumbrarse a envejecer

y vivir con paciencia de madera

usada por las olas,

irse descomponiendo, dañarse lentamente,

hasta que a la bodega rutinaria

llegue el mar y las hunda.

Porque la vida entra en las palabras

como el mar en un barco,

cubre de tiempo el nombre de las cosas

y lleva a la raíz de un adjetivo

el cielo de una fecha,

el balcón de una casa,

la luz de una ciudad reflejada en un río.

Por eso, niebla a niebla,

cuando el amor invade las palabras,

golpea sus paredes, marca en ellas

los signos de una historia personal

y deja en el pasado de los vocabularios

sensaciones de frío y de calor,

noches que son la noche,

mares que son el mar,

solitarios paseos con extensión de frase

y trenes detenidos y canciones.

Si el amor, como todo, es cuestión de palabras,

acercarme a tu cuerpo fue crear un idioma.

9. Amor eterno (Gustavo Adolfo Bécquer)

Podrá nublarse el sol eternamente;

Podrá secarse en un instante el mar;

Podrá romperse el eje de la tierra

Como un débil cristal.

¡todo sucederá! Podrá la muerte

Cubrirme con su fúnebre crespón;

Pero jamás en mí podrá apagarse

La llama de tu amor.

10. La Saeta (Antonio Machado)

¡Oh, la saeta, el cantar

al Cristo de los gitanos,

siempre con sangre en las manos,

siempre por desenclavar!

¡Cantar del pueblo andaluz,

que todas las primaveras

anda pidiendo escaleras

para subir a la cruz!

¡Cantar de la tierra mía,

que echa flores

al Jesús de la agonía,

y es la fe de mis mayores!

¡Oh, no eres tú mi cantar!

¡No puedo cantar, ni quiero

a ese Jesús del madero,

sino al que anduvo en el mar!

11. La Soleá (Federico García Lorca)

Vestida con mantos negros

piensa que el mundo es chiquito

y el corazón es inmenso.

Vestida con mantos negros.

Piensa que el suspiro tierno

y el grito, desaparecen

en la corriente del viento.

Vestida con mantos negros.

Se dejó el balcón abierto

y el alba por el balcón

desembocó todo el cielo.

¡Ay yayayayay,

que vestida con mantos negros!

12. La primavera de la esfinge (Luis García Montero)

Olvídate de mí si estás conmigo.

Podemos permitirnos este lujo

de abandonar los nombres,

porque el nombre es razón de los ausentes,

y nosotros estamos en la luz,

en el aire que corta las dulces siluetas,

en el tiempo que ordena las palabras

y en los escalofríos del jardín.

Incluso en la memoria que quiso ser presente.

Después vendrá el otoño

y volverán los nombres a los labios.

Apágame, viajero,

la luz cuando te vayas.

Recuérdame , lector,

al doblar esta página.

13. Malagueña (Federico García Lorca)

La muerte

entra y sale

de la taberna.

Pasan caballos negros

y gente siniestra

por los hondos caminos

de la guitarra.

Y hay un olor a sal

y a sangre de hembra,

en los nardos febriles

de la marina.

La muerte

entra y sale,

y sale y entra

la muerte

de la taberna.

14. El viajero (Antonio Machado)

Está en la sala familiar, sombría,

y entre nosotros, el querido hermano

que en el sueño infantil de un claro día

vimos partir hacia un país lejano.

Hoy tiene ya las sienes plateadas,

un gris mechón sobre la angosta frente,

y la fría inquietud de sus miradas

revela un alma casi toda ausente.

Deshójanse las copas otoñales

del parque mustio y viejo.

La tarde, tras los húmedos cristales,

se pinta, y en el fondo del espejo.

El rostro del hermano se ilumina

suavemente. ¿Floridos desengaños

dorados por la tarde que declina?

¿Ansias de vida nueva en nuevos años?

¿Lamentará la juventud perdida?

Lejos quedó -la pobre loba- muerta.

¿La blanca juventud nunca vivida

teme, que ha de cantar ante su puerta?

¿Sonríe el sol de oro

de la tierra de un sueño no encontrada;

y ve su nave hender el mar sonoro,

de viento y luz la blanca vela hinchada?

Él ha visto las hojas otoñales,

amarillas, rodar, las olorosas

ramas del eucalipto, los rosales

que enseñan otra vez sus blancas rosas

Y este dolor que añora o desconfía

el temblor de una lágrima reprime,

y un resto de viril hipocresía

en el semblante pálido se imprime.

Serio retrato en la pared clarea

todavía. Nosotros divagamos.

En la tristeza del hogar golpea

el tictac del reloj. Todos callamos.

15. Adolescencia (Juan Ramón Jiménez)

En el balcón, un instante

nos quedamos los dos solos.

Desde la dulce mañana

de aquel día, éramos novios.

El paisaje soñoliento

dormía sus vagos tonos,

bajo el cielo gris y rosa

del crepúsculo de otoño.

Le dije que iba a besarla;

bajó, serena, los ojos

y me ofreció sus mejillas,

como quien pierde un tesoro.

Caían las hojas muertas,

en el jardín silencioso,

y en el aire erraba aún

un perfume de heliotropos.

No se atrevía a mirarme;

le dije que éramos novios,

…y las lágrimas rodaron

de sus ojos melancólicos.

16. Caminante no hay camino (Antonio Machado)

Caminante, son tus huellas

el camino y nada más;

Caminante, no hay camino,

se hace camino al andar.

Al andar se hace el camino,

y al volver la vista atrás

se ve la senda que nunca

se ha de volver a pisar.

Caminante no hay camino

sino estelas en la mar.

17. A los celos (Luis de Góngora)

¡Oh niebla del estado más sereno,

Furia infernal, serpiente mal nacida!

¡Oh ponzoñosa víbora escondida

De verde prado en oloroso seno!

¡Oh entre el néctar de Amor mortal veneno,

Que en vaso de cristal quitas la vida!

¡Oh espada sobre mí de un pelo asida,

De la amorosa espuela duro freno!

¡Oh celo, del favor verdugo eterno!,

Vuélvete al lugar triste donde estabas,

O al reino (si allá cabes) del espanto;

Mas no cabrás allá, que pues ha tanto

Que comes de ti mesmo y no te acabas,

Mayor debes de ser que el mismo infierno.

18. Noviembre 1913 (Antonio Machado)

Un año más. El sembrador va echando

la semilla en los surcos de la tierra.

Dos lentas yuntas aran,

mientras pasan la nubes cenicientas

ensombreciendo el campo,

las pardas sementeras,

los grises olivares. Por el fondo

del valle del río el agua turbia lleva.

Tiene Cazorla nieve,

y Mágina, tormenta,

su montera, Aznaitín. Hacia Granada,

montes con sol, montes de sol y piedra.

19. Los Besos (Vicente Aleixandre)

No te olvides, temprana, de los besos un día.

De los besos alados que a tu boca llegaron.

Un instante pusieron su plumaje encendido

sobre el puro dibujo que se rinde entreabierto.

Te rozaron los dientes. Tú sentiste su bulto,

En tu boca latiendo su celeste plumaje.

Ah, redondo tu labio palpitaba de dicha.

¿Quién no besa esos pájaros cuando llegan, escapan?

Entreabierta tu boca vi tus dientes blanquísimos.

Ah, los picos delgados entre labios se hunden.

Ah, picaron celestes, mientras dulce sentiste

que tu cuerpo ligero, muy ligero, se erguía.

¡Cuán graciosa, cuán fina, cuán esbelta reinabas!

Luz o pájaros llegan, besos puros, plumajes.

Y oscurecen tu rostro con sus alas calientes,

que te rozan. revuelan, mientras ciega tú brillas.

No lo olvides. Felices, mira, van, ahora escapan.

Mira: vuelan, ascienden, el azul los adopta.

Suben altos, dorados. Van calientes, ardiendo.

Gimen, cantan, esplenden. En el cielo deliran.

20. Despedida (Federico García Lorca)

Si muero,

dejad el balcón abierto.

El niño come naranjas.

(Desde mi balcón lo veo).

El segador siega el trigo.

(Desde mi balcón lo siento).

¡Si muero,

dejad el balcón abierto!

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