¿Cómo terminó una joven italo-colombiana viviendo entre masáis en Kenia?

Historias

Gaia Dominici, de 28 años, cuenta su vida en un poblado masai, del que forma parte junto a su pareja, un guerrero masái con el que tiene una hija de un año y medio

Gaia Dominici durmiendo, y con su pareja e hija
Gaia Dominici durmiendo, y con su pareja e hija
EFE

12 de marzo 2021 - 09:56

La vida de la italo-colombiana Gaia Dominici, de 28 años, cambió de forma radical cuando se enamoró de Ntoyiai, un guerrero masái con quien convive en el valle del Rift en Kenia y es el padre de su hija, Lily Rose, de tan solo un año y medio.

"Cuando me di cuenta de que me había enamorado y que no quería vivir en ningún otro lugar sí que sentí miedo porque sabía que debía dar el salto", explica a EFE esta madre primeriza, consciente de la rareza que para muchos constituye su cotidianeidad.

"(Sabía) que tendría que vivir de forma permanente aquí y quizá criar a mi bebé en la naturaleza", medita, "la otra alternativa era ser infeliz, así que tuve que saltar sin saber dónde aterrizaría".

Y lo hizo. Desde finales de 2015, Gaia vive en el condado de Kajiado a los pies del monte Kilimanjaro, en una poblado masái sin acceso a electricidad -disponen de baterías que recargan con paneles solares-, televisión u otras pseudo-necesidades del mundo moderno, pero rodeada de una comunidad que la trata como a una igual y que la ha enseñado que el "nosotros está por delante del yo".

"(Me fascina) su sentido de comunidad, el que no se vean como una sola persona sino como un grupo de seres humanos que se cuidan y se preocupan los unos por los otros. Es algo que en el mundo occidental estamos perdiendo", explica esta graduada en Fotografía por la Universidad de Falmouth (Inglaterra) y nacida en Colombia.

Siete años atrás y como estudiante universitaria llegó por casualidad a Kenia -al principio había planeado ir a Nepal- para realizar un proyecto fotográfico con una ONG en un suburbio de Nairobi, y por recomendación de su jefe accedió a viajar a tierra masái para sumergirse en uno de los más de 40 grupos étnicos que conforman este país africano.

"Pensé que sería una buena idea hacer un proyecto académico en torno a los masái", recuerda la joven, que asegura que lo desconocía todo de esa etnia. "Me consiguieron un intérprete y tuve una reunión con el jefe del poblado y los ancianos", añade. Al poco le dieron su visto bueno y fue entonces cuando comenzó a documentar su día a día.

"Cuando quiero, veo Netflix"

La misma comunidad en la que hoy vive la acogió con cariño. Casi todos querían salir en sus fotografías y en ese balanceo entre novedad y trabajo conoció a Ntoyiai, un joven masái con el que sintió una conexión especial sin comunicarse verbalmente, pues por entonces no podía hablar suajili. "A veces pedíamos a una tercera persona que nos tradujera", recuerda entre risas.

Sin embargo, el hecho de aceptar convertirse en uno de ellos, de formar parte de un grupo étnico del que quedan alrededor de un millón y medio de miembros repartidos entre Kenia y el norte de Tanzania, nunca significó perpetuar algunas de sus costumbres ya denostadas como la ablación, la poligamia o el dar a luz en casa.

"La mutilación genital femenina es ilegal y muchas mujeres ya no la practican, pero hay otras tradiciones que ni Ntoyiai ni yo hemos querido seguir como quemar los pómulos del bebé en forma de círculos", explica Gaia, en relación a ciertas prácticas que consideran "invasivas con el cuerpo" y que prefieren que sea su hija quien decida o no adoptarlas.

Gaia disfruta de la tranquilidad de vivir en contacto con la naturaleza, entre reses de vacas y comida cocinada en fuego de hoguera. Y cuando tiene que hacer compras o visitar al reumatólogo en Nairobi -pues padece una enfermedad degenerativa que, tras el parto, la debilitó hasta el extremo de no poder alimentarse ni caminar durante meses-, entonces sí pide pizza, visita a amigas y pierde el tiempo en centros comerciales.

"Es aprovechar lo mejor de los dos mundos, pero siempre termino echando de menos mi vida (como masái). Es como si perteneciera aquí por encima de todo", reflexiona, y confiesa que cuando quiere -por ejemplo- ver Netflix simplemente usa la cuenta de su hermano, busca un sitio con buena red y se descarga una película para verla en el móvil.

"Sí, será divertido cuando tenga que explicarle a Lily Rose su árbol genealógico", concuerda, "pero estoy segura de que lo verá como un factor positivo", dice antes de añadir que solo espera servirle de inspiración para que en el futuro ella también elija perseguir su propia felicidad.

"Yo para ser feliz tuve que llegar a tierra masái...Así que quién sabe dónde acabará ella", reflexiona. "Ante todo, (mi hija) será libre para ser la persona que quiera", confiesa como quien desvelara sin miedo el triunfo mejor guardado de una madre orgullosa.

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