¿El estrés te da hambre o te la quita? Los factores que intervienen
El apetito relacionado con el estrés dependerá de la intensidad del estertor, de nuestra relación previa con la comida y de la respuesta individual de cada persona.
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Hay épocas en la vida donde el apetito y la sensación de ansia hacen que nuestros pasos se dirijan inevitablemente hacia la nevera. Todos los problemas que se afrontan en el día a día, solo parecen tener solución aniquilando con el paladar todos los alimentos altos en calorías. o procesados.
La sociedad vive a un ritmo vertiginoso y el confinamiento no ha hecho más que aumentar nuestros niveles de estrés y ansiedad que, en la mayoría de los casos, dan la cara con la necesidad de "picotear" a todas horas y durante todo el día. Aún así, cada persona es un mundo. Hay cientos de ellas que necesitan mover la mandíbula constantemente y otras, ven como su estómago se cierra cual puerta fortificada.
Diferentes estudios, en un 30% de las personas el estrés aumenta la ingesta de alimentos, en un 48% la disminuye y en 22% ni lo uno ni lo otro. Para llegar a estos datos exactos, los especialistas como Iker Martínez Pérez es experto en psiconeuroinmunología clínica, fisioterapeuta y codirector de Healthy Institute, basan sus investigaciones en tres factores clave: la intensidad del estresor, nuestra relación previa con la comida y la respuesta neuroendocrina personal.
Intensidad del estresor
Durante nuestra jornada diaria nos vemos en diferentes situaciones que nos pueden provocar estrés en mayor o menor grado. En este sentido, a mayor intensidad del estresor, menor ingesta alimentaria. Es decir, el grado de apetito estará relacionado con el nivel de gravedad del estertor.
En momentos de estrés intermedio, la ingesta de alimentos suele aumentarse, como por ejemplo en mujeres premenopáusicas. Por último, si este estrés se hace crónico, las personas tiendes a ser selectivas con los alimentos a digerir, optando por aquellos con más carga energética.
Diferencia previas con relación a los hábitos
Como decíamos anteriormente, cada persona es un mundo y más en relación a la comida; hay personas que necesitan un exhaustivo autocontrol, otras que solo atienden a ella en momentos de estrés y, por último, otro grupo que no se ve afectado por este tipo de problemas y mantienen una ingesta calórica equilibrada. A este respecto, tanto las personas con ese nivel alto de autorrestricción como los comedores emocionales tienen una mayor respuesta de hiperfagia en una situación de estrés.
El estrés provoca cambios en nuestra capacidad cognitiva y modifica las conductas y aumentando las hormonas que hacen que las personas coman de manera emocional. En definitiva, el estrés provoca en nuestro cerebro cambios de funcionamiento y cómo encara este la problemática del estrés en relación con la ingesta de alimentos. Esto se traduce en que las personas con estrés crónico tienen una conectividad diferente entre la amígdala y las zonas de formación de hábitos, lo que hace que por ejemplo tomen la decisión de tocar entre horas.
Diferencias individuales
Puede que sea el aspecto más diferenciador. La base fisiológica es un apartado fundamental en cuanto a la conducta alimentaria. Cada persona tiene una respuesta neuroendocrina diferente durante el estrés. De esa respuesta dependen los mediadores como los que aumentan el hambre (grelina, cortisol, neuropéptido Y) y otros que generan saciedad (leptina e insulina fundamentalmente). Además de esto, hay otros condicionantes que más allá del hambre fisiológico generan apetito, deseo de comer (dopamina). Estos mediadores serán segregados, en mayor o menor medida, dependiendo de cada individuo.
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