El español que inventó el traje espacial 30 años antes que la NASA

Emilio Herrera diseñó en 1935 una escafandra estratosférica que ya resolvía muchos problemas de movilidad. Resistía los cambios de temperatura, las presiones extremas y suministraba oxígeno durante dos horas.

Emilio Herrera con su prototipo de traje espacial de 1935
Emilio Herrera con su prototipo de traje espacial de 1935 / EFE
Elena Camacho (Efe)

12 de mayo 2019 - 17:46

Cincuenta años después de que el hombre pisara la Luna por primera vez, viajar al espacio ha dejado de ser extraordinario y varias veces al año vemos cómo los astronautas van o vuelven de la Estación Espacial Internacional, donde hombres y mujeres de todas las nacionalidades trabajan desde hace 20 años.

Pero en 1969, conseguir que el Apolo 11 y su tripulación llegaran a la Luna y regresaran a la Tierra sanos y salvos no fue nada fácil. Para llegar hasta ahí hicieron falta años de trabajo y un enorme (e incomprendido) gasto público, pero, sobre todo, fue esencial el papel desempeñado por unos cuantos visionarios que siempre creyeron en un futuro todavía inimaginable.

Comparativa de ambos trajes (pulse para ampliar)
Comparativa de ambos trajes (pulse para ampliar) / EFE

Uno de esos hombres extraordinarios fue Emilio Herrera, aviador, ingeniero, inventor y aventurero español que diseñó un prototipo de traje espacial treinta años antes que los ingenieros de la NASA. Pese a ello, lamentablemente, Herrera sigue siendo un personaje muy desconocido en España.

Hace pocos meses, el Gobierno -a iniciativa del ministro de Ciencia, Innovación y Universidades, Pedro Duque- trató de devolver "el honor y la memoria" a este ingeniero granadino a quien la dictadura de Franco retiró la medalla de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales por razones políticas.

"Herrera fue un hombre excepcional, que se implicaba con fuerza y empuje en los proyectos que emprendía. Su historia me es muy cercana por mi formación y trayectoria", destaca en declaraciones a Efe el ministro (y todavía astronauta).

"Impulsado por la figura de su padre, que organizaba ferias y espectáculos científicos en Granada a finales del XIX (trajo los primeros globos aerostáticos de Francia, por ejemplo), Emilio se interesó desde muy joven por la ciencia", detalla a Efe, Juan F. Cabrero Gómez, físico del Laboratorio de Instrumentación Espacial Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial (INTA).

La falta de facultades científicas en España le obligó a completar su formación por la vía militar, en la recién creada Academia de Ingenieros de Guadalajara que nació con un gran espíritu científico y experimental.

Ahí trabajó con los globos aerostáticos, donde aprendió a pilotarlos, y se habituó a utilizarlos para campañas científicas como la observación de los cambios en las capas altas de la atmósfera durante un eclipse solar, en Burgos (1905).

"Durante ese tipo de pruebas se dio cuenta de que subiendo en globo se observaban cosas que no se apreciaban desde tierra pero, en ese momento, técnicamente, la única manera de hacerlo era hacerlo desde una barquilla presurizada", relata Cabrero.

A partir de ahí, Herrera no dejó de pensar en un método que permitiera a los hombres superar la atmósfera y mantener la movilidad de manera autónoma, "pero para eso hacía falta una nave espacial adaptada al cuerpo, es decir, un traje espacial".

Una escafandra estratosférica

Entre 1915 y 1930 se dedicó en cuerpo y alma a la investigación aeronáutica y al diseño de una "escafandra estratosférica" que le permitiera llegar a las capas más altas de la atmósfera.

Ya en la militar Escuela Superior Aerotécnica de Cuatro Vientos (creada por Herrera), ayudó a Juan de la Cierva a probar su autogiro (germen del futuro helicóptero) y diseñó el túnel de viento del Laboratorio Aerodinámico de Cuatro Vientos (el primero de España y el segundo más grande del mundo en la época), que también contaba con el cámaras climáticas para probar cambios de temperatura extremos y cámaras de vacío adaptadas a las aplicaciones aeronáuticas.

Fue una mente tan privilegiada e inquieta que incluso intentó crear "una línea aérea transoceánica que uniera Europa y América para el transporte de pasajeros", destaca el ministro.

Pero Herrera no solo es parte esencial de la historia de la aeronáutica española, "también fue un hombre de palabra, de gran talla moral, un liberal, moderado, académico, amigo de Alfonso XIII y, a la vez, presidente de la República en el exilio", subraya Cabrero.

Exiliado en París, tras la Guerra Civil española, fue contratado por la Agencia Espacial Francesa y después, en Suiza, por la Unesco, donde recomendado por su amigo el físico Albert Einstein trabajó como consultor para el uso pacífico de la energía nuclear.

Herrera y su mujer subsistieron gracias a los derechos de sus patentes y a los artículos de divulgación científica que escribió en numerosos periódicos y revistas, muchos de ellos dedicados al peligro de construir armas termonucleares, como la bomba atómica que en 1945 se lanzó sobre Hiroshima, destaca el ingeniero del INTA.

Herrera falleció en Ginebra en 1967, en la década en la que la NASA desarrolló el programa Apolo que en 1969 culminaría con la llegada del módulo Eagle que llevó a un hombre a la Luna.

Los trajes de Armstrong, Aldrin y Collins estaban basados "parcialmente" en el diseño de la escafandra "estratonáutica" de Herrera, recuerda Duque, un prototipo que ya en los años 30 "resolvía el problema de movilidad", algo que la NASA tardaría décadas en conseguir", añade Cabrero.

Herrera lo logró dándole forma de acordeón a las zonas de las articulaciones, una idea muy similar a la que hoy en día usa la NASA para hacer sus trajes: unir elementos independientes por las articulaciones.

A prueba de retos

En 1935, cuando Herrera hizo las pruebas de resistencia, su traje resolvía todos los retos del momento: permitía total movilidad, protegía de la radiación solar, resistía los cambios de temperatura y las presiones extremas, y suministraba oxígeno gracias a una botella con autonomía para más de dos horas.

En total, el equipo completo ideado por Herrera pesaba 127 kilos, tan solo tres kilos menos que los trajes que llevan los astronautas de la NASA desde 1982, y llevaba incorporado un caso de chapa de acero, forrado de fieltro y recubierto de aluminio pulimentado.

Además, el casco contaba con un sistema de comunicación radiotelefónico y con un triple cristal irrompible con filtros que protegía a la vista de la luz ultravioleta y los ultrarrojos.

El traje estaba hecho con una superposición de capas: una primera de lana, otra de caucho, una tercera de lona reforzada con cables de acero y una última capa reflectante de plata para evitar el calentamiento.

Actualmente, los trajes espaciales son blancos (para reflejar el sol), están hechos con nailon y poliéster, cuentan con un aislamiento térmico de última generación y están acabados con nomex, un material blindado, ignífugo, impermeable que les permite soportar temperaturas de entre 136 y -150 grados centígrados, pero han tenido que pasar más de 50 años para conseguirlo, no lo olvidemos.

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