Dolor infinito en la zona cero del terremoto
Terremoto en Marruecos
(Amizmiz, Marruecos)/"Ese señor que va por ahí ha perdido a un hijo y a su mujer", nos indica Abderrahmane señalando a un hombre de mediana edad, chilaba y pelo canoso que camina despacio entre escombros portando un par de zapatillas de deporte sin estrenar que han debido de darle en algún punto de entrega de ayuda.
Buscamos su reacción, no sabemos si querrá compartir con nosotros su dolor, pero no se inmuta y continúa cuesta arriba con gesto inexpresivo. Llama la atención que nadie llora, ni siquiera los niños, que juguetean presumiendo del tesoro que llevan en sus manos forma de botellas de agua o galletas que habrán recogido de algún militar o cooperante. No hay tiempo que perder en aldeas como esta de Tafeghaghte, a la que hemos llegado desde Marrakech por la ruta de Amizmiz, porque la dureza de la vida aquí no permite venirse abajo. Ni siquiera vimos a nadie acercarse hasta las fosas donde se ha enterrado de manera apresurada a decenas de personas desde el viernes. El olor insoportable que emerge de entre los escombros de las casas de Tafeghaghte da cuenta de la existencia aún de restos humanos, tal vez también animales, sepultados.
Es doloroso pasar de una vista sobre el conjunto a detenerse en los detalles: puertas de neveras, ropa interior, el jirón de una camiseta, una alfombra de color rojo, los restos de un tayín de barro. Abderrahmane, que trabajó como guía turístico para los viajeros occidentales que acabaron alguna vez en aquel rincón improbable del Atlas más árido y descarnado, nos muestra los restos de su casa, de la de su padre y su hermano. Nos cuenta que el viernes perdió a su padre y a su cuñada, además de su casa: "Me he quedado sin nada. No tengo ni trabajo ni proyecto ni dinero.
¿Me podéis bajar hasta Amizmiz en el coche?". Junto a nosotros, un grupo de hombres logra con éxito meter a una vaca en un camión y arrastrar hasta el maletero de un coche a dos ovejas aterrorizadas. En algunas de las zonas de esta aldea que sí sale en los mapas, y que, además, gracias a estar comunicada con el mundo por una pista de arena, tuvo la fortuna de haber recibido asistencia en forma de alimentos básicos y de tiendas donde acoger a las decenas de familias que se quedaron sin techo, hay ya máquinas excavadoras, otro privilegio del que no han dispuesto en centenares de lugares, removiendo los escombros. La señal inequívoca de que, transcurridos casi cuatro días desde el devastador terremoto que, con epicentro en esta provincia, sacudió una extensa zona en torno al Alto Atlas, las esperanzas de rescatar a gente con vida son casi nulas. Unos kilómetros más abajo de la aldea de Tafeghaghte, Amizmiz es el último pueblo, o primero, según se esté camino de las cumbres del Alto Altas o de la ciudad de Marrakech, en el que los vecinos pueden permitirse el lujo de la ociosidad. A diferencia del resto de aldeas y poblados de montaña, en la avenida que atraviesa la localidad, de algo más de diez mil habitantes, hay aún un par de cafetines donde solo se sirve café, té a la menta o soda, aunque no hay ni baños ni agua corriente ni nada que se le parezca. A media tarde, en medio de un trasiego incesante de ambulancias y camiones militares y furgonetas de la Gendarmería o de cooperantes, alguien se levanta bruscamente de su asiento para comenzar a correr en dirección a la carretera y provocar una estampida que en pocos segundos, segundos infinitos para todos, vacía por completo el establecimiento y deja la terraza llena de mesas tiradas por el suelo y vasitos y ceniceros destrozados.
Es el pánico: al parecer, alguien oyó un ruido extraño, quizás el arrastrar de una mesa o el vibrar de una puerta al cerrase y pensó que se trataba de un nuevo terremoto. El miedo es una realidad cotidiana para los vecinos del Atlas desde el viernes pasado. Más allá de la destrucción total de las construcciones más humildes, hechas a base de adobe, las casas de tres o cuatro plantas hundidas o resquebrajadas en el centro de Amizmiz, edificaciones en apariencia más sólidas, advierten de que nadie está aquí a salvo del todo. A unos pocos kilómetros de allí se encuentra la base de la UME, que trabaja desde el sábado en coordinación con las autoridades marroquíes en la cada vez más remota posibilidad de hallar supervivientes en las aldeas de la cordillera. El equipo de la ONG Bomberos Unidos sin Fronteras se marchó ya de vuelta a España en la noche del martes. Otra mala señal. "El tipo de material con el que están construidas las casas lo hace muy difícil", admite uno de los portavoces del colectivo, el cordobés Antonio Caballero. Al momento del cierre de este artículo, el balance admitido por el Ministerio marroquí del Interior era de 2.901 muertos y 5.530 heridos, un recuento que se detuvo el martes a la una de la tarde.
La provincia de Al Hauz, donde se encuentran Amizmiz y Tafeghaghte, se ha llevado, de largo, la peor parte: 1.643 fallecidos. La provincia es otro planeta, porque en treinta o cuarenta kilómetros, o quizás menos, se pasa sin transición de pueblos sin nombre a los hoteles de cinco estrellas con surtidores de colores y apartamentos de medio millón de euros de Marrakech, la ciudad del lujo y el glamur.
En ese otro planeta marraquechí el rey Mohamed VI se dejó por fin ver -sólo había podido fotografiársele en la primera reunión de crisis que presidió el sábado por la tarde en su palacio real de Rabat- en una visita al hospital universitario de la ciudad. Allí se interesó por algunos de los supervivientes del terremoto y hasta donó sangre para los heridos. Si alguien pensó que las críticas –vertidas por la prensa internacional, poco importa eso a los vecinos- sobre las ausencias del rey en los últimos tiempos o de la tardanza a la hora de ponerse al frente de la crisis tendrían consecuencias inmediatas entre la población, incluso las que ha desatado el rechazo de Rabat a la ayuda ofrecida por gran parte de la comunidad internacional, el monarca alauita, que llegó en medio de un impresionante séquito al hospital, fue recibido con la devoción y el fervor habitual por los vecinos.
Por el momento, su visita a alguno de los pueblos arrasados en el Alto Atlas, que viene a ser las Hurdes marroquíes, no es un rumor. Entretanto, en Tafeghaghte, como en tantos otros sitios, se teme ahora que las labores de desescombro no se hagan de manera adecuada y ello pueda provocar focos infecciosos y epidemias.
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