El desafío de intentar dormir sin ser pisoteado

Las oraciones se elevan al cielo sobre un escenario en ruinas y sembrado de cadáveres

Una haitiana grita de dolor mientras recibe tratamiendo médico.
Una haitiana grita de dolor mientras recibe tratamiendo médico.
Stéphane Jourdain / Petionville

15 de enero 2010 - 05:01

Miles de víctimas en la penumbra de Petionville (Haití), un suburbio de Puerto Príncipe en ruinas y sembrado de cadáveres, imploran ayuda a Dios a través de su plegarias. Oraciones en criollo haitiano "Ségné vin sové nou (Señor ven a salvarnos)" se elevan al cielo suplicando a Dios Todopoderoso.

Tal es el caso de Francesca, una adolescente de 14 años, que se encuentra en la calle sentada con un pañuelo negro en la cabeza, la cual asegura que sólo Dios puede ayudarle a ella y a sus veinte hermanos y primos a salir de esta situación. La joven desesperada cuenta que "espera encontrar una casa para dormir", después de que la suya se derrumbara durante el terremoto, donde además perdió a dos de sus hermanos, Patric y Gregory, de los que aún no han encontrado sus cuerpos.

En la plaza de la iglesia de San Pedro, miles de haitianos duermen a la intemperie sobre telas que hacen de colchones y cubiertos por sábanas blancas. Apenas iluminados por una linterna, una vela o una lamparilla conectada a la batería de un coche, las víctimas del terremoto esperan en esa plaza arbolada, alejada de los edificios, a que cesen las réplicas del sismo y surja un techo para dormir.

Al atardecer, una marcha de varias centenas de personas atraviesa ese campamento improvisado cantando desaforadamente "a la gloria de Dios". "Adelante soldados de Cristo, la liberación está cerca", gritan en francés golpeándose con las manos los codos y las rodillas.

Entre los fieles, Samuel Maxilis, 20 años, cuenta cómo vivió el terremoto de magnitud 7 que el martes golpeó la capital haitiana. "Caían bloques de cemento por todos lados. La gente lloraba. Trepé como un gato a un depósito para salvar a mis primos. Mi casa está hecha polvo, no puedo vivir más ahí dentro", cuenta Samuel, un "héroe" que sueña con ir a Cuba para estudiar medicina.

Celita Saint-Jean, una profesora de 50 años, se une al grupo en busca de un poco de consuelo.

"Las comunicaciones fueron restablecidas hace una hora. Acabo de enterarme de que mi hermana y su hijo desaparecieron", explica Celita Saint-Jean.

"Un edificio se derrumbó sobre la casa. No los encontraron. No se sabe si murió. Espero a que amanezca para ir a buscarlos", dice Saint-Jean delante de coches cubiertos de polvo.

Bajo una sombrilla o al abrigo de una lona azul, las personas se reúnen en grupos pequeños para escuchar los testimonios difundidos por la radio local Señal F, comer cerdo a la brasa o intentar dormir sin ser pisoteados.

Un grupo de jóvenes se junta alrededor de una carretilla llena de botellas de Tafia, el alcohol local, que intentan vender a las víctimas por algunas monedas. "Tomen, sirve para emborracharse", dicen a la gente que pasa por allí. La desesperación y angustia se apodera de cientos de personas, que se han quedado sin nada.

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