El derechazo partió al junco

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El verso suelto del PP se convirtió en un renglón torcido y el eterno delfín presidenciable de España se ahogó en incomprensión e indiferencia.

El derechazo partió al junco
El derechazo partió al junco
Roberto Pareja

23 de septiembre 2014 - 18:38

La parroquia más centrista de la izquierda lo consideraba casi como uno de los suyos, ese autoproclamado verso suelto del PP que se convirtió en un renglón torcido finalmente ha quebrado, eterno presidenciable del Gobierno, eterno delfín del líder popular de turno varado para siempre como una ballena torpe, enredada en una reforma del aborto contestada hasta en su propio partido, que lo ha dejado solo, una promesa hecha puré de lastre.

Se movía por las procelosas aguas de la política con una habilidad rayana en el funambulismo, sorteando temporales y tiburones a la derecha -ahí entra su enemiga del alma, Esperanza Aguirre, con la que siempre mantuvo una relación más de odio que de amor, con hasta un "hijoputa" de por medio presuntamente dirigido a él y que alcanzó su punto álgido con su broncazo por figurar en las listas al Congreso en Madrid en las elecciones generales de 2008, cuando ambos querían la pole para la carrera sucesoria de Rajoy- y a la izquierda, con esa manopla siempre presta para tendérsela incluso a los sindicatos y, rizando el rizo, hasta lanzar la caña en caladeros imposibles: oficiando bodas gais para escarnio del sector más rancio del PP, que le veía poco menos que como un traidor.

Ese encontronazo con Aguirre que cortó en seco sus aspiraciones de llegar algún día a ser presidente del Gobierno provocó un conato de dimisión como alcalde de Madrid y meses más tarde de las generales de marzo de 2008 anunciaba una "profunda reflexión" para decidir su futuro político, harto de las consustanciales zancadillas en su camino hacia la cima.

Con madera de junco, presto a doblarse y desdoblarse pero sin llegar a partirse, con esa fuerza serena que conceden la inteligencia, la capacidad de mantener la calma y el cinismo inherente a todo gran mando que se precie, Alberto Ruiz-Gallardón (Madrid, 11 de diciembre de 1958) aterrizó con 25 añitos en el Ayuntamiento de Madrid, en los escaños de una oposición rendida a los encantos del socialista Enrique Tierno Galván, ese viejo profesor que hace más odiosas que nunca las comparaciones y bueno hasta llorar lo de cualquier tiempo pasado fue mejor, como para darse a la botella...

Embriagado tenía al común de los españoles aunque su padre, el abogado de confianza de Manuel Fraga y conspicuo adalid del liberalismo español, José María Ruiz-Gallardón, ya dejó prevenidos a los que tomaban a su hijo por todo un progre infiltrado en las filas populares. "¿Conservador yo? Tendrías que conocer a mi hijo, ese sí que es de derechas", decía orgulloso el progenitor. Bien engañado tenía al más pintado, incluso al taimado Joaquín Sabina -otro que se las trae, ese republicano de pro que invitaba a casa a comer al Heredero de la Corona-, que le preguntó en televisión cuándo iba a dejar el PP para fundar un partido de centro con Bono. También dio en vano la voz de alarma a la legión de ingenuos otro campeón de los bandazos políticos, Jorge Verstrynge, que cuando era secretario general de AP ya le cortó el paso como líder de las juventudes del partido a don Alberto (casado, para más señas, con una hija del ministro franquista José Utrera Molina) porque iba de la mano de los hombres del Opus.

El prohombre dice que se marcha sin rencores. "Rodéate siempre de gente mejor que tú y a lo mejor un día serás tan bueno como ellos", dijo ayer en su despedida parafraseando a su padre. Lo era. Parecía llamado a regir los destinos de España. Con una de las cabezas mejor amuebladas del escaparate político, nada dado a excesos verbales o arrogantes, capaz de rebasar el argumentario sin patinar, de improvisar sin perderse, fue un consumado coleccionista de mayorías absolutas en Madrid: primero en la Comunidad, entre 1995 y 2003, luego en el Ayuntamiento, donde siguió magnetizando las urnas hasta 2011. Entonces le llegó el caramelo ¿envenenado? de Rajoy.

La cartera de Justicia parecía idónea para un licenciado en Derecho y fiscal en excedencia, aunque la historia no ha marchado según los cánones de la lógica y le ha dado la vuelta al cuento para convertir al príncipe en sapo: una reforma del Poder Judicial contestada en pleno, otra del Código Penal con la que enseñó su patita derecha con un remedo de la cadena perpetua, unas tasas judiciales que consagraron eso de que la justicia es para los ricos... Y su proyecto estrella, la retrógrada reforma del aborto, ha instalado en el furgón de cola de la opinión pública al ministro mejor valorado al comienzo de la legislatura. Su derechazo a los derechos de las mujeres ha sido insoportable. Y ha enterrado bajo siete llaves su imagen de derecha moderna. Y ha puesto en pie de guerra a la otra contra Rajoy, al que ayer, siempre buen chico, le prometió de nuevo lealtad con su cabeza cortada en la bandeja. Y, contra pronóstico, no murió matando.

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