Carlos Navarro Antolín
La pascua de los idiotas
Jack el Destripador (en inglés, Jack the Ripper) es el nombre dado a un asesino en serie de la segunda mitad del siglo XIX que aun hoy sigue sin haber sido identificado. Se le atribuyen al menos cinco homicidios en el barrio londinense de Whitechapel en el año 1888 y cuyo modus operandi se caracterizaba por cortes en la garganta, mutilaciones en las zonas genital y abdominal, extirpación de órganos y desfiguración del rostro. Sus víctimas, las que se conocen al menos, fueron todas mujeres que se dedicaban a la prostitución.
Por aquel entonces el barrio de Whitechapel se caracterizaba por tener problemas de delincuencia, racismo, prostitución y alcoholismo por lo que no es de extrañar que la Policía Metropolitana de Londres solo imputada cinco asesinatos a Jack el Destripador. Sin embargo hay indicios de que cometió algunos otros que nunca quedaron registrados.
Desde que se empezaron a cometer los crímenes la investigación policial fue ineficaz, posiblemente por el sitio en el que se estaban dando, por lo que nunca se pudo conocer cuál era la identidad del asesino, que continúa siendo un misterio a día de hoy.
Si bien la elevada cantidad de ataques contra mujeres del East End en esa época complicó la averiguación de cuántos de esos asesinatos habían sido cometidos por un mismo individuo, la Policía identificó 11 homicidios ocurridos en este distrito entre abril de 1888 y febrero de 1891. Aunque no existía certeza de que todos hubieran sido cometidos por la misma persona. Dado que cinco de estos crímenes se realizaron de la misma manera, estos pasaron a denominarse históricamente como “los cinco canónicos”.
La policía encontró el cuerpo de la primera víctima canónica, Mary Ann Nichols, el viernes 31 de agosto de 1888. Tenía un par de cortes en la garganta, el abdomen parcialmente rasgado con una profunda hendidura en zigzag y varias incisiones hechas con el mismo cuchillo.
El cadáver de otra mujer, Annie Chapman, apareció días más tarde, en septiembre, con dos incisiones en la garganta y con el vientre completamente abierto y sin algunos de sus órganos. En esta ocasión un testigo aseguró haber visto a la víctima, unas horas antes, acompañada de un hombre.
Los asesinatos de Elizabeth Stride y de Catherine Eddowes ocurrieron a finales de ese mismo mes. El cuerpo de la primera fue descubierto con un corte en el lado izquierdo del cuello que le dañó la arteria carótida. Sin embargo, no presentaba incisiones en el abdomen, lo cual planteó dudas sobre la autoría del Destripador, o si en todo caso este había sido interrumpido durante el ataque.
Un rato después se encontró el cuerpo de la segunda víctima con la garganta profundamente cortada y una incisión en el abdomen. También le habían acuchillado el rostro.
En noviembre de ese mismo año apareció una nueva víctima: Mary Jane Kelly. La disposición de su cadáver era idéntica a todas las víctimas anteriores por lo que la policía relacionó todos los casos.
Además de los once asesinatos de Whitechapel, la opinión pública atribuyó otros homicidios a Jack el Destripador, aunque en algunos casos no hubo evidencia para corroborar que dichas muertes hubiesen ocurrido.
Para recabar información sobre los asesinatos un extenso equipo de oficiales fueron de casa en casa preguntando a los vecinos. Mientras tanto se iba analizando todo el material forense hasta que se conseguían reunir a los sospechosos y en función de los resultados obtenidos después de someterlos a interrogatorios y análisis, los procesaban o los dejaban en libertad.
Debido al tipo de heridas de las víctimas, la policía consideró inicialmente como sospechosos a los carniceros, cirujanos y médicos. En esta secuencia de crímenes la policía entrevistó a más de dos mil personas, investigó a unas trescientas y detuvo a ochenta. En todo el tiempo que duró la investigación ésta pasó por multitud de personas de la Scotland Yard que se fueron sucediendo pero nunca les valió para averiguar quién había cometido los atroces asesinatos.
El médico forense Thomas Bond, a quien le encargaron un estudio de los cadáveres, determinó que todos habían muerto a manos de la misma persona.
Bond rechazó la idea de que el asesino contara con conocimientos científicos o anatómicos, o «el entendimiento técnico de un carnicero o matarife» y en cambio argumentó que debía tratarse de alguien solitario, hipersexual y con ataques maniáticos, aunque no había evidencia de que se cruzara el sexo de por medio entre la víctima y el agresor.
Ante la escasez de evidencia forense y las varias contradicciones de fuentes contemporáneas sobre el caso, resulta casi imposible esclarecer la identidad de Jack el Destripador, que aun hoy continúa siendo todo un misterio para la historia del crimen.
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