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Luis Carlos Peris
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Catástrofe
Decenas de hombres y mujeres observan de pie, en silencio, las excavadoras que arrancan placas de hormigón de un enorme montículo de escombros. La imagen se repite por todo el sureste de Turquía y el norte de Siria.
Los dos terremotos que sacudieron la zona dejan más de 7.000 muertos y más de 35.000 heridos. En Turquía, donde tuvieron su epicentro los temblores de magnitud 7,7 y 7,6, el recuento oficial habla ya de 4.544 muertos y 26.721 heridos, según Afad, la agencia de emergencias turca.
Ante esta catástrofe, el Gobierno turco del presidente Recep Tayyip Erdogan ha declarado tres meses de estado de emergencia en las diez provincias afectadas.
Se han contabilizado 435 réplicas de menor intensidad en el área afectada en la que trabajan más de 60.000 personas en tareas de rescate y desescombro, en un dispositivo que cuenta con más de 100 aviones y helicópteros. Asimismo, el sismo ha dejado un total de 5.775 edificios derruidos.
“La mitad de quienes vivían dentro aún están debajo”, comenta un hombre mayor de Osmaniye, Ferhat, sin quitar ojo a la decena de trabajadores que en lo alto de los escombros manejan palas y azadas y a veces se agachan para escarbar con las manos.
Ferhat tiene una hermana en este edificio o lo que queda de él. ¿Hay esperanza aún de encontrarla con vida, más de 30 horas después del terremoto? “Es muy difícil”, dice en voz baja. “Pero quizás”. Hace apenas unas horas, los equipos sacaron con vida a una mujer de este mismo montón de escombros.
Las bajas temperaturas y la nieve en la zona, donde también hay territorios montañosos de difícil acceso, complican las tareas de rescate.
El Gobierno turco ha destinado 12,1 millones de euros (13,3 millones de dólares) en fondos urgentes para las diez provincias más afectadas que abarcan unos 110.000 kilómetros cuadrados, según el servicio de emergencias.
Musa observa otro monte de escombros, tenía familia en este conjunto residencial de Osmaniye: los padres, una hermana, un hermano, cuatro personas. Aquí no parecen quedar esperanzas, sólo trabaja una excavadora. “Los equipos de Afad, el servicio de emergencias nacional, solo han venido esta mañana, ayer pasamos todo el día sin que nadie apareciera de este organismo”, se queja Musa.
A un centenar de kilómetros al este, en Gaziantep o Kahramanmaras, la situación está aún mucho peor. Ahí hay barrios enteros sin un edificio en pie.
De los 14 bloques de vivienda de ocho pisos, todos iguales, edificados en los años 1980, dos se han derruido por completo. Los habitantes de los demás se salvaron, saliendo en plena noche y con temperaturas bajo cero, con lo puesto, a la calle tras el primer temblor.
Nadie ha podido volver a su casa, dice Özkan, otro vecino que observa estoicamente su coche, aparcado delante de la puerta y aplastado por un generador solar que estaba instalado en el techo del edificio. A él, al menos, no se le ha muerto nadie. Pero descarta entrar a su casa: en el hueco de la escalera hay grandes derrumbes, una bicicleta está medio cubierta por escombros. El edificio se puede venir abajo en cualquier momento. “No camine por las aceras ni bajo los toldos”, aconseja Özkan.
Prácticamente todo Osmaniye, una ciudad de 280.000 habitantes a 20 kilómetros de la costa mediterránea y a 50 de la frontera siria, se ha quedado en la calle.
Por todas partes se ven fachadas agrietadas, escaparates destrozados, restaurantes y tiendas con todo el mobiliario revuelto. Ningún negocio está abierto, salvo unas gasolineras donde los coches hacen cola. Pese al peligro, de vez en cuando algunos vecinos entran en algún bloque y salen al poco rato con prisas y algunas mantas.
El sol empieza a calentar, pero por la noche las temperaturas bajan de cero. Al menos hoy no hay nevada, como más al norte, donde los equipos de rescate trabajan entre tormentas de nieve a mil metros de altura. Según Musa, hay 150 edificios derrumbados en Osmaniye, por lo que teme que el balance de muertos puede fácilmente llegar a mil solo en esta provincia, una de las menos afectadas por el seísmo.
Ferhat sigue mirando. Tras él, alguien ha colocado con cuidado en un murete un gran álbum de fotografías de boda, sólo ligeramente dañado por polvo y lodo.
Los transeúntes se paran brevemente, nadie parece reconocer a la pareja recién casada en la portada. Habrá que esperar si el equipo de rescate hace algún milagro.
Los Cascos Blancos, un grupo de rescatistas que opera en las áreas en manos de la oposición, alertó ayer de que “se está agotando el tiempo” y recordó que “cientos” de personas continúan atrapadas. “Cada segundo puede salvar una vida, llamamos a todas las organizaciones humanitarias y organismos internacionales a que proporcionen apoyo material y ayuda”, urgieron los voluntarios.
En Siria, inmersa en una guerra civil desde hace 12 años, la situación no es mucho mejor. La información sobre víctimas proviene, por un lado, del Gobierno de Bachar al Asad y, por otro, del último enclave del país controlado por la oposición.
El recuento total señala que en este país han muerto 1.832 personas y otras 3.849 han resultado heridas.
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