Recluidos en casa por hipersensibilidad a los químicos cotidianos
En el afectado por el síndrome de Sensibililidad Química Múltiple un simple champú o la tinta de una carta pueden generar ahogos, desmayos o inflamación. Al no existir tratamiento específico, la mayoría opta por medidas preventivas ante el entorno
El 2008 ha sido el Año Internacional del Planeta Tierra. Científicos y políticos han aparecido en conferencias, telediarios y documentales para demandar concienciación y medidas que frenen la destrucción de la biosfera. Los términos cambio climático, deforestación, deshielo…Han aparecido acompañados de imágenes de osos polares exhaustos o kilómetros de árboles centenarios destruidos. Pero además, las fauces de la contaminación está generando "enfermedades multifactoriales donde ambiente y organismo son un binomio inseparable", explica Pablo Arnold que es especialista en Medicina Interna, Inmunología clínica y Alergia, fundó la Sociedad Argentina de Medicina Ambiental y se trasladó a España para trabajar en el Centro de Investigaciones Médicas Avanzadas de Barcelona. Actualmente afincado en Andalucía, trata a la mayoría de las pacientes de la comunidad autónoma afectadas por enfermedades ambientales.
Entre éstas afecciones estaría la Sensibilidad Química Múltiple (SQM), una condición donde la persona reacciona a químicos presentes en su entorno en cantidades que al resto le resultan neutras o incluso placenteras. Según el doctor Arnold, en el humano con SQM se produce un cambio inicial en la excitabilidad y el funcionamiento de ciertas áreas del sistema nervioso central (sobre todo límbicas y mesolímbicas). Producido este cambio, el problema pasa a estar en el organismo y aparece la falta de tolerancia inmunoneurológica a los tóxicos: inflamaciones, desmayos... Los químicos extraños o xenobióticos que generan la variedad de síntomas son tan cotidianos como perfumes, cosméticos, pinturas, disolventes, incluidas todas las sustancias que la industria agrega a los alimentos para dar sabor, color y preservarlas.
En consecuencia, los enfermos (que un 80% son mujeres) viven "en una continua guerra química donde el cuerpo cae en la extenuación", explica Isel con SQM desde hace 14 años. Esta mujer describe como sufre lo que sería una especie de intoxicación repetida al químico, "puede que no sienta el olor pero empieza un dolor específico en la cabeza y en el cuerpo como si se me constriñeran con correas y como si me frotaran con ortigas los pulmones". Tal es la magnitud de la sensibilidad que Isel es capaz de percibir los plaguicidas aplicados a un kilómetro de su casa. Por ello, a estos pacientes se les ha llamado detectores ambulantes o centinelas de la vida, pues perciben lo que después demuestra ser nocivo.
En la batalla química es necesario el control absoluto de lo aparentemente anodino. Un principio de prevención para los enfermos tan riguroso que pasa por acciones come evaporar las cartas que entran en sus casas de tintes o ambientadores. Eva Caballé era jefa de departamento de una sociedad de valores. Cuando enfermó hace 3 años acababa de comprar un piso junto a su esposo David Palma. "Tenía una vida completamente feliz y la enfermedad me ha reducido a una persona inválida. Estoy recluida en mi casa y sólo recibo la visita de mi madre y mi marido, me puede afectar hasta la colonia de un invitado", dice Eva. David ha hecho todos los cambios posibles en su hogar como utilizar filtros de agua, purificadores del aire o comida ecológica para que su esposa esté lo mejor posible, aunque "para ella lo mejor posible no sale del concepto de agonizar", lamenta el jóven.
Algunas afectadas explican que la enfermedad lo desencadenó su entorno laboral. Tal es el caso de A.E.S, quien quiere conservar su anonimato por encontrase en proceso judicial contra su empresa. Trabajó durante 25 años en un entorno hospitalario en contacto con tóxicos. Actualmente, como afectada no puede realizar muchas de las actividades de la vida diaria, sin embargo, tan sólo le han concedido una incapacidad parcial del 55%. "Me siento una persona destruida. Deben reconocer el SQM como una enfermedad invalidante y no como una enfermedad común como sentenciaron en el pleito. Y por supuesto, que la empresa se haga responsable".
Según el doctor Arnold, "cuando hablamos de SQM hablamos de una producción de síntomas y no de una producción de enfermedad. Motivo por el cual existe falta de reconocimiento desde sectores sanitarios y jurídicos". Además, el cuadro de SQM suele ir asociado a otras dos enfermedades como la Fibriomialgia y el Síndrome de Fatiga Crónica, "que también sufrieron o sufren descrédito, y que sin embargo, en conjunto alteran diversos órganos y sistemas", explica este médico.
Por otro lado, el especialista en medicina ambiental alerta que "debería preocuparnos la polución y la ignorancia. Pues ya no se trata sólo de los enfermos por tóxicos como trabajadores industriales o expuestos a fumigaciones, si no que es algo más extenso". Y reflexiona sobre la forma silenciosa en que todos estos tóxicos cotidianos desencadenan problemas cardiovasculares, hormonales, endocrinos, a la población general.
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