Un Papa distinto para una Iglesia diferente
LA Iglesia católica es diferente. En el cónclave se ha visto una vez más. Si existe desde hace más de 2.000 años no es por casualidad. Ninguna institución sería capaz de hacer lo que vimos ayer. Elegir a su líder, sin que nadie lo acierte entre más de 20 candidatos mencionados. Todos los papables han salido cardenales, mientras Jorge Mario Bergoglio, que parecía un cardenal pasado de rosca, ha salido Papa. Los 5.700 periodistas vaticanistas presentes en Roma ni lo tenían en cuenta.
Otra curiosidad: ninguna institución mundial, excepto la Iglesia, es capaz de elegir a su principal dirigente y que nadie lo filtre por las redes sociales, ni nadie anticipe la gran primicia. ¡El Universo esperando el nombre del nuevo Papa durante más de una hora! Y aparece, vestido de blanco papal, un cardenal argentino al que se daba por descontado en las casas de apuestas.
Jorge Mario Bergoglio abre un tiempo nuevo y diferente. Es el primer Papa argentino (de familia procedente de Italia). Es el primer Papa americano. El primero cuya lengua natural es el español. El primero jesuita. El primero que se llama Francisco, como el santo franciscano de Asís y el jesuítico Javier. Será el primero que hace más cosas, pero eso ya se irá viendo. Está muy claro, desde el minuto 1, que va a ser otro Papa. La primera impresión que dio, cuando se asomó a la plaza de San Pedro donde le esperaba la multitud, es que no se lo esperaba ni él. No llevaba un discurso preparado. Lo primero que hizo Francisco I fue rezar. Ni más, ni menos.
Hay varios tipos de papas. Algunos esperaban un Papa de cara redondita, como Juan XXIII o Juan Pablo II, que son pontífices que pronto toman fama de simpáticos y bonachones, cada uno con su carisma. Este Papa es de perfil seriecito, más del estilo de Pablo VI quizá. Aunque bien pudiera mantener ese aire de padre provincial de los jesuitas, que desempeñó en otros tiempos. Se le ve más de negro que de blanco, pero eso es lo que se estaba buscando. Y eso no significaba que fuera africano.
Los que esperaban un Papa joven, o sea sesentón, se han encontrado a uno setentón. En la España civil estaría jubilado desde hace 11 años, si no se hubiera prejubilado desde hace 24 años, pero en la Iglesia es diferente. Un Papa de 76 años puede valer para una década. Puede que no más, después del ejemplo de retirada a tiempo que ha dado Benedicto XVI.
Las leyendas urbanas de los cónclaves dicen que Bergoglio estuvo a punto de dejar a Ratzinger sin ser Papa. Habría sido el principal outsider en el cónclave de 2005. Se cuenta que el cardenal Martini, tras la primera votación, en la que obtuvo pocos apoyos, trasvasó sus partidarios a Bergoglio, jesuita como él. Al unirse a los que ya tenía el argentino, se lo puso difícil a Ratzinger en dos votaciones. También se cuenta que, para no bloquear, fue el propio Bergoglio, supuestamente llorando, quien pidió a sus partidarios que apoyaran a Ratzinger. El destino ha deparado que, casi ocho años después, el hoy Papa emérito vea a Bergoglio como Papa.
Ya se está empezando a rebuscar en el pasado de Francisco I. Es un Romano Pontífice que, en sus tiempos de cardenal primado de Argentina y de arzobispo de Buenos Aires ha tenido una fidelidad evangélica sin concesiones. Ha tropezado con progres y carcas, porque no ha entrado en componendas. Parece un hombre tímido, pero ha sido capaz de plantarse ante las autoridades políticas. Cuando tuvo un enfrentamiento con Cristina Kirchner, por su dura oposición al matrimonio homosexual, la presidenta le dijo que acudiera a verla, y él le respondió que acudiera ella a verlo a él.
Jorge Mario Bergoglio se ha opuesto al matrimonio homosexual y al aborto. Recordó que la vida existe desde el primer momento de la concepción y que debe ser protegida jurídicamente. Negó que la unión entre dos personas del mismo sexo se pueda admitir como un matrimonio. En una carta a las carmelitas de Buenos Aires, lo llegó a calificar como "movida del Diablo".
Si esto le volvió en contra de muchos sectores progresistas, su compasión con los que sufren y su capacidad de perdón le ha creado también problemas con grupos conservadores. Llamó "hipócritas" y "clericalistas" a los curas que se negaban a bautizar a hijos de madres solteras, o de padres no casados. Dijo que el bautismo debe estar abierto a todos y que la Iglesia debe acoger a todos.
Bergoglio ha rechazado el pecado, pero se ha compadecido del pecador. Ha apostado por una Iglesia de puertas abiertas, que se reforme desde la fidelidad evangélica. Ha tenido que lidiar también con graves acusaciones, como cuando le implicaron (sin pruebas) en acusaciones de colaborar con la dictadura militar argentina, incluso para la desaparición de algunos sacerdotes izquierdistas. Bergoglio se indignó, y replicó diciendo que había ocultado a sacerdotes en dificultades y ayudó a personas perseguidas a que escaparan. También ha promovido la beatificación de tres sacerdotes y dos seminaristas asesinados por la dictadura militar. Pero ese colaboracionismo, que tanto ha negado, es un sambenito que le colgaron. Ahora lo volverán a decir. Un Papa siempre tiene enemigos preparados para el ataque.
El Espíritu Santo siempre va a lo suyo. De este cónclave sale un Francisco I que llega para renovar la Iglesia, sacudida por escándalos y rumores, necesitada de un cambio en algunas de sus formas y de un reforzamiento en lo esencial de su misión, que es evangelizar a la gente de este tiempo, tan crítico y desnortado.
Cuando se hablaba de cambios en la curia, ha llegado un Papa que viene de los jesuitas y que le hace un guiño de devoción a un fraile que es santo de los franciscanos. Para relevar a Ratzinger llega un cardenal al que calificaron como el protegido de Martini, el papable de los que consideraban conservador a ese Papa emérito del que hoy escriben maravillas todos los supuestos progresistas, que le alaban el gusto de renunciar en vida.
Llega Francisco I, un Papa distinto para una Iglesia que sigue siendo diferente. Y lo es porque no tiene más verdad que la de Cristo, y debe ser siempre la misma.
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