Menores inimputables: ni se juzga, ni se castiga, se busca que no reincidan
La máxima de los educadores sociales que trabajan con estos niños es cortar la trayectoria delictiva
¿Qué ocurre cuando los agresores sexuales son inimputables por ser menores de 14 años?
Madrid/Ni juzgar, ni castigar, sino impedir que la conducta delictiva de un menor de 14 años se perpetúe es la máxima con la que los educadores sociales trabajan con los chavales que, por su edad, no son responsables penalmente de los delitos que cometen.
"El comportamiento que se asienta en la adolescencia se mantiene en la juventud y nosotros tenemos que cortar la trayectoria delictiva, que no haya reincidencia". Así resume su trabajo José Carlos Rodríguez Díaz, coordinador del Servicio de Atención a Menores Inimputables de Pinardi, federación de plataformas sociales que trabaja en colaboración con la Comunidad de Madrid (CAM).
En los últimos meses se han sucedido denuncias, algunas de ellas relacionadas con agresiones sexuales, protagonizadas por grupos de menores en los que participan chicos de corta edad, varios de ellos incluso de menos de 14 años, que en virtud de la ley de responsabilidad penal del menor no pueden ser castigados judicialmente.
Pinardi, entidad social de los Salesianos, trabaja con los casos derivados por la Fiscalía o la Dirección General de Infancia de la Comunidad de Madrid y contacta con las familias de los menores de 14 años que han cometido un delito (los más frecuentes son casos de violencia entre iguales o en la familia, robos en centros comerciales y robos con violencia y problemas en el entorno escolar).
Consciente de que una parte de la sociedad no entiende que los menores de 14 años no tengan que responder penalmente de sus actos, por muy graves que estos sean, Rodríguez defiende que "una sociedad que trata a sus niños como delincuentes al final crea una sociedad de delincuentes".
E insiste en que detrás de cualquier acto delictivo cometido por un menor de 14 años hay factores sobre los que trabajar. "En su entorno hay algo que no está funcionando y el hecho delictivo es un mensaje que está lanzando el niño", asegura.
Esos factores no se dan especialmente en familias vulnerables o desestructuradas. Según este experto, la mayor parte de los casos son niños que proceden de "entornos normalizados", aunque la normalidad -asegura- siempre es relativa.
"Cuando entran los casos, ves las dificultades familiares, todos las tienen... En la mayoría, los padres trabajan, tienen una estructura socioeconómica estable, relaciones familiares, relaciones sociales, pero hay algo que no está funcionando", señala.
La experiencia de dos madres
Dos madres cuyos hijos han participado en este proceso han accedido a hablar con Efe sobre su experiencia, aunque sin detallar los hechos en los que estuvieron involucrados los menores.
Éste es el caso del hijo de Mónica, que con 11 años entró en el Programa de Prevención e Intervención especializada que gestiona Pinardi. El menor fue derivado por la Dirección General de Infancia, Familias y Fomento de la Natalidad a esta asociación.
Mónica relata cómo en el momento en que recibió la carta de la Dirección General de Infancia rechazó esta ayuda, que es voluntaria, convencida de que su hijo no lo necesitaba. Sin embargo, un año después, cuando su hijo iba a comenzar el instituto, le volvieron a contactar y las palabras de la educadora social le hicieron recapacitar.
"Al hablar con ella me apareció la luz. Me explicó que mi hijo tenía unas consecuencias emocionales por lo que había ocurrido y que necesitaba ayuda" y así fue como comenzó un proceso de dos años del que Mónica hace un balance positivo.
"Ahora mi hijo es un adolescente de 16 años que da mucha guerra, pero que tiene herramientas. Ha evolucionado muy bien, le sacaron del cascarón y ha aprendido por ejemplo a elegir sus amistades, que antes eran tóxicas porque no sabía hacerlo de otra manera y su única forma de encontrar amigos era dejarse humillar e incluso pegar".
Pero este proceso no sólo ha sido útil para su hijo, sino también para ella. "A mi hijo le sirvió, pero a mí me ha servido más porque yo ya no sabía cómo cogerlo".
En este mismo camino se encuentra Ana, que semanalmente acude al centro con su hija (que ahora tiene 14 años, pero que comenzó con 13) con la que abordan las relaciones familiares, el control de impulsos, etc...
Reconoce que al principio le dio "vértigo". "Te lo proponen porque ha pasado algo, pero al mismo tiempo se abre una ventana porque yo era consciente de que necesitaba buscar ayuda. Se me estaba yendo de las manos".
Y tras nueve meses, ya ve la evolución de su hija, mucho más abierta y comunicativa cuando "antes todo eran mentiras y faltas respeto", aunque aún le queda camino por andar.
La directora general de Infancia, Familias y Fomento de la Natalidad, Silvia Valmaña, advierte de los prejuicios de parte de la sociedad contra estos menores y alerta de que en muchos casos es "cuestión de suerte" caer en el lado de la frontera que les lleva a cometer un delito.
"La frontera es muy sutil y muchas veces ellos mismos no son conscientes de que están jugando a un lado o al otro", asegura Valmaña que lamenta que se señale a estos menores colgándoles la etiqueta de "delincuentes".
Y advierte de que los niños, en esa etapa de formación del carácter, a veces tienen conductas explosivas y baja calidad en el control de impulsos, con lo que, si se produce la tormenta perfecta, muchas veces se produce el delito.
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