Hamburgo-Madrid: 30 horas de odisea en autobús

40 personas atrapadas en Hamburgo por la suspensión de su vuelo viajan a España.

Claudia Regina Martínez / Dpa,

20 de abril 2010 - 20:34

Hamburgo/Madrid/Hamburgo, 05:00 de la mañana. Un grupo de unas 40 personas espera a las afueras de la central de autobuses de la ciudad alemana. Se frotan las manos. Aún es de noche y hace frío. Fueron citados a esa hora por la compañía Eurolines. Media hora antes de la salida del autobús. Pero el vehículo no aparece, ni nadie de la empresa.

Quedaron varados en la ciudad alemana a causa de la clausura del espacio aéreo por la ceniza volcánica del Eyjafjalla y se disponen a viajar a España en autobús.

Cuando por fin llega el autobús, los tres choferes portugueses tienen serios problemas para acomodar a todo el pasaje en el coche. Según su hoja de ruta, hay quienes van a Madrid, Salamanca, Málaga, Marbella y Lisboa. ¿Qué ruta seguirán?, se preguntan algunos.

La famosa eficiencia alemana brilla por su ausencia. La lista está incompleta. El formato de los billetes es diferente en cada persona. Pero los choferes portugueses se hacen cargo de gestionar el caos, aunque casi nadie entiende portugués y no tienen previsto cambiar de lengua. A las 05:50 el autobús inicia su viaje, con todo el mundo y sus maletas dentro.

Gran parte del coche la ocupa un grupo de adolescentes españoles de unos 16 años que estaba de intercambio en Hamburgo. Sus dos profesores parecen algo abrumados ante la perspectiva de organizar tanta energía y hormonas durante tanto tiempo. Por eso, Enrique, uno de ellos, lo dice claro desde el principio: "Vamos a pasar muchas horas aquí. Así que mejor que nos llevemos bien". Y Sandra, una de las alumnas, le comenta a un compañero: "Esta será nuestra casa hasta mañana".

Las primeras horas de viaje transcurren al ritmo de música de banda de pueblo portuguesa a todo volumen. Un GPS, en portugués también, le va indicando al chofer el camino rumbo al sur.

Tras el amanecer, el cielo azul brilla en todo su esplendor. La famosa nube de ceniza no se ve ni se verá en todo el viaje.

Tras parar en Münster a cargar más pasajeros (ahora el autobús está completo), la música portuguesa se acaba en Duisburgo, al igual que el misterio de los múltiples destinos del viaje. Tienen que cambiar de autobús todos los que van a Madrid. La lucha por un lugar junto a la ventanilla empieza de cero. El nuevo autobús tiene asientos más pequeños y más duros.

Termina de llenarse en Düsseldorf. Más adolescentes de intercambio. Al encontrarse con los otros, exclaman: "¡Por fin podremos gritar a gusto!". Lo que genera miradas desconfiadas de Andreas y Sabine, un matrimonio alemán residente en Gran Canaria, que viaja con su hija de ocho años, y de Lola, ejecutiva española de unos 40, totalmente indignada por toda la situación.

Durante todo el viaje, Lola relatará al menos diez veces por teléfono su odisea. "Yo he viajado por Argentina y Chile en autobús. Allí tienen coches-cama y hasta te dan de comer. ¡Esto es un horror!"

Alemania se ve toda verde y húmeda por la ventana. Hay muchos árboles en flor. Sobre todo, cerezos.

En algún lugar de Bélgica el autobús se detiene para comer. Los adolescentes españoles están aburridos ya, pero aún les sobra energía para rato. Los profesores están resignados.

Tras la comida, una película de guerra con Val Kilmer mantiene a todo el mundo en calma una hora y media. Cuando el autobús hace una curva pronunciada, a Sandra se le sale el asiento hacia un costado. Será así todo el viaje.

Las noticias sobre el volcán Eyjafjalla van llegando por SMS. Dicen que los aeropuertos alemanes empezaron a hacer pruebas. Luego dicen que no, que sigue todo cerrado.

Las situaciones que reunieron a estos viajeros son similares. Vuelos cancelados y la urgencia de regresar a España. Los trenes estaban llenos. Había que esperar varios días. Sólo quedaba el recurso del autobús. Y las empresas, claro, aprovecharon y sacaron hasta sus últimos vehículos de quién sabe qué remotos galpones.

Bélgica es más gris. Y el verde no es tan ordenado. Hay menos carteles en la ruta. Y son más viejos.

A las 16:30, la policía francesa detiene el autobús y pide pasaportes a todo el pasaje. "¿No estamos en Europa? ¿Por qué nos piden pasaportes?", se pregunta Juanlu.

En contraste con Alemania, donde todo está ordenado, la naturaleza es más salvaje en Francia. Parada en un parking de camioneros. Hay uno agachado rezando a la Meca. Se sube al camión y sigue viaje. Se apuran los cigarrillos. También sigue viaje el autobús a Madrid.

"Pensar que antes de viajar mi abuela me recordaba que mi tío viajaba a Alemania en autobús", comenta Sandra. "Y yo le decía: Ay, abuela, esas eran otras épocas". Se ríe.

Ahora en la pequeña pantalla ponen un concierto de música melosa. Los adolescentes no se enganchan. Y mientras Andreas y Sabine hacen juegos de palabras con su hija para entretenerla, los chicos españoles se dedican a acabar con las golosinas alemanas que almacenaron. "Ya no se ven tantos cochazos como en Alemania", comenta Juanlu mirando por la ventanilla.

En el atasco de alrededor de una hora en París, todos se divierten buscando la torre Eiffel. De vez en cuando, se ve lejana desde algún ángulo y es retratada en numerosas cámaras digitales. Pero el entretenimiento termina pronto.

Ahora es el turno de cantar a coro canciones de Estopa. "Chicos, no estamos solos en el autobús, por favor", dice una de las profesoras ante la mirada agradecida de Lola, que busca en vano concentrarse en su libro de Stieg Larsson.

Cerca de Orleans es la parada para cenar. Los precios son desorbitantes. Las caras son de sueño. Varios de los pasajeros hacen ejercicios de estiramientos.

Ahora es el turno de Mamma mia. A pesar de los numerosos pedidos en voz alta para que la pongan en español, los choferes no se inmutan. La emiten en inglés. Así que nadie ve la película. Los que tienen, se conectan al iPod o inician conversaciones más tranquilas. Algunos empiezan a dormirse. Las luces individuales no funcionan, por lo que leer no es una alternativa.

Rodrigo y Laura, españoles de 30 años, le comentan a Lola que cuando lleguen a Madrid tienen que conseguir tren rumbo a Alicante.

Hay otras dos paradas de cinco o diez minutos durante la noche. Las quejas de multiplican. "Ya queda menos", es la frase más repetida durante la noche.

A las 5:30 de la mañana, 24 horas después de partir, el autobús para ya en el País Vasco. El bonito paisaje de la frontera entre Francia y España se perdió en la noche. En la tele de la cafetería se ven imágenes de la nube de ceniza y del Barça viajando también en autobús para el partido de la Champions.

Tras el amanecer, se ven las primeras estelas de aviones en el cielo. Es la primera vez en muchos días y causan asombro.

Queda el sprint final. Las últimas horas. Dentro del autobús huele a sudor mezclado con comida y aire usado. El paisaje fuera se volvió definitivamente más seco. Y el sol que va asomando es cada vez más potente. Las gafas de sol se convierten ahora en prácticamente obligatorias (sobre todo para cubrir las ojeras).

Se percibe una alegría inmensa en todo el vehículo cuando aparece el cartel Provincia de Madrid. Comunidad de Madrid.

Por fin, un tiempo después, la autopista de entrada a Madrid, los edificios de la ciudad y la entrada a la estación de autobuses. Los viajeros estallan en aplausos.

Ya en las dársenas, el director de uno de los dos colegios aparece con una pancarta y una corneta, lo que genera risas. También esperan varios padres.

Treinta horas después, la odisea terminó. Aunque no para todos. Rodrigo y Laura aún deben encontrar la forma de llegar a Alicante. Y los alemanes irán hasta Barajas, a ver si consiguen un vuelo a Las Palmas de Gran Canaria.

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