España, en el país de los 'zombies'

Devastador terremoto en el caribe Un país sin Estado con el odio a flor de piel

Centenares de militares españoles, en su mayoría infantes de Marina, estuvieron durante año y medio en Haití como parte de la misión humanitaria de la ONU

Soldados de la misión de Naciones Unidas rescatan a una de las víctimas del terremoto.
Soldados de la misión de Naciones Unidas rescatan a una de las víctimas del terremoto.
Jorge Bezares / Madrid

15 de enero 2010 - 05:01

A principios de marzo de 2006, tras cruzar media Isla La Española a bordo de una camioneta que dio buena cuenta de cada uno de los baches de una carretera interminable, llegué a Dajabón, una ciudad agrícola dominicana de unos 30.000 habitantes cuyo bullir comercial apenas disimulaba su pertenencia al Tercer Mundo.

Al otro lado de la frontera, me esperaba Haití y un destacamento de infantes de Marina españoles, en misión de paz de la ONU. Aunque era consciente de que iba a enfrentarme al país más pobre del hemisferio occidental, con un 48% de mortalidad infantil, una esperanza de vida de 59 años para los hombres y de 62 para las mujeres y el 80% de sus nueve millones y medio de habitantes viviendo por debajo del umbral de la pobreza, la primera visión de Haití me sobrecogió.

Desde el puente del río Matanza, el olor a poisa c duriz collés (arroz y guisantes), a gruillot coclon avec bananas (cerdo asado con especias y bananas) y a taddot con salsa pimentée (tasano con salsa especial), procedente de un piojito instalado al otro lado del río, eran efluvios de hambre reconcentrada.

Allí, rodeado de una multitud que intentaba cruzar desesperadamente el paso fronterizo para vender incluso a sus hijos y con la visión de un caballo escuálido que estaba siendo devorado literalmente por las moscas, me percaté de que Haití era, por lo menos, el quinto mundo, un trozo de la África subsahariana más pobre en pleno Caribe.

En el campamento Miguel de Cervantes, unos 200 infantes de Marina y 150 soldados marroquíes estaban a punto de completar la Misión de la ONU para la Estabilización de Haití (Minustah), acordada en la resolución 1.542 el 30 de abril de 2004, tras ser expulsado en febrero el presidente haitiano, Jean Bertrand Aristide.

En cuatro rotaciones, denominadas Fuerzas Expedicionarias de Infantería de Marina (Fimex), pasaron por la antigua Isla La Española casi un millar de militares españoles, con base en los acuartelamientos de Infantería de Marina de San Fernando (Cádiz). En el año y medio que estuvieron allí, los infantes de Marina restablecieron el orden y la paz en el vasto territorio asignado, completando más de 8.000 patrullas y protagonizando numerosas misiones humanitarias. A finales de marzo de 2006 dejaron la misión en manos de tropas uruguayas y abandonaron Haití por orden del entonces ministro de Defensa, José Bono, que alegó problemas financieros derivados de los incumplimientos de algunos donantes.

Durante la semana escasa que estuve con los soldados españoles fui testigo del trabajo intenso y entusiasta que desplegaron y que, en general, mejoró las condiciones de vida de una población sumergida en un laberinto de hambre, enfermedades e inseguridad.

Sin duda, los soldados españoles paliaron una situación catastrófica desde el punto de vista humanitario que tenía un carácter endémico. A base de profesionalidad, restablecieron el orden público en una labor de policía que, a pesar de que a los mandos no gustaba que se destacara, puso coto a los violadores y salteadores de caminos que campaban a sus anchas. Además, se incautaron de gran cantidad de armas y drogas.

En esta ardua tarea por poner orden en un país sin Estado, donde el odio africano estaba a flor de piel y tenía sus máximos exponentes en el machete y en una pistola artesanal, los infantes de Marina realizaron misiones de todo tipo. En una de ellas rescataron a una joven que, engrilletada, llevaba varios meses secuestrada y esclavizada.

En el aspecto más humanitario, los soldados españoles, capitaneados por los coroneles Javier Hertfelder, Francisco Bisbal, Miguel Antonio Flores y Andrés Gacio, pusieron corazón, mucho corazón. Así, pocos fueron los que salieron de Haití sin haber apadrinado a algún niño (con diez dólares pagabas los estudios de uno de ellos durante todo un curso).

Con todo, el colegio salesiano de Fort Liberté, un oasis educativo centrado en la formación profesional de los jóvenes, fue el principal beneficiario del despliegue de generosidad de las tropas españolas, que colaboraron decisivamente en su remozamiento y su ampliación. Allí se repartían las ayudas a la población -ropas, calzado y alimentos, principalmente-. Casi siempre terminaban con un altercado; a veces por la disputa por el cartón de los embalajes, muy apreciado como colchón.

De aquellos días pocos podrán olvidar cómo un médico malagueño de Infantería de Marina abría consulta en uno de los barrios de Fort Liberté y siempre acababa administrando más jabón Lagarto que antibióticos. Ni las tardes de cine en la plaza principal con los niños intentando desentrañar detrás de la pantalla los secretos de las historias de celuloide. Ni cómo el chiquillerío, ataviado con camisetas del Cádiz CF llegadas por correo urgentísimo, esperaba la salida de las patrullas al grito de guerra: "Ese Cádiz, oé", buscando la recompensa de un euro, un zumo o un bocadillo que llovía desde los vehículos españoles.

Allí, desde Puerto Príncipe hasta Fort Liberté, la falta de esperanza, un cóctel de hambre y miseria ingerido como parte de una dieta única, convirtió a la perla del Caribe en un paraíso deforestado y a la mayoría de sus ciudadanos en unos zombies que ahora yacen bajo toneladas de escombros y décadas de olvido.

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