Escape provechoso para los derechos humanos
Lamiya Aji Basahr dedica su vida a divulgar el genocidio yazidí tras huir del EI
Bruselas/No tiene por qué contar su historia, pero lleva meses haciéndolo. "Es difícil repetirlo una y otra vez", reconoce Lamiya Aji Basharpero esta joven yazidí tiene un objetivo claro en su vida: que el genocidio cometido por el Estado Islámico contra su etnia -el primero del siglo XXI- no quede en el olvido. "El mundo entero debe conocer las atrocidades que cometieron los criminales del Daesh contra mi pueblo", añade Aji Bashar, que tiene sólo 19 años.
Ella puede contarlo porque en marzo del pasado año consiguió escapar, al contrario que los más de 3.500 asesinados y una cifra similar de cautivos que todavía quedan en zonas ocupadas del norte de Iraq y Siria, en la región conocida como el Kurdistán. Es allí donde los yazidíes llevan miles de años conservando una extraña religión que combina creencias procedentes del Islam, el cristianismo y el zoroastrismo. Para los radicales suníes del Estado Islámico, los yazidíes son infieles y sólo por eso Aji Bashar se convirtió, como muchas jóvenes de Kocho, el pueblo donde vivía al norte de Iraq, en esclavas sexuales de los terroristas. Y con dos de esas jóvenes logró llegar hasta la ciudad de Hawiya, después de varias fugas fallidas. Desde allí, con la ayuda de un contrabandista árabe al que su tío había pagado 7.500 dólares, Aji Bashar y sus dos compañeras de viaje se lanzaron en busca de un territorio liberado del yugo yihadista. El camino les salió caro. Una de las jóvenes pisó una mina que la mató en el acto y sólo Aji Bashar se salvó pagando un alto precio ahora evidente. Aji Bashar sólo conserva la vista en uno de sus ojos y las cicatrices revelan que la explosión le quemó la cara casi por completo.
Un mes tardó en recuperarse, a caballo entre un hospital iraquí y otro alemán, puesto que una organización de ese país la trasladó a Europa para recibir tratamiento. Esa misma entidad reunió a Aji Bashar con dos de sus hermanas, que llegaron hace más de un año en un grupo de 1.100 mujeres y niños yazidíes. Aji Bashar ya está a salvo, pero por el camino perdió a su padre y a su hermano mayor y todavía no ha sido capaz de localizar a varios de sus familiares. Ése es uno de los motivos que la llevan a compaginar los estudios de cualquier chica de su edad con la defensa de los derechos humanos. Por ese activismo, la joven logró en 2016 -junto con la también yazidí Nadia Murad- el premio Sajarov que otorga cada año el Parlamento Europeo para reconocer a aquellos que luchan por los más débiles. "Participo en numerosos eventos para hablar sobre el sufrimiento de mi pueblo", apunta Aji Bashar, que estuvo esta semana en Bruselas con motivo del Día Internacional de la Mujer.
Aji Bashar reconoce que el premio Sajarov le ha dado fuerzas. "Mis palabras llegan a la gente. Se impresionan y me muestran su solidaridad, aunque en el fondo los avances son muy lentos", cuenta la joven. Su ambición, además de dar a conocer la situación, es llevar a los responsables del genocidio yazidí al Tribunal Penal Internacional. "No sé si lo conseguiré, pero hasta que no lo haga no voy a estar en paz. No pienso rendirme", garantiza Aji Bashar, que el año pasado recibió el apoyo de la Eurocámara y su ex presidente Martin Schulz para lograr su objetivo. Sólo así, cree ella, se acabarán las pesadillas que tiene desde que estuvo secuestrada por el Estado Islámico. Lo que no tiene claro es si logrará volver al lugar que durante sus primeros años de vida llamó hogar.
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