Editorial: El primer Papa hispano y jesuita

14 de marzo 2013 - 01:00

EL cardenal arzobispo de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio, de 76 años, fue elegido ayer Papa de la Iglesia católica en la segunda jornada del cónclave cardenalicio celebrado en la Capilla Sixtina. Gobernará la Iglesia con el nombre de Francisco I. Su designación ha constituido una sorpresa, puesto que su nombre no había sido barajado en las quinielas lanzadas en los últimos días por los vaticanistas presuntamente más informados. Será el primer Pontífice en seiscientos años que no es entronizado tras la muerte de su antecesor, ya que Benedicto XVI renunció en vida. No es lo único en lo que Francisco I resulta novedoso dentro de la historia de una de las grandes confesiones religiosas del mundo. Bergoglio es, en efecto, el primer Papa que pertenece a la Compañía de Jesús y el primer Papa hispanoamericano, un factor destacable si se tiene en cuenta que la representación de purpurados de América Latina en el cónclave era de 19 sobre 115. Los datos biográficos conocidos apuntan a que se trata de un pastor tímido, de pocas palabras y de vida austera, lejos de la ostentación y el lujo. Procede de una familia modesta: nació en Buenos Aires, de madre ama de casa y padre ferroviario de origen piamontés. Su condición de jesuita es digna de resaltarse, ya que la Compañía se distingue en los últimos años por su apuesta por el diálogo de la Iglesia con la ciencia y el acercamiento al mundo laico. Llega a la silla de San Pedro en una coyuntura delicada en la que la Iglesia mantiene su influencia pero está sometida a vaivenes y tensiones de considerable envergadura. Seguramente sus orígenes, pensamiento y trayectoria son indicativos de que va a marcar al catolicismo con una impronta de moderada renovación y firmeza en los basamentos espirituales de la fe católica. Se enfrenta a serios desafíos de incardinación de la Iglesia en el revuelto mundo actual. Su elección se ha producido en un contexto en que se había generalizado una conciencia sobre la necesidad de una profunda reforma del gobierno vaticano, un funcionamiento más colegial y participativo de la institución y el saneamiento de las finanzas de la Iglesia en el sentido de mayor transparencia. La profundización en la lucha contra los casos de pederastia y el debate pendiente sobre la participación de la mujer en la vida eclesial son otras tantas cuestiones que sólo un Papa sólido, asentado y unánimemente respetado sería capaz de afrontar. Es un tiempo de esperanza para la Iglesia católica el que se abre con el pontificado del primer Papa hispanoamericano y el primer Papa jesuita de la historia. Tal vez sean signos indicativos de que el sucesor de Benedicto XVI va a hacer, efectivamente, historia.

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