El COVID-19 y la piel
Tribuna
La piel, una vez más, como ha ocurrido a lo largo de la historia, ha aparecido como espejo de lo que ocurre en el interior. Esta vez diversos signos cutáneos podrían también asociarse al COVID-19
A lo largo de la Historia de la Medicina, la piel ha sido considerada como esa ventana abierta al interior del cuerpo a la que solo bastaba asomarse con ojos observadores para poder interpretar lo que en él sucedía. El poeta francés Paul Valéry llegó a escribir que lo más profundo es la piel. Y no le faltaba razón. La observación detenida de la piel de una persona nos puede aportar numerosos datos que si gozásemos de la capacidad de deducción del famoso detective Sherlock Holmes, nos permitiría acumular gran cantidad de información. La edad aproximada de la persona, el tipo de vida que ha llevado, su mayor o menor exposición a los factores climáticos, la expresividad mostrada en el semblante como símbolo de la paz interior o del sufrimiento continuado, incluso los esfuerzos unas veces razonables y otras ridículos por querer aparentar aquello que la naturaleza no ha concedido pacto brutal de esta pandemia.
Cuando aún estaba en ciernes la especialidad médica denominada Medicina Interna, ya existían manuales en cuyas portadas figuraba el término Medicina Externa. Esta última podría corresponder a la actual Dermatología, en la que se incluyen no solamente los cuidados y enfermedades de la piel, sino la manifestación en ella y en las mucosas accesibles a la simple vista, de las enfermedades internas. Observando piel y mucosas se pueden vislumbrar enfermedades metabólicas como la diabetes o la hipercolesterolemia, enfermedades de la sangre como anemias o alteraciones de la coagulación e incluso cánceres internos que pueden ser diagnosticados precozmente gracias a la sagaz detección de sus manifestaciones cutáneas.
Vivimos tiempos de pandemia y una vieja terminología, ya casi olvidada, ha vuelto a hacerse presente en el léxico común. La sociedad del siglo XXI pensaba ya que sería imposible vivir una situación como la que está azotando en este año 2020. Epidemias y pandemias parecían cosa de un pasado, a veces tan lejano, que podría retrotraernos a tiempos medievales. Lepra, sífilis, peste, carbunco, viruela… parecían superadas por los avances médicos y farmacéuticos, y la vuelta de una situación similar entraría en el campo de la ficción más que en el de la realidad. Las últimas referencias de las que podría disponer el hombre actual se remontan a la denominada en 1918 gripe española que se llevó por delante a millones de seres humanos o la irrupción del SIDA en la década de los 80 y que la ciencia ha conseguido controlar en grado importante.
Pero nada comparable a la actual pandemia por el coronavirus Covid-19. Casi la totalidad del planeta se ha visto afectada por un agente patógeno enormemente agresivo a consecuencia de una mutación vírica que se ha expandido como la pólvora. La forma en que han actuado virólogos y epidemiólogos, así como la forma de manejar el problema los distintos gobiernos de los países afectados, han traído consigo la vuelta de esa especie de temor apocalíptico para el que la sociedad actual, no cabe duda, no estaba preparada. A la escalofriante cifra de muertes, siempre muy superiores a las oficiales, habría que añadir la crisis económica que se avecina y que nadie duda en aceptar que llegará y afectará, como siempre suele ocurrir, a los países más pobres y a las clases sociales más desfavorecidas.
La humanidad, que busca ansiosamente una solución en forma de vacuna que no acaba de llegar, y la información, esa arma sibilina y nada inocente, en manos inexpertas y manipuladoras, crean un desasosiego que ha conseguido que palabras como confinamiento, desescalada o términos técnicos como coronavirus se hayan hecho populares. Y de la misma forma que los no creyentes suelen pedir un signo para la conversión, los angustiados humanos del siglo XXI esperan a la vez una medicina que cure a los afectados, una vacuna que prevenga de la enfermedad y un signo que delate su presencia de forma más fácil y evidente que los escasos test disponibles, en ocasiones de dudosa efectividad.
La piel, una vez más, como ha ocurrido a lo largo de la historia, ha aparecido como espejo de lo que ocurre en el interior. Dermatólogos, intensivistas e internistas han comunicado diversos signos cutáneos que podrían ser asociados al covid-19. Están apareciendo numerosas comunicaciones científicas al respecto, incluso un Atlas de Lesiones Cutáneas del Coronavirus. Todos estamos observando y aprendiendo ante la ausencia de referencias anteriores. Esperemos que la experiencia actual sirva al menos de enseñanza para afrontar mejor tiempos futuros.
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