Bergoglio no ganó a Ratzinger, lo sustituye
Perfil
El argentino, un jesuita dialogante, amante del tango y del fútbol, dejó el camino expedito al alemán en 2005.
Ya proclamado como Francisco I, Jorge Mario Bergoglio mantuvo una conversación telefónica con su antecesor, el Papa emérito Benedicto XVI. Joseph Ratzinger llegó al sillón de San Pedro en 2005, cuando en la última elección de aquel cónclave el argentino se retiró y dejó el camino expedito al alemán al pedir a los demás cardenales que no le votaran. No tardarán mucho en verse las caras, según informó el portavoz vaticano, el padre Federico Lombardi.
El Papa número 266 no ha quedado al margen de la polémica en su país. Aunque prácticamente en masa los argentinos se felicitaron por la designación de su compatriota -"Dios era argentino", se leyó ayer en Twitter, ratificando así la leyenda con la que el Creador prestó a Maradona su mano para eliminar a Inglaterra en el Mundial de México en 1986-, también es cierto que se recordaron algunas sombras en la biografía de Bergoglio. Ahí es donde aparecen las figuras de los militares que trituraron al país durante la dictadura.
Se trata de un episodio en el que los protagonistas fueron dos sacerdotes que ejercían en barrios de chabolas en el extrarradio de Buenos Aires -Orlando Yorio y Francisco Jalics- y contra cuya detención y tortura Francisco I apenas hizo nada, según la denuncia de una catequista, María Elena Funes. Bergoglio relataría después que intercedió por ellos ante Videla y Massera. Los curas fueron liberados, pero marcharon al exilio y dejaron de ejercer el sacerdocio.
Con el paso de los años, sus relaciones con la presidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner, tampoco han sido fluidas. Aunque la dirigente viajará al Vaticano a expresar su saludo al nuevo Papa, al que se apresuró a felicitar, ella y su marido -el difunto Néstor Kirchner- mantuvieron con el hasta hoy arzobispo de Buenos Aires una relación dominada por la frialdad, cuando no por el enfrentamiento. El mandatario peronista consideró a Bergoglio, entonces titular del Episcopado, casi un "opositor" por sus críticas al deterioro de factores sociales, la corrupción y los manejos políticos.
La distancia llevó a Kirchner a no asistir a los tedeums que celebraba Bergoglio en la Catedral Metropolitana cada 25 de mayo, una tradición que se remontaba a 1810 por la Revolución de Mayo, y desde 2006 el jefe de Estado, y luego su sucesora, asistieron a esta misa por la fecha patria en otros puntos del país.
La primera aparición pública que Bergoglio tuvo anoche, ya como Francisco I, en el balcón de la plaza de San Pedro, quiso hacerla desprovisto de oro en su cuerpo, a excepción hecha del imprescindible anillo del Pescador. Contrariamente a lo que suelen vestir los papas, Francisco I (Buenos Aires, 1936), prefirió prescindir de la estola vaticana cosida en oro y se enfundó la de obispo, bastante más austera.
Los que le conocen más de cerca confirman que así, justamente, es la personalidad del nuevo Sumo Pontífice de la Iglesia católica: austero, humilde, sencillo y muy directo en los mensajes que desea transmitir, sin demasiadas florituras, aunque sin apartarse casi nunca de la diplomacia y la cortesía.
Para el nuevo Papa estos gestos que simbolicen un cierto retorno de la Iglesia a sus orígenes de pobreza y entrega con los más desfavorecidos de la Tierra destilan una gran importancia, al punto de que él mismo es quien predica con el ejemplo.
Bergoglio, cardenal futbolero -qué argentino, a fin de cuentas no lo es-, hincha empedernido del club de fútbol San Lorenzo -afición que heredó de su padre, un ferroviario que emigró a Buenos Aires siendo muy joven-, siempre se ha caracterizado por predicar la austeridad con el ejemplo.
Tras ser nombrado cardenal, renunció a vivir en el palacio apostólico y eligió permanecer en su pequeño piso de apenas 60 metros cuadrados, donde residía en soledad hasta ayer. Tampoco era infrecuente poder verlo viajar en metro por Buenos Aires, además de exigir siempre clase turista en sus trayectos en avión por motivos de trabajo.
De vocación tardía, no fue ordenado sacerdote hasta que cumplió los 32 años una edad considerada demasiado avanzada para incorporarse a un seminario. Sin embargo, tras su ordenación en 1969, comenzó una carrera meteórica en el escalafón jerárquico de la Iglesia.
Realizó estudios de teología y entre 1973 y 1979 fue superior provincial de los jesuitas. Luego, viajó a Alemania para obtener su doctorado y a su regreso retomó la actividad pastoral como sacerdote en la provincia de Mendoza. En mayo de 1992, Juan Pablo II lo nombró obispo auxiliar de Buenos Aires, completando esta fulgurante carrera como vicario episcopal en julio de ese año, vicario general en 1993 y arzobispo coadjutor con derecho de sucesión en 1998. Se convirtió luego en el primer jesuita primado de Argentina y, en febrero de 2001, vistió finalmente el púrpura de cardenal, hasta que ayer fue elegido Papa.
Dentro del colegio cardenalicio, goza de general prestigio por sus dotes intelectuales y dentro del Episcopado argentino es considerado un moderado, a mitad de camino entre los prelados más conservadores, que son mayoría, y la minoría progresista.
Ya tras la muerte de Juan Pablo II estuvo entre los candidatos a sucederlo. Ayer fue su día.
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