Benedicto XVI, el Papa que interpeló a Dios en Auschwitz

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En su visita, "como cristiano y alemán", al campo de concentración donde los nazis exterminaron a millones de personas, Ratzinger preguntó: "¿Por qué, Señor, has tolerado esto?.

El Papa porta una gorra de la Policía australiana en uno de sus viajes.

Foto: Efe
El Papa porta una gorra de la Policía australiana en uno de sus viajes. Foto: Efe
M. Barea

11 de febrero 2013 - 12:55

"¿Por qué, Señor, has tolerado esto?". El 28 de mayo de 2006 Joseph Ratzinger cruzó a pie bajo el que sin duda es el rótulo más siniestro cincelado por la mano del hombre. El trabajo os hará libre abría las puertas a la filial del infierno en la tierra: Auschwitz.

Benedicto XVI, alemán, imitó a su antecesor. Karol Wojtyla, polaco, nacido en el país que el III Reich quiso borrar del mapa convirtiéndolo en el territorio idóneo para sus factorías de exterminio a escala industrial, nunca ocultó su necesidad de acudir al templo negro del Holocausto. Y lo hizo en 1979. El Papa germano también consideró obligada esa visita. Aquel mayo de 2006 no era la primera vez que lo hacía, pero en las ocasiones anteriores no había interpelado a Dios. "¿Por qué, Señor, permaneciste callado?", preguntó el Papa, "un cristiano y un hijo del pueblo alemán" conmocionado por el horror de las cámaras de gas nazis.

Aquella mañana de domingo fue otra de las cuentas de un amplio rosario de altibajos, de luces y sombras, que Benedicto XVI ha enhebrado a lo largo de su Papado. Ratzinger ha protagonizado estaciones gozosas, pero las ha alternado con viacrucis mediáticos que han terminado pasando factura.

Con aquel recuerdo a las víctimas de un "grupo de criminales que logró el poder [en Alemania] mediante promesas mentirosas que hablaban de un mundo de grandeza" contrastó años después (2009) su benevolencia con el obispo integrista británico Richard Williamson, un negacionista del genocidio perpetrado por la barbarie nazi que nunca se retractó tras proclamar que las cámaras de gas no existieron. Benedicto XVI había levantado la excomunión a este prelado pretendiendo la reconciliación en el seno de la Iglesia, pero Williamson siguió en sus trece. Con el Vaticano en el punto de mira, Ratzinger dejó pasar la polémica como si de una molesta corriente de aire se tratase.

Y si en aquel mayo de 2006 había intentado el acercamiento a la comunidad judía con su intervención en Auschwitz, se alejó del mundo árabe -al que indignó- cuando en un discurso en la universidad alemana de Ratisbona citó a un emperador bizantino: "Muéstrame aquello que Mahora ha traído de nuevo y encontrarás sólo cosas malas e inhumanas". La frase no era de Ratzinger, fueron palabras despojadas del contexto en el que habían sido pronuncidas, y las soflamas más incendiarias alumbraron los minaretes. Dos meses después llegó el acto de reconciliación, con el Papa rezando al lado del gran Mufti en la Mezquita azul.

El rechazo fue de otra índole, mucho más extendido y expresado por la sociedad civil, al afirmar que el sida "no se combate sólo con dinero, ni con la distribución de preservativos, que aumentan el problema".

Hitler, aquel diabólico ingeniero de Auschwitz y los demás campos de concentración, dejó escrito que "el Estado final debe ser: en la silla de San Pedro, un oficiante senil. Frente a él, unas cuantas ancianas siniestras, completamente gagás y pobres de espíritu. Los jóvenes y los sanos están de nuestro lado".

Benedicto XVI ha anunciado su adiós. Se retira. Y funde el pronóstico de la Bestia Parda.

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