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Lo que se ve y lo que se quiere ver

sevilla - girona | el otro partido

Sergio Rico contesta con seis intervenciones, algunas de mucho mérito, al debate sobre su valía

Las dos alas obturadas definieron el 1-0

Sergio Rico despeja prodigiosamente con su pierna izquierda ante Pizarro y Bernardo, que desvió el balón. / Fotos: Antonio Pizarro
Eduardo Florido

12 de febrero 2018 - 02:31

Ahora lo llaman posverdad. La tendencia yoísta, usando el concepto egocéntrico de la publicidad de un té, de ver lo que se quiere ver para reforzar el juicio propio, tuvo en el Sevilla-Girona una contestación tan evidente como las seis paradas, seis, que realizó Sergio Rico, el héroe. En el debate sobre la valía del guardameta hubo una encarnizada dialéctica, que aún colea, sobre si fueron errores del portero los goles del Getafe y el Leganés o groseros gazapos arbitrales. El gris está ausente de la paleta de colores del fútbol, que va del negro al blanco con mucha facilidad.

De momento, Sergio Rico ha ganado para sí mismo, en un acto de yoísmo, un gran margen de confianza. Lo deseable sería que fueran aparcados los debates estériles sobre aquellos yerros, del que salió indemne Lenglet, otro de los héroes de este domingo, y que el meta y su entorno se centraran más en el crecimiento propio de un guardameta que tiene 24 años. Pero esto es fútbol y un internacional que defiende la portería de un equipo como el Sevilla siempre estará expuesto a la mirada y al juicio de los otros. Y ya se sabe que lo segundo depende de lo primero. Hay que ser muy honesto y perspicaz para ver lo que es y no lo otro.

Pero la presbicia, la vista cansada de ver de cerca al portero, o al jugador, de tu equipo durante un tiempo prolongado tan de cerca, reabrirá el debate a la mínima. Sergio Rico fue ovacionado con razón en el Ramón Sánchez-Pizjuán, fue el héroe del partido, pero hubo más de uno y de dos que mantuvo las manitas en los bolsillos: hacía frío y era muy temprano.

Tanto que las dos alas sevillistas, Sarabia y Correa, casi no le cogen el pulso al partido. El primero marró dos claros goles, uno en cada tiempo, cayó varias veces en fuera de juego y evidenció exceso de minutos. Está sin tino. El segundo, caracoleó cuando debió arrancar y arrancó cuando debió caracolear. Las alas estaban obturadas, como el Mudo, pese a que eran los espacios más claros. Cosas del fútbol: entre los dos, y Lenglet, hicieron el 1-0 que salvó Sergio Rico.

El meta sevillano, pese al frío matinal, no tenía las manoplas entumecidas ni el ánimo dormido. La primera de las paradas fue en el minuto 38. Soberbia estirada junto al palo ante el cabezazo intencionadísimo de Aday. En el 39, puro reflejo con su pierna izquierda, tras una peinada de Olunga y un desvío a bocajarro de Bernardo, pese al bloqueo de Pizarro. Y en el 41, el penalti...

Lo mejor fue otra vez al final. En el minuto 83, blocaje a un cabezazo de Lozano y en el 84, gran despeje a otro de Portu. Y en el 88 sacó de nuevo el reflejo felino para desviar un cabezazo a quemarropa a Portu. Esto fue lo que vieron muchos ojos, o todos. La confianza es clave y Sergio Rico la ha ganado con creces. Que no la pierda y se olvide de la presbicia.

Pizarro también se reivindicó al suplir al creador Banega

Pizarro estuvo con las dos botas fuera del Sevilla. Sólo la diferencia en el modo de pago lo mantuvo en Nervión y ante el Girona fue el elegido por delante de Roque Mesa para relevar a un irreemplazable como Banega. La ovación que escuchó Éver al ser cambiado ante el Leganés, en un guiño maradoniano ("olé, olé, olé, olé, Éver, Éver"), sonó a amargo lamento. Ante el Girona Montella optó por Pizarro, y acertó. Si bien tuvo algunos errores que el técnico justificó por su cansancio y su periodo inactivo, mostró actitud y criterio. A Roque Mesa daba algo de grima verlo calentar. Cuánta desgana, ¿o sería cachaza canaria?

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