El síndrome de aquella foto de Briegel y Sanjosé

La diferencia de físico, aunque sin nada que ver ya en cuanto a un duelo entre las razas aria y latina, fue una de las marcas de la eliminación sevillista

Los blancos no aguantan el ritmo

Sergio Escudero, capitán ayer del Sevilla, junto a Nolito al acabar el partido en el Allianz Arena.
Sergio Escudero, capitán ayer del Sevilla, junto a Nolito al acabar el partido en el Allianz Arena. / Lukas Barth / Efe
Jesús Alba

12 de abril 2018 - 02:35

Antes de que la globalización llegara a la vida y que la Ley Bosman acabara con los genotipos en este deporte, el fútbol alemán estaba varios escalones por encima del español. Sólo el Real Madrid, sin ayuda arbitral, a duras penas se las apuraba para competir en noches históricas en el Bernabéu con los colosos teutones y el Atlético se ganaba el apodo del Pupas en la final de la Copa de Europa de 1974.

El Sevilla no podía pensar en enfrentarse a esos rivales. Eso estaba reservado para los equipos de Madrid y para el Barcelona. El Bayern dominaba Europa y en la Copa de la UEFA, competición que como premio podía disfrutar esporádicamente el aficionado sevillista de entonces, había que conformarse con sucedáneos como el Kaiserslautern. Una célebre eliminatoria de octavos de final enfrentó un mes de noviembre en el Sánchez-Pizjuán al poderoso equipo de Andreas Brehme y Hans Peter Briegel al Sevilla de Manolo Cardo, de Francisco, de Pintinho, de Pablo Blanco, de Antonio Álvarez y de Curro Sanjosé.

Y esa imagen, clavada en esa fotografía en color (de las primeras, y entonces sólo de los prolegómenos) de Ruesga Bono, aún está presente en un par de generaciones de sevillistas. Pero esa estampa, de algún modo, también se vio en el Allianz Arena. La foto era un contraste puro. 1982, el Mundial recién celebrado en España. Alemania, subcampeona tras jugar además una apasionante semifinal en Nervión con Francia. Y Briegel entre aquel equipo preñado de físico y calidad a partes iguales.

Un mocetón alemán, rubio, fuerte, altísimo.. se fotografiaba con el trío arbitral y con un escurrido Sanjosé en la imagen de los capitanes tras el sorteo arbitral. En la sociedad del "Antonio, vente p'a España" que hacía célebre a Josele y con un jugador en las mismas filas del Sevilla, Antonio Álvarez, habiendo vivido en su carnes el fenómeno de la emigración masiva al país más desarrollado de Centroeuropa, el cuerpo alfredolandístico del bravo y valiente capitán blanco ante el forzudo Briegel dio para muchos chistes.

Ayer en Múnich, en una cita que cerraba un capítulo pendiente en la historia de este club, los capitanes más o menos podían rivalizar en estatura y también en fuerza. Müller y Escudero se vieron las caras no sólo en el sorteo inicial, sino que libraron un duelo directo de 90 minutos. Pero, como en aquella foto entre Briegel y Sanjosé, la diferencia de físico se vio durante el desarrollo del partido, en el que el equipo de Montella pagó caro la repetición continuada de esfuerzos sin apenas descanso a través de unas rotaciones que con el italiano han llegado tarde. Tarde y mal, como diría alguno.

La sensación de impotencia se fue apoderando de los blancos conforme avanzaban los minutos, pero no por el genotipo que diferenciaba a los jugadores de uno y otro equipo. Un Bayern-Sevilla ya hace tiempo que dejó de ser un duelo entre la raza aria y la latina. El contraste estaba en el fútbol, en las reservas de glucógeno de cada futbolista en el músculo y en la dimensión entre unos jugadores y otros. Mientras la delantera blanca parecía jugar a otro deporte, los rojos iban a otra velocidad.

La diferencia no estaba ahí, como en el 82, cuando el 4-0 en Alemania dejaba en pañales el gol de Francisco en Nervión. Aun así, en algunos momentos del final del choque Jesús Navas recordó a Sanjosé (aunque con mucha más calidad) al lado de otro gigante alemán: Sandro Wagner.

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